LAS TUNAS, Cuba. — Interesados en hacer negocios con la dictadura castrista, multimillonarios cubanoestadounidenses se reunieron en Nueva York con el autócrata de turno y jefe del Partido Comunista de Cuba (PCC), Miguel Díaz-Canel, en ocasión de su participación en el 78 Período Ordinario de Sesiones de la Asamblea General de Naciones Unidas y de otros cónclaves del Grupo de los 77 más China, de los que Cuba es presidente pro tempore.
Pero, siendo Díaz-Canel lo que en esencia es: un heredero político de Fidel y Raúl Castro, dijo a los magnates de origen cubano lo que siempre vociferaron los hermanos Castro: que el Estado cubano está considerando permitirles que inviertan y posean negocios en la Isla. Y yo lo creo. Pero no ahora.
Imaginan ustedes… “permitir a los cubanoestadounidenses que inviertan y posean negocios en la isla”… pero no serán dueños de estaciones de radio y televisión, periódicos, editoriales, empresas pujantes en licitación, sino de una revistita (anclada siempre a lo que permite o niega el PCC) y de negocios para importar autos, lavadoras, salchichas, queso, espaguetis, pollo o café, que es útil y bueno, pero no suficiente.
Estos son apuntes, claro está, al correr de la pluma y sin más reflexión que lo textualmente expresado por la Constitución de 2019 y todo el cuerpo legal que de ella se deriva, y que funciona como un atajadero, como una talanquera en un potrero, y no sólo para las inversiones, sino para la vida toda, de los cubanos todos, no importa qué otra ciudadanía posean ni donde residan. Y por atajar entiéndase interceptar, parar, detener, cortar, sujetar, impedir al ciudadano cubano la disposición de sus bienes haciendo uso del mejor derecho.
No imaginen ustedes a muchos inversionistas (porque no todos los cubanoestadounidenses con capital suficiente tienen vocación de pedagogos-empresarios ni les interesa ni tienen coraje para revivir una nación en ruinas, material y moralmente hablando), sino piensen en algo así como en una docena de multimillonarios cubanoestadounidenses (prefiero llamarlos cubanoestadounidenses, porque americanos somos todos, desde el Cabo de Hornos, en Chile, hasta la desembocadura del Río Yukón, en Alaska) invirtiendo en Cuba en fábricas de cemento, en metalurgia, en la construcción, en un turismo competitivo y no de mochila y meros megadormitorios con restaurantes insípidos, poniendo dinero en la agroindustria azucarera, arrocera, en la ganadería, para que den utilidades.
Piensen en esos empresarios transformando las maniguas y tierras ociosas, puro latifundio estatal improductivo, en empresas madereras y turístico-forestales prósperas; tendiendo vías férreas; construyendo carreteras, caminos, fuentes estables de agua potable y de energía eléctrica; asilos para ancianos y personas desvalidas a cuenta del Estado, que emplearía sus ingresos por conceptos de impuestos y otras contribuciones públicas en hospitales y clínicas modernas, en lugar de en ejércitos y escuadrones de la policía política mientras el crimen crece.
Seguramente, esos mismos empresarios restituirían puertos y aeropuertos, haciendo vivo el comercio, enaltecedora la educación, la ciencia, las artes, las letras, y no lo que hoy son: melladas herramientas al servicio de un Estado totalitario obtuso, cerrado.
En suma, imaginen ustedes un abanico de capitales trabajando para hacer de Cuba un país civilizado del siglo XXI y no para devolverlo a un “capitalismo cruel”, como dicen los comunistas atrincherados en sus discursos, que son en realidad su modo de vida y su capital monopolista.
Es demasiado pedir peras al olmo. Si estuvieran funcionando todas esas inversiones con las que ahora soñamos, en Cuba ya habría muerto el comunismo.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org