Las protestas contra el fraude electoral no han cesado, pero Maduro, con el apoyo de los militares cubanos expertos en terrorismo contra el pueblo, ha logrado imponerse y sostener el poder.
Después de un colosal fraude, Nicolás Maduro ha decretado adelantar las navidades en Venezuela para el próximo mes de octubre, más de dos meses antes de las tradicionales festividades. Muchos lo llaman loco, pero su decisión tiene un trasfondo político: desviar la atención, aparentar calma y tratar de pasar página.
Miles de asesinados, detenidos, torturados y perseguidos en menos de dos meses. La Fiscalía de Venezuela emitió una orden de detención contra el presidente electo Edmundo González, quien ha debido marchar al exilio en España para proteger su vida. En alocuciones de Maduro y sus funcionarios, estos han arremetido contra la líder de la oposición María Corina Machado y su equipo, calificándolos como terroristas. Los videos que circulan en redes sociales y medios de prensa evidencian el clima de terror en Venezuela: golpizas y secuestros de jóvenes y de opositores en la vía pública o en sus casas –antes y después de las elecciones presidenciales– por parte de los militares venezolanos.
Las protestas contra el fraude electoral no han cesado, pero Maduro, con el apoyo de los militares cubanos expertos en terrorismo contra el pueblo, ha logrado imponerse y sostener el poder.
Tras casi dos meses, pareciera que la oposición venezolana ha llegado a un punto muerto. María Corina Machado mantiene las expectativas y el pueblo ha tomado las calles para tratar de echar a los usurpadores, pero las movilizaciones populares de ciudadanos pacíficos y desarmados, aunque sean mayoría, por sí solas no pueden derrocar a una mafia que opera a punta de pistolas.
Los cubanos sabemos bien de esto porque lo hemos viviDo y conocemos de lo que son capaces.
En Cuba hemos tenido miles de fusilados y presos políticos desde 1959, y pasamos por un 11 de julio de 2021, las mayores protestas en contra del régimen cubano en más de seis décadas; durante dos días, los cubanos se mantuvieron en las calles, enfrentando la represión. Miles resultaron violentamente detenidos, hubo al menos un asesinado y decenas de heridos. Fueron días de terror: los militares secuestraban a las personas de sus casas en medio de la noche, pasaban días desaparecidos, eran torturados para que confesaran haber participado en las manifestaciones. En los meses siguientes, cientos fueron procesados y condenados hasta a 25 años de prisión. Tres años más tarde, tenemos al menos 1.100 presos políticos en Cuba.
¿Qué ha hecho la comunidad internacional? Biden aplicó ciertas sanciones simbólicas a militares responsables de la represión. La Unión Europea y algunos gobiernos de las democracias occidentales condenaron los encarcelamientos masivos y la violencia policial. En las Naciones Unidas se han presentado decenas de informes de violaciones de derechos humanos. Sin embargo, Josep Borrell, el alto representante de la Unión Europea (UE) para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, visitó la Isla menos de dos años después y los derechos humanos fueron un punto de menor importancia en su agenda. Y, en la ONU, Cuba fue reelecta, por sexta ocasión, para integrar el Consejo de Derechos Humanos.
¿Qué han hecho esos mismos organismos y gobiernos por Venezuela? La administración de Biden aplicó algunas sanciones y confiscó el avión que usaba Maduro en sus viajes internacionales; pronunciamientos simbólicos de gobiernos y organizaciones pero, pese a las evidencias de fraude y represión, ni siquiera se ha reconocido internacionamente a Edmundo González como presidente electo.
Si bien es cierto que el rechazo y denuncias internacionales son importantes, estas se quedan en el ámbito simbólico. La presión tendría que ser más concreta, como el bloqueo y/o congelamiento de cuentas bancarias y propiedades en el exterior de los responsables de las violaciones, el cese de envíos de ayudas que, en definitiva, van a parar a manos de los dictadores, también cortar todo vínculo con esos regímenes y sus negocios internacionales como el turismo, intercambios académicos y/o culturales y transacciones comerciales. Se trata de frenar la impunidad con la que operan. Pero nada de eso sucede, al menos no con el peso necesario.
Se supone que estas organizaciones de derechos humanos y organismos internacionales y regionales como la ONU y la OEA (Organización de Estados Americanos) deben velar porque en nuestros pueblos no se perpetúen tiranías sanguinarias como las de Cuba y Venezuela. La mera existencia de las mismas es una vergüenza y una amenaza para la democracia y las ideas liberales.
Como van las cosas, los cubanos y venezolanos siguirán padeciendo bajo el yugo de estos regímenes de los que la mayoría no puede escapar, se vendrán más detenciones, torturas, asesinatos, éxodos masivos… y no va a pasar nada. Aunque tienen escaso apoyo interno y ninguna credibilidad, ni Maduro ni los Castro van a ceder el poder pacíficamente, ya lo han demostrado con creces. La opción de una intervención militar humanitaria parece cada vez más lejana, no ha sucedido ni va a suceder, al menos no por el momento.
La oposición venezolana se mantiene fuerte y enfocada, la cubana está dispersa y débil. En cualquiera de los casos, la solución no vendrá del exterior sino que está en las movilizaciones sostenidas y generalizadas en las calles, en el propio pueblo, en que cada ciudadano toque fondo y se convenza de que subsistir en cadenas es “vivir en afrenta y oprobio”, y de que, como dijera Antonio Maceo, “la libertad se conquista con el filo del machete, no se pide; mendigar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos”.
Siendo objetivos, es la única opción que nos queda, la única que nos han dejado. Venezuela puede que esté más cerca de ello, depende de hasta dónde sean capaces de llegar en este momento crucial. De lo contrario, tendrán un Estado mafioso y terrorista por décadas, como en Cuba. En la Isla, esta alternativa es menos viable: la presión interna es menor pese al descontento y la crisis. Una repartición del poder entre la cúpula, ante el colapso económico, es lo más perceptible.
Ojalá tuviera noticias más alentadoras, pero el optimismo se lo dejo a los políticos.
Fuente Cubanet.org