El primer trimestre de 2023 ofreció un gran plot twist en la narrativa económica del año electoral: el problema de la deuda en pesos, omnipresente en la conversación pública hasta hace poco, cedió el centro de la escena al problema de la escasez de dólares.
El primer eslabón en la cadena causal del reciente empeoramiento económico es la sequía, cuyo impacto se siente en las cuentas fiscales (por una caída en los ingresos por retenciones), en la dinámica financiera (sin dólares, el rumbo del programa con el FMI se vuelve una gran incógnita) y en la actividad económica (no sólo porque cae el rendimiento de la cosecha sino también porque se esfuman los dólares para importar insumos). De hecho, la economía argentina probablemente esté por entrar en recesión (definida técnicamente como dos trimestres consecutivos con caída en la actividad): datos publicados la semana pasada por el INDEC muestran que la economía se contrajo un 1,5% en el 4T de 2022, y el turbulento 1T de 2023 difícilmente revierta la tendencia.
Ahora, en cambio, llegó el turno de la política. “Quiero ratificar la decisión de que no seré candidato en la próxima elección“. Con esas palabras, y en un video cuidadosamente editado, Mauricio Macri anunció el último domingo que no competirá por la presidencia.
La estabilización y sus laberintos
La elección de las palabras desnuda una operación simbólica intrigante: el expresidente dijo que “ratificaba” su no participación, es decir, que confirmaba algo ya sugerido. En efecto, algunos analistas políticos encontraron vagas sugerencias en ese sentido en los últimos libros de Macri. Sin embargo, esa es una lectura curiosa de las incursiones del expresidente en el mundo editorial; después de todo, los libros se titularon Primer tiempo y Para qué, y funcionaron principalmente para reinstalar a Macri en la escena pública y para alimentar la ambigüedad acerca de una eventual candidatura. En la “ratificación” de Macri de que no será candidato hay una especie de construcción retrospectiva de la magnanimidad.
Ese primer elemento comienza a insinuar algo obvio: que la historia del renunciamiento de Macri no es simplemente una historia de altruismo y generosidad. Por empezar, y de acuerdo con una encuesta de opinión pública de Berensztein/D’Alessio IROL (marzo 2023), la decisión de bajarse tiene un enorme respaldo de la opinión pública (67% de aprobación), que se acentúa entre los votantes de Juntos por el Cambio (86%) y los libertarios (69%), y se diluye entre los votantes del Frente de Todos (al 56% le resulta indiferente). Los encuestados, además, creen que JxC es el más beneficiado por la decisión del expresidente (63%), que al interior de JxC el más beneficiado es el PRO (71%), y que al interior del PRO la más beneficiada es Patricia Bullrich (50%).
Sin embargo, el resultado más sugestivo de la encuesta refiere a la pregunta sobre el rol que Macri debería tener en la vida pública del país: aunque el 57% del total cree que no debería tener ninguno, el 52% de los votantes de JxC cree que debería ser asesor del presidente, y el 35% que debería liderar algún ministerio (los encuestados pueden elegir ambas opciones, por lo que esos porcentajes no se suman). Todo esto es evidencia de que la decisión de Macri de no participar tiene sentido desde un punto de vista estratégico: sale de la competencia política directa, pero gana en imagen y gana en centralidad.
Por todo esto, debemos entender que la renuncia de Macri es la espuma de algo más profundo: la búsqueda de un lugar simbólico en el sistema político y en la coalición de JxC. En ese sentido, vale la pena detenerse sobre un nodo clave del universo conceptual que Macri desplegó en los últimos días, primero en su video y luego en participaciones televisivas. En su discurso, Macri volvió con su ya conocida reivindicación de los equipos de trabajo como mecanismo de gestión y de administración de la cosa pública. El equipo, cristalización de un liderazgo racional -weberiano, se antepone así a los “liderazgos mesiánicos” que son el principal problema de la deriva política argentina en el diagnóstico de Macri.
La crítica mesiánica de Macri dispara varias reflexiones. En primer lugar (y asumiendo que la categorización tiene sentido), pasa por alto el hecho de que la Argentina de la última década ha fracasado en las dos cosas, en el liderazgo mesiánico y en el liderazgo de equipo, y que Macri es partícipe de uno de esos fracasos. El gobierno de Macri, incluso, con sus graves problemas de coordinación entre la política monetaria y la política fiscal, difícilmente sea un ejemplo obvio de las promesas del trabajo en equipo. La crítica mesiánica es un tiro por elevación a Javier Milei y a Cristina Kirchner, las dos ofertas competitivas por derecha y por izquierda de JxC, y por lo tanto un intento de fortalecer la posición de la principal coalición opositora. Sin embargo, y en relación con Cristina, ¿Cuánto filo analítico tiene esa categoría para una líder política que perdió elecciones en 2009, 2013, 2015, 2017 y 2021, y que, además, ofreció capital político y resignó centralidad, aunque marginalmente, para que Alberto Fernández llegue a la presidencia? Hay, en el fondo, una confusión en este nuevo Macri que quiere posicionarse por encima del barro de la disputa política, confusión que disminuye el valor de sus aportes a la conversación pública: el problema no es el liderazgo mesiánico, sino la calidad de las políticas públicas.
De esta manera, y frente a la imposibilidad de restablecer por el momento su liderazgo (no-mesiánico), Macri comienza a refugiarse en una dimensión simbólica, lo que pone en el centro de la escena una pregunta: ¿Qué tipo de expresidente será Macri? ¿Un expresidente como George W. Bush, retirado de la escena pública y dedicado a la pintura? ¿Cómo Barack Obama, enfocado en la industria del entretenimiento? ¿Un expresidente a la uruguaya, promotor de la convivencia democrática?
En un contexto global de gerontocracias competitivas, creer sin más que Macri, de 64 años, dedicará su tiempo a leer y escribir libros (como sugirió) parece ser, ante todo, un acto de precocidad. Macri comienza a delinear un lugar nuevo: el de expresidente en un gobierno que, a todas luces, será de su propia coalición. La pregunta, como el título de su último libro, es para qué.
Fuente El Cronista