LA HABANA, Cuba. — Los resultados del llamado “plebiscito” de este domingo en Chile (que, en realidad, fue un referendo, pues el propósito de la consulta era aprobar o rechazar un texto ya redactado) han ocupado los titulares de la prensa internacional. En los órganos izquierdistas, como TeleSur, los socializantes de todo pelaje, como si se tratara de perros a los que les han escondido un hueso, se lamentan y tratan de encontrar una justificación a una realidad que se les antoja inexplicable.
En verdad, la evolución de años recientes en el largo país austral parecería justificar las falsas expectativas de esos “rojillos”. Recordemos el “estallido social” de 2019 y 2020, que quiso ser presentado como una expresión de “descontento popular”, pero que, en realidad, ostentó ribetes de rebelión subversiva bien orquestada y dirigida, como demostraron actos planificados a la perfección, para la destrucción sistemática del metro de Santiago.
A esos hechos escandalosos ya en el plano político se sumó la amplia mayoría alcanzada en las urnas por la propuesta de redactar una nueva Constitución. Esto se conjugó con la derrota que, en los comicios para escoger a los integrantes de la Asamblea Constituyente, sufrieron las fuerzas políticas de derecha. Lo mismo pasó con la elección presidencial, que abrió las puertas del Palacio de la Moneda a su actual inquilino: el joven Gabriel Boric.
Parecía, pues, que también en Chile la opinión pública se había desplazado definitivamente hacia la izquierda. A juzgar por los hechos recién narrados, cualquiera diría que el país hermano, que exhibe las más altas tasas de desarrollo y que ha alcanzado los mayores éxitos económicos, habría abrazado de manera definitiva los postulados de quienes quieran hacer “tabla rasa” con lo existente y cambiarlo todo.
Por fortuna, el plebiscito-referendo de este domingo ha cambiado de manera radical el decorado político. Las instituciones chilenas han demostrado su solidez y el electorado ha puesto de manifiesto que las tendencias y veleidades izquierdistas a las que me referí con anterioridad no eran irreversibles. Que, al menos por el momento, ese país tan importante y exitoso no seguirá el camino incierto que, en meses recientes, han escogido Honduras, Perú o Colombia.
Como jurista, me parece conveniente no quedarme en la epidermis política de este importante acontecimiento. Parece oportuno, para beneficio de los lectores de CubaNet, hacer una alusión a la actual Constitución chilena (que continuará vigente en virtud del triunfo del “Rechazo”) y señalar los rasgos fundamentales del proyecto que desautorizó el pueblo soberano.
Con respecto a la Constitución vigente hoy en Chile, está de moda (sobre todo entre izquierdosos y tontos útiles) proclamar que ella proviene de la dictadura pinochetista. Esa afirmación, hecha en esos términos, induce al error. Es verdad que el grueso del texto en cuestión proviene de la etapa de gobierno del autoritario general, pero lo que suelen silenciar los “rojillos” y sus aliados son los numerosos cambios que ese texto ha sufrido.
En 1989, por ejemplo, él experimentó la friolera de 54 enmiendas, propuestas de modo consensuado por las diferentes fuerzas políticas. Ellas (en notable contraste con lo sucedido el pasado domingo) ¡fueron aprobadas por más de las nueve décimas partes de los electores!
O sea: si vamos a ser precisos y honestos, no podemos limitarnos a decir que la carta magna que hoy rige en Chile proviene de la era pinochetista. Para hablar con exactitud, haría falta señalar también que en 1989, mediante propuestas consensuadas, esta fue reformada ampliamente en sentido democrático, con un apoyo abrumador del electorado.
Hecha esa indispensable aclaración, conviene que señalemos, en contraste, algunas características esenciales del texto que acaba de ser rechazado por más del 60% de los electores. Y aclaremos, de entrada, que esos rasgos generales provienen de la clara tendencia izquierdista que —como ya dije— abrazó el electorado chileno en años recientes.
Veamos cuáles eran, según la colega Paula Molina, de BBC Mundo, las novedades esenciales del Proyecto rechazado: 1) De “República democrática” a “Democracia Paritaria”; 2) De la omisión indígena a “Estado plurinacional e intercultural”; 3) De “La ley protege la vida del que está por nacer” a “Asegurar condiciones para embarazo, interrupción voluntaria del embarazo, parto y maternidad voluntarios y protegidos”; 4) Pensiones, salud y cuidados: un “Estado social y democrático de derecho”; 5) Agua: de “propiedad” a “inapropiable”; y 6) Sistema político (con lo cual se tienen en mente los cambios introducidos en este terreno).
Conviene aclarar que ese proyecto de carta magna se suscribía a las muy discutibles tesis bolivianas de la plurinacionalidad. Con arreglo a estas, se renunciaba en parte a la chilenidad consustancial a cada uno de los hijos del país, y se reconocía a cada etnia indígena la condición de nación per se, con una serie de derechos, lo que incluía el reconocimiento de su propio sistema judicial.
Los frustrados constituyentistas chilenos de 2022 se trazaron un objetivo respetabilísimo: alcanzar una mayor participación femenina en los órganos del Estado. Para lograrlo, redactaron preceptos de una torpeza insuperable. Uno es claramente discriminatorio: que las listas electorales sean encabezadas siempre por una mujer. Y en el artículo 6.2, al disponer que, en los órganos colegiados, “al menos, el cincuenta por ciento de sus integrantes sean mujeres”, deja el campo abierto para una desigualdad de nuevo tipo, pues nada prohíbe que —digamos— las féminas alcancen el 90% y sólo un 10% de sus integrantes sean hombres.
Esos constituyentistas también incluyeron el largo inventario demagógico de “derechos sociales” que los socialistas del Siglo XXI proclaman y cuya realización práctica quedan esperando después los incautos que oyen esos cantos de sirena: “una vivienda digna”, “aire limpio”, “la salud”, “la educación”, “la alimentación adecuada”, “el agua”, “la energía”, el “saneamiento”, etc.
Entonces, fue ese proyecto de Constitución sectario y socialista el que rechazó el electorado, para bien de Chile. A los “rojillos” no les queda otra alternativa que refugiarse en declaraciones de un injerencismo desvergonzado, como las que acaba de formular Gustavo Petro: “Revivió Pinochet”, tuiteó. Parece que el flamante presidente colombiano, como buen socialista del Siglo XXI, se considera más capacitado para determinar qué es lo más conveniente para Chile que el noble pueblo de ese país.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org