LA HABANA, Cuba. — El pasado viernes, la Televisión Cubana exhibió la imagen del presidente colombiano Gustavo Petro y el jefe negociador de la banda que se autodenomina “Ejército de Liberación Nacional” (ELN), Pablo Beltrán. Ambos se dieron la mano al término de la tercera ronda de negociaciones entre ellos. También aparecía Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presidente de la “Continuidad” cubana.
Todos sonríen; el jerarca cubano parece hacerlo más que los otros dos,… aunque quizás nos da esa impresión por ser el único que está de frente. Los tres pertenecen a la misma camada izquierdosa, aunque sus padres sean diferentes. Díaz-Canel ya se sabe que figura en las filas del marxismo-leninista más o menos clásico. Beltrán y sus compinches disfrutaron del apoyo entusiástico de los Castro. Y ya sabemos que Petro cojea de la misma pata: de joven, militó en el Movimiento “19 de abril” (M-19), otra guerrilla subversiva, aunque en la actualidad desempeña la Presidencia por el voto de los colombianos.
Pese a las distintas razones que cada uno tiene para ello, considero que los tres tienen algún motivo para la pública exhibición de alegría. Ese tipo de cosas suele suceder cuando todos salen ganando algo de un acuerdo. Para alcanzar mayor claridad en la exposición, conviene señalar el beneficio concreto obtenido por cada uno de los tres intérpretes.
Comencemos por “nuestro presidente” Díaz-Canel. Como simple facilitador del acuerdo alcanzado y mero anfitrión de ambas partes en La Habana, es el que menos tendría que ufanarse de lo alcanzado. Pero hay que reconocer que el destino no ha sido generoso con él. Como reza el dicho popular sexista, a él le ha correspondido “bailar con la más fea”. Le ha tocado administrar, al menos en el plano formal, la bancarrota final del castrismo.
Por ello nos resulta forzoso reconocer que, en los años en que ha figurado como jefe, los motivos para la risa no han abundado. Su presidencia ha estado marcada por protestas populares multitudinarias y generalizadas, represiones brutales de ellas ordenadas por él mismo, incendios letales, éxodo de cientos de miles, constantes apagones, así como una involución económica que ha conducido a la generalidad de los cubanos a la miseria, y a algunos a la indigencia.
Para colmo, ahora su jefatura queda marcada por grandes inundaciones que han ocasionado daños de alguna consideración. Alguien podrá objetar que estamos hablando de un evento que no es responsabilidad del personaje. Es verdad que se trata de un fenómeno meteorológico, pero no conviene que olvidemos el sabio refrán: a perro flaco, todo son pulgas.
Aunque en este caso los cuadrúpedos más afectados no son canes, sino nueve pecaríes del Zoológico de Camagüey. Según CubitaNow, los animales fueron trasladados “hacia el lugar establecido, amplio y con determinada altura”, pero “el estrés producto de la situación” ocasionó el ahogamiento de nueve… ¿A qué barrigas habrán ido a parar esos semovientes que —nos informa 14yMedio— son mamíferos “similares al cerdo”!
En cualquier caso, y en vista del mar de calamidades sobre el que le ha tocado presidir, Díaz-Canel aplica otro refrán y presenta al mal tiempo, buena cara. A pesar del muy discutible valor del acuerdo alcanzado (más adelante diré por qué) ese villaclareño que llegó a la presidencia por el voto de 605 compatriotas ha mostrado un regocijo que sería más adecuado si le hubiese tocado terciar en un compromiso de importancia histórica universal.
En lo que atañe a Pablo Beltrán y sus compinches de pandilla, todo parece estar más claro. Supongo que para los subversivos del ELN no haya resultado demasiado difícil aceptar un cese al fuego por apenas seis meses (que es a eso —no a algo más pretencioso— a lo que se reduce el publicitadísimo convenio).
Durante ese limitado lapso las bandas del ELN deberán abstenerse de atacar a las tropas de la República; pero a cambio de esa limitación, tendrán la posibilidad de campear por sus respetos. No le falta razón al expresidente Duque al tuitear que la dudosa avenencia logra “paralizar la fuerza pública”; tampoco al calificarla como “un agravio al país” y un “triunfo del crimen”.
En el ínterin, los subversivos podrán continuar con los secuestros y las extorsiones a los que nos tienen acostumbrados (y que ellos, como buenos socialistas, prefieren denominar con los eufemismos “retenciones” e “impuestos”). Sobre esas actividades delictivas (o sobre otras, como las relacionadas con la coca y la marihuana) nada se ha decidido. Pero el hecho cierto es que, “gracias” al “cese al fuego”, las autoridades colombianas se verán impedidas de utilizar su herramienta más poderosa y convincente contra los malhechores.
¿Y qué decir del presidente Petro? El Jefe del Estado se encontraba en medio de un verdadero vendaval político: trascendieron unas conversaciones telefónicas entre la joven jefa de despacho del mandatario, Laura Sarabia, y el ex embajador en Venezuela, Armando Benedetti. En esas pláticas, el último, molesto por no haber sido recibido por Petro, mencionó un financiamiento ilegal multimillonario para la campaña presidencial, y amenazó con divulgarlo.
El flamante inquilino de la bogotana Casa de Nariño, como buen izquierdista, huyó hacia adelante: sin dar una explicación sobre qué había de cierto o de falso en las imputaciones que se derivan de los dichos de Benedetti, convocó a sus partidarios para que marcharan en las diversas ciudades del país. Las manifestaciones serían en apoyo a su gobierno y a las “reformas” que él propugna.
En medio de ese turbio contexto, el “cese al fuego” acordado por seis meses, pese a estar muy lejos de la “paz total” que el mandatario prometió a los colombianos, sirve como una oportuna cortina de humo para acallar el escándalo. Supongo que, en su fuero interno, Gustavo Petro, parafraseando al rey francés Enrique IV, haya pensado que la maniobra de distracción “bien vale un viaje a La Habana”.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org