Precisar el sendero que seguirá la macro en lo que resta de la gestión Fernández es ciencia ficción. El contexto internacional, la irreparable fractura política de la coalición de gobierno, los diagnósticos equivocados, las obligaciones asumidas con el FMI y hasta la campaña electoral de 2023 llevan a pensar que el próximo año y medio estará plagado de turbulencias. Es seguro que a medida que transcurran los meses desde estos frentes, a la vez o simultáneamente, llegarán novedades poco estimulantes para las decisiones económicas. ¿Significa esto que es inexorable atravesar una nueva crisis? No, pero sí que evitarla requerirá ingredientes hoy ausentes y que al menos el presidente defina una política concreta de contención de daños hasta finales de 2023. Y sea capaz de seguirla.
Decíamos desde esta columna el mes pasado que eran necesarios no menos de tres elementos. En primer lugar, cumplir (o no alejarse mucho de) las metas trimestrales del acuerdo con el FMI. Es la única hoja de ruta fiscal y monetaria para que el gobierno intente ordenar, algo, las degradadas expectativas privadas de las familias y las empresas. En segundo término, concentrar la política de precios en el Ministerio de Economía, alcanzado con el reciente traspaso de la Secretaria de Comercio Interior desde Desarrollo Productivo, y fundamentalmente, apuntar a una tasa de inflación mensual de 3.5% promedio en la segunda mitad del año.
Renta inesperada: el impacto en empresas, cómo se calcula y las dudas del proyecto
Por último, establecer para estos meses un orden de prioridades claro y transparente para el acceso al mercado oficial de cambios, de modo de disminuir la incertidumbre que domina sobre diversas actividades productivas respecto de la disponibilidad inmediata de divisas.
Precisamente, la escasez de dólares -y sus impactos sobre las expectativas- dominará el segundo semestre, que arranca con compras netas muy bajas para esta “temporada alta” de oferta de divisas. Hasta mayo, el Central apenas logró acumular u$s 980 millones, frente a u$s 5700 millones en 2021. Esta mediocre performance compradora encuentra varias explicaciones ya conocidas, como el récord de importaciones de bienes (energía incluida) y el saldo negativo de la cuenta de servicios, pero también obedece a que se incrementaron los pagos de deuda del gobierno nacional. En concreto, esto significa que la correlación entre las operaciones cursadas en el mercado oficial de cambios y la variación de reservas esté en mínimos históricos para períodos comparables con restricciones cambiarias. Nunca el Banco Central acumuló tan pocas reservas netas en buenos tiempos…
La primera señal negativa de esta compleja dinámica es que resultará muy dificultoso alcanzar la meta de acumulación de divisas acordada con el FMI para fines de junio. El objetivo fijado era de u$s 4100 millones. Y el problema se agrava hacia adelante.
Operativo blindaje a Martín Guzmán: el plan del albertismo para proteger los proyectos del Ministro
Cuando los dólares de la cosecha gruesa desaparecen, empieza la “temporada baja”, a veces en julio y otras en agosto. Por caso, en 2021 el Central compró un promedio de u$s 34 millones netos por día en julio, para pasar a vender 20 millones entre agosto y diciembre. Esto también sucedió en los tiempos del cepo de Cristina Kirchner, cuando las compras netas fueron muy escasas en 2012 y 2014 (entre 10 y 15 M diarios) para transformarse en fuertes ventas netas por 54 M en 2013 y 81 M en 2015. El contexto de entonces, claro, era otro: había más reservas (en progresiva caída), menos inflación y una brecha cambiaria menor.
Este triángulo de variables críticas sirve para pensar lo que viene y la lógica de ordenar tácticamente la futura disponibilidad productiva de los dólares escasos. Es difícil que esta administración, jaqueada políticamente, logre escapar de imponer nuevas restricciones a las importaciones. Los valores actuales no se condicen ni con el nivel del PIB ni de salario real. Pero deberá hacerlo de manera eficiente e inteligente, estableciendo prioridades, comunicándolas bien y bajo reglas transparentes. Por ejemplo, definiendo que los insumos industriales estarán antes que los bienes de consumo, que los sectores exportadores antes que el turismo emisivo o las actividades con inversiones en marcha antes que otras, como algunas alternativas.
Es evidente que coordinar de algún modo la asignación de las divisas escasas ayudaría a descomprimir en parte las expectativas devaluatorias y la aceleración inflacionaria. Los incentivos a dolarizar los pesos excedentes que genera la brecha cambiaria seguirán estando presentes, pero si a la vez existe un compromiso explícito de no patear el tablero del acuerdo con el Fondo, aún con cierto grado de incumplimiento de las metas de junio, las tensiones podrían administrarse con fricciones pero sin riesgo de explosión.
Por supuesto, todas las contingencias comentadas al inicio de la nota seguirían allí, latentes. Es el filo de navaja sobre el que camina una administración que, recurrentemente, a las restricciones objetivas de la macro le suma debilidades propias, una pobre gestión y daños autoinflingidos. Difícil trance para expectativas privadas en alerta e ingresos en pesos que no se recuperan. Al menos una estrategia de contención de daños desde el segundo semestre se vuelve, entonces, imperiosa.
Fuente El Cronista