Dr. Jorge Corrado* -Especial Total News Agency-TNA-
“Las derrotas están inscriptas en el alma de los pueblos, antes de que las guerras comiencen”.
René Benjamín 1885-1948
“El concepto de tragedia no sólo se manifiesta en el arte, sino también en la vida política, ya que con el advenimiento de la modernidad las garantías trascendentales del hombre desaparecen y la política comienza a reflejar de manera más aguda su componente trágico”.
Señalábamos, desde la década pasada en varios trabajos de nuestro Instituto que la crisis-decadencia que nos envuelve tiene efectos fácilmente comprobables a través de los sentidos. Están en la superficie. Sus causas, en cambio, están en la profundidad antropológica de las culturas, que diferencian a los pueblos fuertes, confiables y expansivos, de aquellos otros, débiles, no creíbles y contractivos.
Allí, en los pueblos débiles, surge la tragedia política de quienes han relativizado sus valores y deciden mal, como bien lo señalara Maquiavelo. La corrupción moral de la sociedad quiebra a la ética política y ésta produce la desconfianza interna, entre el mandante y el mandatario y externa, entre los actores del sistema internacional y el estado débil, no creíble, sin aliados ni adscripciones.
Este concepto se complica cuando los actores transculturizados operan desde un estado republicano ausente, con aparentes instituciones en manos de una dirigencia que se autodenomina progresista, carente de identidad firme, motivada por un supino idealismo voluntarista, prejuicioso e ideologizado y, además, no exento de un alto nivel de corrupción.
Desde esa posición, estos dirigentes han resuelto quitar toda disuasión, ya fuere ésta la originada por la presencia de la fuerza legítima del estado, del sector sano de la sociedad y/o de la normal aplicación estricta de la ley. El estadio de inseguridad e indefensión consecuente es natural efecto de esa inicua destrucción institucional-estatal y de la anomia social generalizada, provocadas por claras señales de renunciamiento en el ejercicio del poder público y por el establecimiento de una débil cultura, que convoca al delito común y a la agresión estratégica, como lo previera Hobbes, ya hace varios siglos. Quedan así desarmados los espíritus y los brazos de los ciudadanos.
Decía Hobbes:
“Un estado de guerra subsistirá, dado que los hombres se pelean porque son sujetos deseantes, se pelean por naturaleza, y es aquí precisamente donde aparece el carácter trágico (porque nada puede impedir el peor desenlace) y sólo se puede salir del Estado de Naturaleza mediante la firma del pacto, de lo contrario, al no estar garantizada la obediencia, lo peor puede suceder, en cualquier momento”.
Por supuesto, en tiempos de Hobbes no existían la ONU, la OEA, la OTAN ni tantos otros pactos hobbesianos, hoy vigentes, pero en su mayoría extemporáneos y disfuncionales a la circunstancia internacional 2022. Por todo ello es que hay quienes afirman que el “estado de naturaleza” está de regreso.
Cuando “el pacto” no se cumple, “lo peor puede ocurrir en cualquier momento”. Y en los 2000 “lo peor”, ya ha ocurrido. Estamos en presencia de las guerras asimétricas en las que el Estado está atado a las normas legales, pero los agresores terroristas pueden accionar libremente, protegidos y justificados por ese sector social transculturizado, que no enfrenta desafíos ni riesgos y legitima, de mil maneras diferentes, al criminal-agresor, interno o externo.
En el segundo caso, referido al ámbito interno, es el propio estado el que ha defeccionado en la posguerra fría de su responsabilidad primaria y principal razón de ser. Ha renunciado a asegurar la paz interior. Nuestro país es un caso paradigmático en el que el desborde del crimen alcanza hoy niveles desconocidos en el pasado.
Llegamos así, en el enrarecido ambiente descripto, al 11-9-2001. Irrumpe sorpresivamente el macro-terrorismo -operando en red con el crimen organizado internacional-, empleando inesperados procedimientos imponderables y demostraciones de profundos odios y fanatismos que no aceptan disuasión ni alternativa alguna a la guerra y que explota, en nuestra región, la corrupción institucional de los Estados. He allí presente la “nefasta trinidad”, que es la impronta de las dos primeras décadas del siglo XXI en Ibero América. (Macro-terrorismo, crimen organizado internacional y corrupción generalizada).
Y en ese marco Occidente ha quebrado su identidad. Apela, ese Occidente Blando, desde las retaguardias nacionales y desde su debilidad cultural, a la retórica hueca, cuando no al doble discurso y proyecta siempre sus responsabilidades al otro.
Esas grietas y debilidades crecientes de Occidental a comienzos del siglo XXI, constituyen la mayor fortaleza del actual enemigo sin rostro, que la ha agredido desde una rígida y dogmática posición extremo conceptual, que unifica a la religión con el poder político, planteando la difícil, difusa, ambigua y peligrosa situación política internacional en curso.
Dentro este marco, Ibero América, vive su propia “tragedia”, inmersa en graves y diferenciadas crisis-decadencias y procesos socio-políticos y económicos transicionales perversos, desconociendo en los hechos la orientación estratégica que tomo la etapa civilizatoria en curso a partir del 11-9-2001.
Maquiavelo y Hobbes hacen síntesis en la Ibero América de nuestros días, cuando los componentes trágicos corrupción y anomia social tienen al propio Estado como patrocinador activo.
La Política Internacional Contemporánea está teñida por esta nueva e inédita guerra mundial que, al evadirse de los teatros de operaciones, de la confrontación regular de los ejércitos profesionales y de las convenciones jurídicas civilizadas, pone en grave riesgo estratégico de destrucción QBN a la sociedad regional e internacional, a su libertad y hasta su sobrevivencia.
La superación de estos graves riesgos está exigiendo el rescate urgente de la identidad occidental fundante, de un futuro en unidad y de los Estados Institucionales, en todos los niveles.
No habrá recuperación de la Región sin restablecimiento ético y moral. Hay que reconstruir al Estado, la Seguridad Nacional, la Justicia y debemos regresar a Occidente. Pero el detonante que mueva a una sociedad paralizada aun no ha llegado. ¿Llegará? Por ello y para ello, recordemos nuevamente a Séneca:
“El miedo a la guerra, es peor que la guerra misma”.
Séneca -4 a C- 65 d C
*Dr. Jorge Corrado.
Coordinador del Área de Seguridad y Defensa, Profesor del Máster de Historia Militar y del Máster de Inteligencia del Instituto de Estudios en Seguridad Global de España (iniseg.es). Director del Instituto de Estudios Estratégicos de Buenos Aires.