
LA HABANA, Cuba. — Ya podemos hablar en presente del aniversario setenta del asalto a los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, en las ciudades orientales de Santiago de Cuba y Bayamo. Durante más de una semana, la propaganda comunista, centrada en la celebración de la luctuosa efeméride, no ha cesado de recordárnosla.
No han faltado, a todo lo largo del país, los actos provinciales consagrados a exaltar la fecha. La prensa oficialista cubana, con varios días de antelación al 26 de julio, ha reportado las concentraciones realizadas a modo de celebración. Pero hay un aspecto que, en mi modesta opinión, vale la pena señalar, pues no deja de resultar curioso.
Me refiero a la práctica de designar como sede de esos actos a pequeñas cabeceras municipales de las provincias respectivas. A modo de ejemplos puedo señalar que ese ha sido el caso de Ciro Redondo en Ciego de Ávila, de Abréus en Cienfuegos, Yaguajay en Sancti Spíritus, Camajuaní en Villa Clara, Pedro Betancourt en Matanzas.
¿Mera coincidencia o nueva treta deliberada del castrismo? Me inclino por la segunda versión. Con estos comunistas siempre resulta productivo aplicar el sabio refrán: “Piensa mal y acertarás”. Es el caso que durante estos más de sesenta años ha sido una constante la realización de distintas obras públicas para celebrar el arribo de la efeméride. Y desde luego que, en medio de la miseria entronizada por el sistema, es más fácil limitarse a inaugurar un par de obritas, que en un pueblito pequeño como los mencionados se echa mucho de ver.
En el ínterin, la fecha, en que se conmemora la muerte de varias treintenas de cubanos a manos de compatriotas, sigue conmemorándose como una fiesta. De nada sirvió lo escrito por mis hermanos de causa —el ya fallecido profesor Félix Bonne Carcassés, Martha Beatriz Roque y Vladimiro Roca— y yo en el documento La Patria es de Todos: “A pesar de ser una fecha tan triste, se toma como un día festivo y se celebra como tal, lo que suponemos que tenga el repudio hasta de los propios familiares de los mártires”.
De hecho, la desenfrenada sucesión de bailes y borracheras que los castrocomunistas han hermanado con el 26 de julio llegó al paroxismo del descoco cuando un músico apapipio compuso una tonadilla —antaño muy repetida; ahora, por suerte, menos— cuyo pegajoso estribillo repetía sin compasión esta barbaridad: “El 26 es el día más alegre de la historia”.
Ya mediado el presente mes, cada santo día de Dios, en el horario que sigue a la Edición Estelar del Noticiero de Televisión, se transmite un programa especialmente dedicado a rememorar los sucesos del 26 de julio de 1953. El material se centra en los dichos, obras, imágenes y teorías del fundador de la dinastía castrista, así como en sus imágenes juveniles.
Pese al considerable número de entregas que tiene esa serie, en esta se han omitido aspectos de interés, que ni siquiera de pasada han sido mencionados por los realizadores. Creo que el presente trabajo periodístico representa una oportunidad para que salvemos algunas de esas lamentables omisiones.
Por ejemplo, en esos programas se le ha prestado a la segunda acción de la fecha (la escenificada contra el cuartel de Bayamo) y a su jefe, Raúl Martínez Ararás, una atención muchísimo menor que la que merecían por su importancia. Apenas se les ha mencionado. Pero razones hay para ello (desde el punto de vista castrista, claro): como que el líder de ese segundo asalto rompió con Castro y se exilió en Miami.
Otro suceso digno de ser resaltado es la Toma del Palacio de Justicia. Esta misión fue encomendada al entonces jovencísimo Raúl Castro. Se realizó con éxito. No obstante, los asaltantes, al subir a la azotea para tirotear el Cuartel Moncada aledaño, se encontraron con un alto muro de cuya existencia no estaban enterados, el cual dificultó el adecuado cumplimiento de la misión a ellos asignada.
Otro aspecto de los sucesos del 26 de julio de 1953 en Santiago de Cuba que merece ser destacado de modo especial, fue la toma del Hospital Civil “Saturnino Lora”, también enclavado junto al objetivo principal de la acción. Esta tarea fue asignada a Abel Santamaría, al que algunas fuentes catalogan como “mano derecha” de Fidel Castro.
Lo interesante de este aspecto de los sucesos es que, a diferencia del Palacio de Justicia, el referido centro asistencial estaba repleto de las personas que uno espera encontrar en un hospital de una capital provincial: niños enfermos cuidados por sus mamás, parturientas (en avanzado estado de gestación o acompañadas de sus bebés recién nacidos), ancianos enfermos, hombres recién operados o en mal estado de salud (y, por tanto, en situación de franca desventaja física).
Y fue en medio de todas esas personas que se ubicaron los combatientes encabezados por Abel, quienes, desde el hospital, se consagraron a tirotear el Cuartel Moncada. No faltó alguna anécdota curiosa, como la del veterano de la Guerra de Independencia que salvó la vida de uno de los jóvenes que había colocado a todos los pacientes en esa situación de extremo peligro.
El anciano, lejos de molestarse por esta última circunstancia, planteó que el joven desconocido era un nieto que lo acompañaba. Argumentó que su mamá debía estar muy preocupada por el tiroteo y, gracias al general respeto del que gozaban nuestros veteranos de la independencia, logró que un oficial acompañara al joven hasta que este se retiró del hospital.
Se trata de una de esas anécdotas que, de tiempo en tiempo, me inclina a repetir jocosamente: “Por cosas como esas es que yo no quiero llegar a viejo”. Pero más allá de cualquier chiste de ocasión, debemos coincidir en que el arribo de un nuevo aniversario del 26 de julio de 1953 invita a cualquier cosa, menos a la risa.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org