LA HABANA, Cuba. – Por estos días supimos la triste noticia de que a Crescencio, un vecino muy querido, lo encontraron ahorcado. Era educado y amable. Rondaba ya los 90 años y vivía solo en una pequeña y derruida habitación en un pasillo de la calle 13. Quienes lo conocían desde hace años cuentan que no tenía familia, y que en los últimos meses salía poco a la calle, pues le resultaba difícil caminar, y se quejaba con mucha frecuencia de su dura situación. Crescencio se suicidó por hambre, por angustia, por desesperación…
Y es que el vertiginoso aumento de los precios de los alimentos, la creciente escasez de estos y la falta de dinero para adquirirlos han hundido a demasiados cubanos en un grado inconcebible de miseria. La actual crisis nos ha golpeado a todos, y con más fuerza, lógicamente, a las personas vulnerables como discapacitados y enfermos crónicos, madres solteras, personas sin respaldo económico, etcétera. Y dentro de ellas, entre los más afectados están los ancianos. Son muchos los que viven en la indigencia. Duermen en los portales y deambulan por las calles enajenados, registrando ávidamente los contenedores de basura en busca de algo que llevarse a la boca. Un lamentable espectáculo que no pasa desapercibido para nadie, aunque los medios oficiales, en abyecto intento de tapar el sol con un dedo, se empeñen en repetir las huecas consignas castristas, como aquella de que “nadie quedará desamparado”.
Acaso para aparentar preocupación, precisamente por estos días la Seguridad Social entregó algunos módulos gratuitos con 1 kilogramo de arroz, otro de azúcar, un paquete de espaguetis y una latica de pescado. La distribución de esas ultrajantes raciones comenzó a mediados de 2021, pero además de que su contenido ha mermado desde entonces, no se ha materializado todos los meses. Tampoco la asistencia social llega a la totalidad de los necesitados. Ni siquiera existe un trabajo serio y exhaustivo para ubicarlos e identificar sus carencias. En muchos casos, incluso, el Gobierno evade su responsabilidad escudándose tras quienes ha dado en llamar “familiares obligados”, en especial si estos residen en el extranjero.
Desde que en 2020, como parte de la llamada “Tarea Ordenamiento”, el régimen proclamó eliminar el subsidio a productos para en su lugar subsidiar a las personas “que en realidad lo necesitaran”, y a pesar de la copiosa propaganda oficial sobre sus “enormes” esfuerzos en ese sentido, en nada se ha visto aliviada la situación económica de los desvalidos. Por el contrario, al aumentar los precios de todos los productos de primera necesidad ―hasta ese momento supuestamente subsidiados― y reducir el presupuesto de la Seguridad Social, el régimen de La Habana, en la práctica, incrementó el total de familias cubanas que se encuentran por debajo del nivel de pobreza.
Hoy son evidentes los catastróficos resultados del ordenamiento económico iniciado en 2021, el cual nos vendieron como un proceso provechoso y conveniente que nos ayudaría a mejorar nuestra economía. Y para hacer la trampa aún más atractiva, anunciaron el aumento de salarios y pensiones. Claro que simultáneamente incrementaron los precios no solo de los víveres incluidos en la menguante libreta de racionamiento, sino también de servicios básicos como el gas, el agua, el transporte y la electricidad.
En aquel momento, no pocos percibieron que estas medidas no estaban encaminadas a beneficiar a las familias cubanas. No pocos quedaron indignados y decepcionados al escuchar a través de los medios los ilusorios cálculos de los dirigentes sobre la distribución de los ingresos. En opinión de muchos, una cruel burla solo comparable con aquella tediosa campaña televisiva emprendida por Fidel Castro en el año 2010 para hacernos tragar su malhadada “involución” energética.
También en esta ocasión, como entonces, funcionarios cómplices hicieron promesas que no pensaban cumplir, como asegurar que los artículos de la cartilla de racionamiento estaban garantizados cuando en realidad se nos venía encima una carestía de alimentos, medicinas y productos básicos sin precedentes en nuestra historia. Carestía que cada día va en aumento y ha provocado a su vez una devaluación extrema del peso cubano, al punto de la hiperinflación. Para que se tenga una idea de hasta qué extremos ha descendido el poder adquisitivo de los cubanos, y en particular de los ancianos, baste señalar que la pensión mínima oficial (las hay más bajas) equivale hoy a un pomo de aceite: 1.500 pesos.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org