MADRID, España. —Acaba de morir Manuel Díaz Martínez; y no por esperada, su muerte duele menos. Era un hombre necesario, sensible y con una capacidad de autocrítica y generosidad excepcionales.
Fue comunista cuando estaba mal visto. Fue castrista cuando la mayoría de los cubanos pensaron que se colocaban en el lado correcto de la historia. Después rompió públicamente con la dictadura, junto a otros nueve compatriotas, y aquella “Carta de los Diez” le costó exilio, pero nunca rencor.
Poco tiempo después de llegar a España, perdió a Ofelia, su musa más coherente, sensata y exigente; aunque no lo pareciera. Fue un golpe durísimo, que encajó con la virtud de quienes se saben caracoles: siempre con la casa a cuestas. A pesar de ello oteaba en Las Palmas de Gran Canaria, callejuelas cubanas.
No tengo conocimientos para valorar su obra poética, pero muchos de sus poemas me llegaban a un rincón del alma, como aquel de la sopa y los muertos. Era una burla a la parca y el dogmatismo.
Su defensa serena pero irrenunciable de la inclusión de un texto de Gastón Baquero en el primer número de la revista Encuentro de la Cultura Cubana frente a la cerrazón de algunos, consolidó su condición de bisagra inteligente. Manuel era culto sin aspavientos, opuesto a cualquier totalitarismo; y educado hasta el extremo de llamar dos veces para pedir perdón porque la salud impedía atender una entrevista que deseaba.
Descansa en paz, Manolo, los poetas tienen la condición de eternos porque perduran en sus cantos, comunicándose con generaciones futuras que van descubriendo la mirada de quien olisqueó vericuetos infinitos y consiguen convertirlos en letras imprescindibles.
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Fuente Cubanet.org