
LA HABANA, Cuba. – En abril de 1870 José Martí, con solo 17 años, se convirtió en el preso número 113 de la primera brigada de hombres blancos que realizaba trabajos forzados en las canteras de San Lázaro. Rapado y encadenado de la cintura al tobillo, el hijo amado de doña Leonor Pérez conoció los rigores y abusos del régimen colonial. Todos los horrores vividos durante aquellos meses de castigo, quedaron plasmados en su obra El presidio político en Cuba, publicada en España, el 13 de abril de 1871.
En ella Martí describió, vívidamente, la rutina despiadada en que transcurría la vida de los presos, las largas caminatas bajo un sol calcinante, las quemaduras provocadas por la cal de las canteras, los muertos por causa de castigos violentos, hambre y epidemias. Impresionado por la magnitud de los crímenes que debió presenciar, nombró a las víctimas cuyo martirio presenció de cerca, y particularmente desgarrador fue el relato de la visita de su padre, Mariano Martí, quien mucho sufrió al ver el pie llagado de su hijo por el roce del grillete, y el maltrato que estaba sufriendo en aquel sitio infernal.
A pesar de las consecuencias que el independentismo de Martí representó para el hogar familiar, Leonor y Mariano lo apoyaron durante ese difícil período que marcaría al joven para siempre; no solo por los abusos físicos que se cometían, sino por la grave lesión a la moral y la condición humana.
En la Cuba del siglo XXI, el presidio político sigue siendo igualmente brutal e injusto. Menores de edad son llevados a prisión por reclamar derechos; las fuerzas del orden aplican golpizas preventivas o de escarmiento, según el caso, para evitar manifestaciones contrarias a la dictadura comunista.
También en las cárceles cubanas de hoy los presos sufren torturas, hambre y violaciones flagrantes a su condición de seres humanos. Se enferman y sus carceleros les niegan atención médica, les prohíben informar a sus familiares y, si están muy deteriorados físicamente, cancelan las visitas reglamentarias para que sus seres queridos no puedan comprobar personalmente el alcance de los castigos y el ensañamiento.
Los horrores que en 1871 describiera el Apóstol, continúan vigentes bajo otro yugo que tampoco tiene piedad, que no discrimina entre hombres y mujeres a la hora de ejercer su brutalidad, y que, además, se vale de todos los métodos posibles de hostigamiento para que las denuncias no salgan a la luz.
Fuente Cubanet.org