La última vez que se vio a Rafael Nadal en una pista, en competición, fue con camiseta naranja y pantalón blanco, agachado, en cuclillas, con la mano izquierda sobre la cadera, con la cabeza gacha y gestos de dolor en el rostro. Aguantó el resto de ese partido de segunda ronda del Abierto de Australia, ante Mackenzie McDonald, pero ya no era el Nadal de las alegrías, sino el de las cicatrices. Esa imagen, y las posteriores pruebas médicas, confirmaron lo que se intuía, pero no se quería escuchar: otra lesión, en el psoas ilíaco, iba a dejar al tenis sin Nadal y a Nadal sin tenis. Durante un tiempo, además, que se ha hecho demasiado largo.
Porque hubo tímidos intentos por volver, esperanzado el personal cada vez que había mensaje en las redes sociales, cada vez que se acercaba la temporada de tierra batida. Pero era una negativa detrás de otra: sin Montecarlo, sin Barcelona, sin Madrid, sin París. Y ahí se congeló el tenis para muchos aficionados, porque Nadal no solo no acudiría a Roland Garros, sino que no volvería a una pista en toda la temporada. Sin embargo, nadie dudó de que sería una pausa, que cumpliría el balear su palabra de no despedirse en una sala de prensa, que se lo había ganado con creces.
El día de su 37 cumpleaños, una operación para limpiar la lesión en el psoas y otras viejas heridas; en octubre, un vídeo en el gimnasio; en noviembre, las imágenes y, sobre todo, los sonidos de su raqueta en un entrenamiento en pista. Y la ilusión regresó hasta convertirse en una certeza en diciembre: Nadal vuelve al tenis.
Lo hacía esta madrugada, en un primer encuentro con la competición después de 347 días de ausencia. Para que el aterrizaje fuera lo más seguro posible, debutaba en el cuadro de dobles, de la mano de su amigo y entrenador Marc López. Pero se calibrarán todas las armas, físicas, mentales y emocionales, con más detalle este martes, en su primer partido individual, contra un rival de la previa.
Reconocía el de Manacor las dificultades de este regreso, con dudas de mil tipos. Apenas ha podido entrenarse a alta intensidad en el último mes y, además, vuelve a un tenis arrollador, velocísimo y con protagonistas que imponen la potencia por encima de todo lo que el balear ha aportado a este deporte: estrategia, tiempo, control, paciencia.
Holger Rune y Andy Murray comprobaron que, a pesar de esa falta de rodaje, el Nadal de los entrenamientos de estos días es muy parecido al que se marchó el pasado enero, con una hoja impecable de 22 Grand Slams y 92 títulos que, hoy por hoy, al balear -eso dice él- le queda lejos ampliar. Para Nadal, volver al tenis ya es una victoria. «Nunca sabes qué va a pasar. No sé cómo irán las cosas, pero en mi mente está intentar ser cada vez más competitivo según vaya avanzando la temporada. Ahora es muy pronto». Pero de Nadal, ya se sabe, todo se puede esperar. Según estos primeros pasos, se irán multiplicando las ilusiones, con Roland Garros al fondo de la esperanza. Queda un mundo, pero los rivales saben de lo que es capaz. «Siempre se tiene que esperar lo máximo de él», aseguraba Novak Djokovic. «Creo que está listo para hacer grandes cosas», auguraba Carlos Alcaraz.
Nadal ha tenido otras bajas más o menos largas. Estuvo fuera del circuito unos seis meses en 2016, otros cuatro desde a finales de 2021 hasta Australia 2022; y otros cinco desde Wimbledon 2012 hasta febrero de 2013; pero nunca tanto tiempo como esta de 2023, once meses, 347 días, ya con 37 años y medio en las piernas. De ahí que su regreso sea todo un acontecimiento no solo deportivo y social, sino casi médico, por todo lo que podrá estudiarse de un cuerpo que cae una y otra vez, y una mentalidad que se levanta una y otra vez. Es Rafael Nadal.
Fuente ABC