Por Yosef Cohen especial para Total News Agency (TNA)
El ministro de Defensa de Colombia, Diego Molano, declaró recientemente que Irán y Hezbolá son “enemigos comunes” de su país e Israel.
El pasado junio las autoridades colombianas neutralizaron un posible intento de asesinato en Bogotá que tenía por objetivo a dos empresarios israelíes y apoyo iraní. En él estaba involucrado un operativo iraní, Rahmat Asadi, que presuntamente habría contratado a dos sicarios colombianos para llevarlo a cabo. Afortunadamente, fue desbaratado, pero reveló que el largo brazo del terrorismo iraní llega a Colombia.
La rápida reacción colombiana es aún más relevante si se tiene en cuenta que Israel evitó recientemente otros intentos de asesinato, contra empresarios y turistas israelíes, en al menos tres países africanos y en Chipre. Todo ello se enmarca en una campaña de asesinatos capitaneada por la célebre Fuerza Quds, unidad de élite de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní, para vengar la muerte –en diciembre del año pasado– de jefe del programa nuclear iraní, Mohsén Fajrizadeh. Dicha campaña es sólo una de las numerosas operaciones terroristas encubiertas de factura iraní.
Si bien Colombia mantiene relaciones diplomáticas con Irán desde 1975, lo cierto es que se enfriaron luego de que la revolución islámica de 1979 convirtiera el país mesoriental en la teocracia que es hoy. Colombia no retomó las relaciones hasta 1992, y desde entonces han sido, como mucho, tibias. Este contexto estuvo ausente de los comentarios de ciertos políticos y gurús colombianos que presentaron a Irán como un país democrático normal que trata de relacionarse comercial y diplomáticamente con el suyo, en vez de como un régimen revolucionario que integra el terrorismo como un componente de su política exterior.
Latinoamérica aprendió la dura lección en Argentina en 1994, cuando un brutal atentado con coche bomba contra la AMIA, un centro cívico judío, mató a 85 personas. Entre las numerosas cosas que descubrió la inteligencia del país austral fue que Irán utilizó su embajada en Buenos Aires para crear una red comercial de doble uso con plantas frigoríficas de carne de la que se sirvió Hezbolá para perpetrar el peor ataque terrorista de la historia de la región.
En lugar de disfrutar de una relación comercial preferente con uno de los mayores exportadores de carne del mundo, en los años 90 Irán decidió explotar esa relación y quien pagó las consecuencias del error de cálculo del Gobierno argentino sobre la naturaleza y las intenciones del régimen de los ayatolás fue el pueblo argentino.
Hoy, el régimen iraní es aún más global, más pernicioso y tiene muchas más armas a su disposición. Entre estas últimas, la desinformación es una de las más poderosas.
Desde enero del año pasado, Teherán viene desplegando una campaña de desinformación global para recomponer su imagen como principal promotor estatal del terrorismo utilizando al difunto comandante de la Fuerza Quds Qasem Soleimani. Su muerte fue un duro golpe para Irán, que reaccionó con fuerza y desinformación. Además, le ha puesto su nombre a un misil tierra-tierra, el Mártir Haj Qasem, y a una fundación con sede en Colombia.
En mayo, simpatizantes colombianos de Irán expandieron el alcance del hashtag #Soleimani al conectarlo con las manifestaciones que se registraron en todo el país americano. El día 2, en medio de las protestas, una cuenta en español del Líder Supremo Jamenei lanzó una campaña de desinformación para Colombia con un tuit en el que se llamaba “mártir” a Soleimani. En las tres semanas siguientes, la referida etiqueta fue utilizada más de 8.000 veces en Colombia, vinculada a otras más populares como #NosEstánMasacrando, en un claro intento de capitalizar las protestas colombianas y presentar a Soleimani como una figura que luchó contra la injusticia.
Conviene recordar que en los archivos recuperados en octubre de 2020 por el Ejército colombiano de los ordenadores intervenidos al eliminado comandante Uriel del ELN había audios en los que se decía que Teherán estaba “muy abierta” a la idea de llevar a Irán a combatientes elenos para que recibieran adiestramiento. El pasado 29 de julio, el Ejército colombiano se hizo con otra computadora, esta perteneciente al cabecilla de las FARC Gentil Duarte, y encontró comunicaciones del pasado diciembre en las que se decía que la organización colombiana había establecido relaciones “diplomáticas” con Irán.
Las FARC y Hezbolá tienen un largo historial de colaboración que se remonta al antecitado atentado contra la AMIA, cuando un miembro destacado de Hezbolá de origen colombiano, Salman Rauf Salman, colaboró con las FARC en el contrabando explosivos desde el Líbano a la Triple Frontera, a fin de que fueran utilizados en el atentado argentino. Más recientemente, en mayo del año pasado, el Departamento de Justicia de EEUU acusó a un individuo con doble nacionalidad sirio-venezolana de trabajar con Hezbolá en un intercambio de cocaína por armamento que, en 2014, habría llevado un avión lleno de granadas, kalashnikovs, rifles de francotirador y otras armas desde el Líbano a Venezuela para su entrega a las FARC.
Para la mayoría de los latinoamericanos, Irán y Hezbolá son actores distantes que operan en tierras extrañas, lejos de las preocupaciones regionales sobre el crimen, la inseguridad y la corrupción. Pero son precisamente esas preocupaciones lo que debería hacer que los colombianos se preocuparan por que Irán y Hezbolá estén activos en su país y sus fronteras.
A Irán y Hezbolá, el crimen y la corrupción les han servido para obtener ventaja estratégica en Oriente Medio. No hay más que mirar al Líbano y su tremenda crisis económica para ver cómo Hezbolá exacerba el crimen y la corrupción al objeto de hacerse con el poder.