Primero murieron las ovejas, después las cabras. Cuando murió su único camello, Yurub Abdi Jama sabía que su vida de pastora había terminado, y se sumó al éxodo de su aldea a la ciudad.
Sus ancestros en el norte de Somalia habían sido pastores por generaciones, nacidos en tierra árida y acostumbrados a las sequías. Pero no soportaron la brutal sequía final que quemó la tierra y acabó con sus animales.
“En el pasado, Dios siempre nos dejaba algo, pero ahora (…) tuvimos que huir. Uno va donde puede cuando lo pierde todo”, declaró Jama, acuclillada frente a la choza donde vive ahora, a cientos de kilómetros en las estériles colinas fuera de la ciudad de Hargeisa.
Jama es una migrante climática, como decenas de miles que se desplazan en Somalia, donde los extremos ambientales hacen que oleadas de pastores y agricultores dejen la tierra con rumbo a ciudades mal preparadas para recibirlos.
En los últimos años, los desastres naturales, y no los conflictos, han sido los causantes de los desplazamientos en Somalia, un país devastado por la guerra en el Cuerno de África que está entre los más vulnerables del mundo al cambio climático.
Las sequías fuertes y frecuentes, y las inundaciones, han provocado el desplazamiento de tres millones de somalíes desde 2016, según datos de la ONU.
El fenómeno ha hecho que partes rurales del interior de Somalia queden vacíos, y formado grandes campamentos en las afueras de las ciudades, colmados de migrantes desesperados.
– Gran cambio –
La mayoría, como Jama, llega sin nada y deambula en la miseria.
Ella dejó su hogar rural cerca de Aynabo para ir a Hargeisa, una ciudad desconocida a 260 km.
Sin dinero, se refugió con otros recién llegados en un campamento improvisado fuera de la ciudad, donde construyó una choza con palos y trapos para vivir con su esposo y sus ocho hijos.
La familia de pastores carecía de habilidades para ganarse la vida en la ciudad, donde abundan el desempleo y la pobreza y las mujeres piden limosna en las esquinas.
Al amanecer, el esposo de Jama sale en busca de empleo. La mayoría de las veces regresa de manos vacías.
“No gano casi nada en la ciudad”, lamenta Uba Adan Juma, quien se trasladó al lugar hace tres años cuando sus cabras murieron en una sequía y ahora lucha por sustentar a su familia.
Las dos mujeres vienen de Somalilandia, una empobrecida región noroccidental donde el cambio climático trastornó la vida de sus moradores.
Comunidades de pastores solían darle nombre a las grandes sequías que ocurrían cada década.
“Pero ahora eso cambió. Las sequías son tan frecuentes que no tienen nombre”, comentó a AFP Shukri Haji Ismail, ministra regional del Medio Ambiente.
Dijo que el país de su juventud era exuberante, cubierto de sabanas y árboles frutales y poblado de aves y otros animales nativos.
Un mapa en su oficina ilustra la dura realidad actual: trechos de rojo indican la tierra devorada por el creciente desierto, un flagelo que se extiende de Etiopía al Golfo de Aden.
“Somalilandia experimenta, literalmente, las palabras cambio climático”, sostuvo.
“No se trata de lo que pueda ocurrir. Está aquí, está allí, y lo estamos viviendo (…) Nuestro pueblo realmente ha sufrido”, dijo.
– Sin dónde ir –
Somalia ha vivido dos temporadas seguidas con lluvias por debajo del promedio, y la tercera está en camino.
Las cosechas se han perdido y la red de Alerta Temprana de Hambruna avisó en agosto que el hambre se agravará a finales del año, con 3,5 millones de personas en necesidad.
Y la lluvia que cae puede resultar más una maldición que una bendición.
Somalia vivió grandes inundaciones en 2020, con la mayor tormenta tropical que ha golpeado al país desde que se tiene registro.
Se prevé que la lluvia se vuelva más errática y extrema en Somalia en los próximos años, acelerando la corrida a las ciudades y los conflictos por los recursos escasos, advirtió Lana Goral, de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
“Es una perspectiva funesta”, comentó Goral, especialista en cambio climático y migración en Somalia.
Los gobiernos del país, sin recursos, no tienen cómo hacerle frente a la crisis.
Algunas autoridades han propuesto trasladar las comunidades afectadas a la costa, cuando la vida pastoral se vuelve insostenible.
“Pero toma tiempo cambiar la mentalidad de la gente”, indicó Shukri.
Hassan Hussein Ibrahim, de la organización Save the Children, reconoció que el tiempo no está de su lado.
La entidad atiende a 11.000 familias en Somalilandia con estipendios de dinero, pero muchos necesitan capacitación para empezar de nuevo.
“Ellos también deberán adaptarse”, dijo a AFP.
Para Jama es más fácil decirlo que hacerlo.
“La sequía nos hizo salir”, recordó la mujer de 35 años con la cabeza en sus manos. “Nunca nos hubiéramos ido de esa vida, una vida que amamos”.
En una reciente visita a su poblado, en busca de familiares, Jama encontró un vacío fantasmal, sin gente, ganado, ni señales de vida.
Los pozos de agua estaban llenos pero no había gente o bestias que la bebieran.
“La vida aquí también es difícil”, dice refiriéndose a la ciudad, “¿pero a dónde más puedo ir?”.
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Fuente Infobae