
HARRISONBURG, Estados Unidos. — A pesar de los años transcurridos desde mi época de estudiante del preuniversitario Jorge Luis Estrada, en Cienfuegos, no he olvidado el impacto que provocó en mí aquel primer encuentro con la poesía de César Vallejo.
Fue gracias a nuestra querida profesora de Español y Literatura, la inefable Zenaida López Casañas. Maestra desde antes del triunfo del castrismo, la doctora Zenaida tenía la peculiaridad de atraer nuestra atención de inmediato y lograr que no nos contentáramos con la información que ella podía ofrecernos en el marco del programa de estudios. Por eso, aquel día, luego de escuchar en su voz ese poema extraordinario que todavía es “Los heraldos negros”, decidí que tenía que leer a Vallejo.
Hoy, 15 de abril, se cumplen 85 años de la muerte de este gran poeta peruano. En su poema “Piedra negra sobre piedra blanca” había asegurado que moriría en París un jueves, con aguacero.
Una vida marcada por la desgracia
Hijo de Francisco de Paula Vallejo Benítez y de María de los Santos Mendoza Gorrionero, César Vallejo Mendoza fue el menor de los once hijos concebidos por ese matrimonio.
Nació el 16 de marzo de 1892 en Santiago de Chuco, un intrincado pueblito de los Andes peruanos.
A los 19 años, Vallejo se trasladó a Lima para estudiar en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, donde en 1915 obtuvo la licenciatura en Literatura Española.
Durante esos años de estudio conoció a los intelectuales Antenor Orrego y Víctor Raúl Haya de la Torre, este último fundador del movimiento político Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), el partido político más antiguo que existe hoy en Perú, actualmente conocido como Partido Aprista Peruano (PAP).
Las ideas de ambos intelectuales-escritores, filósofos y políticos-ejercieron honda influencia en Vallejo y en la radicalización de su postura política, aunque en ello también influyó la experiencia que vivió en las plantaciones agrícolas, donde conoció los abusos que se cometían contra los trabajadores.
Esa radicalización, sin dudas, fue potenciada posteriormente por el injusto encarcelamiento que sufrió tras regresar a su pueblo natal.
En 1918 falleció la madre del poeta y este decidió regresar a Santiago de Chuco. Meses después sería acusado como instigador de un delito de daños a una importante propiedad. Enterado de la acusación que se fraguaba en su contra, César Vallejo decidió esconderse, pero fue descubierto y llevado a la cárcel, donde cumplió 112 días de prisión.
Los entretelones de esta injusticia fueron revelados por el jurista Eduardo González Viaña en su obra Vallejo en los infiernos, en la que demostró la componenda que existió entre los enemigos del poeta y el juez que siguió la causa. Y aunque recibió la libertad temporal, el proceso nunca se cerró, por esa razón decidió emigrar a Europa y se estableció en París.
En 2007, más de 80 años después de aquella injusticia, el poder judicial de Perú reivindicó la memoria del poeta.
En París, Vallejo vivió sumido en la pobreza algunos años. Allí se relacionó con muchos intelectuales y artistas de la época.
Ya en 1927 había abrazado la ideología marxista, como otros tantos intelectuales de su época. También realizó varios viajes a la Rusia bolchevique. De sus experiencias en ese país surgieron dos libros de crónicas titulados Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin, publicado en Madrid ese año y Rusia antes del segundo plan quinquenal, terminado en 1932 y publicado por su viuda en 1965.
Además de estos libros de crónicas, Vallejo publicó numerosos artículos en periódicos y revistas de Europa y América. Dejó inéditas varias obras de teatro y publicó las novelas Fabla salvaje y El tungsteno, esta última inspirada en el realismo socialista, así como el libro de cuentos Escalas melografiadas.
Una poesía renovadora e ineludible
Sin dudas, fue la poesía la que singularizó a Vallejo dentro de la literatura hispanoamericana y más allá. En 1919 apareció en Lima su primer poemario, titulado Los heraldos negros, con el que se situó en un lugar de vanguardia.
En 1922 publicó Trilce, donde expondría su singular talento poético. Todavía, 101 años después, la obra es considerado como una de las más vanguardistas de la lengua española. Los estudiosos afirman que en Trilce Vallejo llevó el lenguaje a extremos nunca antes vistos en nuestra lengua. No sólo inventó palabras y amplió la sintaxis del idioma, sino que se adelantó a los surrealistas al usar técnicas como la escritura automática. Se ha especulado que el título del poemario surge de la unión de las tres primeras letras de la palabra “triste” y las últimas cuatro de “dulce”.
Como otros intelectuales de su época, César Vallejo se alineó en defensa de la república española y se involucró en esa cruenta contienda. De esa experiencia surgió su libro de poemas España, aparta de mí este cáliz, publicado póstumamente por su viuda, un texto donde algunos estudiosos afirman que abordó un tema inmortal como lo es el enfrentamiento del bien contra el mal, aunque la historia ha dejado claro que el mal estuvo presente en ambas partes.
También con carácter póstumo fue publicado su libro Poemas humanos, expresión de la madurez poética del peruano.
El ya fallecido poeta crítico y biógrafo británico Martin Seymor Smith, toda una autoridad en estudios literarios, ha considerado a Vallejo como “el más grande poeta del siglo XX en cualquier idioma”, mientras que Thomas Merton, monje trapense estadounidense, escritor, teólogo, místico y poeta, lo consideraba “el mayor poeta universal desde Dante”.
Por su parte, el crítico Harold Bloom incluyó el poemario España, aparta de mí este cáliz dentro del Canon Occidental.
Pero cada vez que leo algo sobre Vallejo recuerdo a mi querida profesora Zenaida, la hermosa vista de la ciudad que podíamos disfrutar desde la loma del pre y, sobre todo, nuestra ingenuidad.
Parodiando a un hermoso y conmovedor poema del peruano, el que dedicó a su hermano Miguel, hoy quisiera pedirle que regresara para escucharla hablar de otras esperanzas y sueños, diferentes de aquéllos en que nos hicieron creer y terminamos sin ver, porque sencillamente eran falsos.
Vallejo no murió un jueves, sino un Viernes Santo. Y aunque murió creyendo erróneamente en la URSS y en el marxismo, parte de su vaticinio se cumplió: murió en París a los 46 años y ese día llovió.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org