El libro infantil, como objeto, tiene la prestancia de las navidades pasadas. Y hay algunos de ellos a los que se le guarda un cariño especial, acaso porque fueron la primera ventana al mundo. Después ya llegarían las videoconsolas, pero en el principio fue el verbo y el buen hacer de los ilustradores en ese ir caminando que es el crecer del lector. Las librerías infantiles de Madrid guardan esa magia coqueta de un móvil conformado por globos de helio, mucho color, cartones duros que evocan criaturas fantásticas que, presuntamente, no tienen maldad ninguna. Un recorrido por las librerías madrileñas con el público más exigente, el infantil, es un paseo también olfativo, a pesar de las mascarillas y las profilaxis, por esas tintas olorosas que también tienen su componenda ‘proustiana’. En Tres Rosas Amarillas, en Espíritu Santo 12, atiende José Luis Pereira, librero de varios públicos y varias épocas que, en su librería que homenajea a Raymond Carver, da paso a un mundo cálido, donde la pandemia queda fuera con la excepción del gel hidroalcohólico, indispensable para que los niños manoseen los libros, desplieguen sus torres y sus dragones y hasta toquen un libro/organillo con los momentos épicos de ‘El Lago de los cisnes’. Sostiene Pereira (sic), «que el libro infantil siempre tiene connotación de regalo», y por estas fechas redoblan el esfuerzo para atender a padres y niños que han dejado descansar a los pajes de los Reyes Magos y a los duendes de Papá Noel por aquello de los aforos. Con todo, «este año ha ido mejor», y ese mejor se le transparenta a Pereira entre la mascarilla mientras muestra una edición de ‘El Principito’ en tres dimensiones que ya le hubiera gustado a Tono de Saint-Exupéry, tan imaginativo y soñador como era. Gonzalo Queipo, al frente de Menudos Infames – GUILLERMO NAVARRO
También la librería Tipos Infames tiene su delegación, Menudos Infames (San Joaquón, 6), un local aparte, para la gente menuda que haya tenido un buen comportamiento en este año distópico. Nos cuenta Gonzalo Queipo, su responsable, que en su caso, «los pajes de los Reyes Magos sí se fijan del criterio del librero». Lo cuenta entre libros de Dinosaurios y ese oscuro objeto de deseo de los críos que es ‘El monstruo de colores’. Y los álbumes, que los niños «se pirran» por ellos en tanto que los más mayorcitos buscan el ‘Diario de Greg’ al que, por mera razón de su fecha de apertura, finales del 19, no han «podido ver crecer». Queipo se deja fotografiar en una suerte de grasa con cojines, donde los niños leen y van marcando en su carta mental a los Reyes su preferencia. Leer y tocar
Evidentemente se nota el jaleo de pajes, padres y niños. En la librería Cuentos Feliciana (Santa Feliciana, 17), en pleno Chamberí, Marta lidia con compradores, prescriptores y niños, y sabe que lo que se lleva, en infantes, son transportes y dinosaurios. Y en niñas, cuentos, cuentos de todas las clases. Hay un Wally que no se esconde, y Marta, con el agobio de los encargos reales, elige un libro, ‘Terra Ultima’, de Raoul Deleo. Marta sabe que, pasados los Inocentes, aumentará la demanda de pajes, si bien este año, como ya se ha consignado, los padres y hasta los hijos ejercen de pajes por evitar la multitud. Y es constructiva la imagen de unos y otros, niños y padres, dándose con el gel hidroalcohólico cuando pasan de un libro a otro. Porque en estas edades y estos sitios, el libro es táctil o no será. Al fondo del establecimiento, en un pequeño pupitre, Lola, de tan sólo 7 años, se embebe en la lectura una novela gráfica en blanco y negro. Su madre la mira con orgullo porque sabe que la «novela gráfica» no es sólo dibujo, y así se crea a una lectora en el transcurso de eso que llaman vida. Las librerías infantiles de Madrid, albricias, confirman que el papel no ha muerto. Al menos por Navidad.
Fuente ABC