
LA HABANA, Cuba. — Un dicho popular, melancólico y sencillo, nos comunica una gran verdad: “De los errores de los gatos viven los ratoncitos”. De eso hemos podido convencernos los cubanos durante estos más de 64 años que llevamos padeciendo el régimen castrista.
Esto es especialmente cierto en el caso del fundador de la dinastía, un señor que no admitía la menor discrepancia. Quien no expresara incondicional apoyo a cualquiera de sus ocurrencias sabía que estaba destinado a convertirse en “no persona”. Esto, a su vez, garantizó que quedase rodeado de muchos yesmen (lo que en correcto cubano llamaríamos apapipios).
Los efectos perniciosos de esta realidad se pusieron de manifiesto de manera clarísima con ocasión del debate sostenido en noviembre del 2000 entre él y el presidente salvadoreño Francisco Flores. A los cubanos, abrumados por la propaganda comunista que presentaba al Comandante como “invencible”, nos resultaba pasmoso que alguien, con tanto comedimiento y ecuanimidad, pero de modo implacable, “barriera el piso” con tal contrincante.
Recuerdo haber oído el memorable debate por Radio Martí. Yo esperaba con impaciencia que llegase la hora señalada para su retransmisión para disfrutarlo de nuevo. Entonces, escuché asombrado que la Televisión Cubana anunciaba que la filmación sería exhibida. Lo creí cuando lo vi. ¿Cómo era posible que los medios de agitación del régimen transmitiesen un material en el cual, por una vez, el “invicto Comandante” fuese rebatido de modo tan efectivo!
Después comprendí que en ese asunto se habían puesto de manifiesto las deficiencias intrínsecas de un sistema en el que un jefe absoluto se rodea de incondicionales. Imaginé al “Máximo Líder” preguntando de manera displicente: “¿Qué les pareció lo sucedido?”. Supuse la respuesta: “¡Usted barrió el suelo con ese tipo, Comandante!”. De inmediato, otra pregunta: “¿Ustedes creen que nuestro pueblo debería ver eso?”. “¡Claro que sí, Comandante! ¡Excelente idea!”.
Toda esta introducción es para llegar al tema actual de las votaciones para diputados del pasado domingo. Como se recordará, cuando en 1976 el “Máximo Líder” decidió “institucionalizar” el país, la única votación popular que se realizaba en Cuba era la que tenía por objeto seleccionar a los delegados municipales.
A ese sistema podemos ponerles los peros que le cuadran a cualquier proceso comicial comunista. En particular, cabe objetar que los candidatos sean nominados sólo en asambleas de vecinos, en las cuales se vota a mano alzada. Esto, a su vez, en un Estado-policía como Cuba, hace casi imposible que resulte nominado un candidato que discrepe de manera pública del régimen imperante. Por ello, se trata de un proceso deficiente, pero que sí merece el nombre de “elecciones”, pues los ciudadanos pueden escoger entre varios candidatos.
Pero he aquí que en 1992 se hizo una reforma general de la carta magna. A partir de entonces, los diputados fueron votados por los ciudadanos (hasta ese año, esa facultad correspondía a las asambleas municipales). Barrunto que, al momento de redactar los nuevos preceptos de la “Constitución socialista” y de la Ley Electoral, el “Máximo Líder” no tuvo en cuenta las experiencias de los “países hermanos” de Eurasia.
Como se sabe, en estos últimos las elecciones se realizaban por distritos uninominales. En cada uno de estos, para la correspondiente curul de diputado, había un solo candidato, cuyo nombre era el único que figuraba en la boleta. Esta barbaridad se complementaba con una práctica descarada, pero efectiva: para votar por el candidato único no era necesario marcar nada en la boleta; bastaba con doblarla y depositarla en la urna.
Al parecer, durante la reforma de 1992, el “Máximo Líder”, por sí y ante sí, diseñó el método de votación de los diputados en Cuba. Como se sabe, este sí requiere que se hagan una o varias cruces en la boleta (para votar por uno, por varios o por todos los candidatos). Supongo que en este asunto, una vez más, hayan actuado los infaltables apapipios que elogiaron lo ideado por su amo. Ninguno de los yesmen se animó a recordarle a su jefe la experiencia de los “países hermanos del socialismo”.
Fue así —supongo— que se estableció el sistema actual, que permite que el porcentaje de los “votos unidos” (el realizado por todos los candidatos de cada municipio o distrito, que es el que aconseja y demanda el régimen) se aleje del 100 % que representaría lo ideal para los actuales ocupantes del habanero “Palacio de la Revolución”.
Es también así que, de conformidad con los datos oficiales preliminares anunciados por el Consejo Electoral Nacional (CEN), el pasado domingo, entre los ciudadanos que sí concurrieron a votar, hubo porcentajes apreciables de votos “desunidos”.
Según lo anunciado por la señora Alina Balseiro, concurrió a votar el 75,22 % de los electores inscritos. De estos depositaron boletas válidas el 90,28 %. De esta proporción, a su vez, se favoreció a la totalidad de los candidatos en el 72,10 % de las papeletas. Si sacamos el porcentaje de estos últimos votantes contra el censo electoral, obtendremos el 48,95 % del total.
¿De qué se ufanan entonces los comunistas! ¡Estuvieron semanas enteras agitando a los ciudadanos para que fueran a votar y lo hicieran por todos! ¡Coaccionaron a los electores con visitas a sus casas! ¡So pretexto de “enseñalarles a votar”, comitivas de niños y de otros que no lo son fueron a molestarlos en sus hogares! ¡El domingo 26 incluso hubo miembros del colegio electoral que llevaron la boleta a la casa de personas que no habían concurrido al colegio electoral, y esto pese a que no se trataba de personas con discapacidad! ¡Y pese a todo eso, menos de la mitad del censo votó como ellos lo deseaban!
¡Y todo esto —no se olvide— según las cifras oficiales! Cifras que tenemos todos los motivos del mundo para considerar harto improbables y discutibles. Primero, porque, como bien señalan los colegas de 14yMedio, “los centros de votación vacíos desmienten la participación oficial de más del 75 %”. Segundo, porque la persecución a los compatriotas que pretendían monitorear la marcha de las votaciones indica que se deseaba que el número de testigos fuese lo menor posible. Ya lo dijo el Libertador Bolívar: “Al amparo de la noche no trabaja sino el crimen”.
De todos modos, me parece harto favorable el resultado del proceso comicial. Abrigo un convencimiento: que los cambios en Cuba (al igual que sucedió en la treintena de actuales países que se han librado del comunismo en el mundo) se iniciarán por arriba. Aunque los datos anunciados al público sean falsos, los jerarcas del único partido sí sabrán los verdaderos, y ese conocimiento propiciará que acaben de dar el paso que el país necesita de modo desesperado.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org