En julio de 2018, un cansado Jean-Claude Juncker, al final de su mandato como presidente de la Comisión Europea, viajó a Washington para reunirse con Donald Trump, que llevaba ya un año y medio en la Casa Blanca y dando dolores de cabeza permanentes a Bruselas en distintos frentes. El luxemburgués y su equipo habían llegado a una conclusión: Trump quería sentir que era el ganador, que había obtenido un buen trato, que había sacado algo de su permanente extorsión comercial a la Unión Europea. Así que Juncker fue a Estados Unidos, hizo a Trump sentirse importante, un buen hombre de negocios. Lo que se ofreció fue un aumento de las compras europeas de gas natural licuado (GNL) americano.
Si alguien hubiera caído en coma y se hubiera despertado seis años y medio después, la realidad es que podría pensar que no han ocurrido demasiadas cosas. Durante este tiempo, Trump ha perdido unas elecciones ante el actual presidente saliente, Joe Biden, y ha instigado un intento de golpe de Estado en 2021 con el asalto al Capitolio. Pero el 5 de noviembre de 2024 el republicano volvió a ganar unas elecciones y algunas de las soluciones hoy se parecen bastante a las de entonces. Pocos días después de la victoria de Trump, durante la cumbre de líderes europeos en Budapest, Ursula von der Leyen, la sucesora de Juncker, explicó que una opción que tenía la Unión de lidiar con el nuevo presidente electo era, por ejemplo, aumentar las compras de GNL. “Lo primero es dialogar y hacerlo sobre intereses comunes“, señaló la alemana. “Todavía importamos energía de forma significativa a Rusia, pero, ¿por qué no sustituirlo por GNL estadounidense, más barato y que reduce los precios de la energía?”, se preguntó la presidenta de la Comisión Europea.
En verano, el Ejecutivo comunitario puso en marcha un equipo de técnicos dentro de la secretaría general que debían trabajar en los escenarios posteriores a las elecciones estadounidenses. Evidentemente, la victoria de la demócrata Kamala Harris planteaba muchos menos retos que una victoria de Trump, pero el equipo, capitaneado por el español Alejandro Caínzos, estudió todos los escenarios. En el caso de una victoria del republicano había dos canales de trabajo: por un lado, la Comisión Europea debía trazar un plan claro de cómo responder a los aranceles, mostrar que no tenían miedo a una guerra comercial, y por el otro lado estudiar vías para convencer a Trump de que podía obtener buenos acuerdos con la UE.
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Plantear una respuesta fuerte, pero al mismo tiempo abrir la mano a la negociación. Los que trabajaron con los americanos durante la primera presidencia Trump consideran que el magnate, en realidad, rehúye el conflicto, y que plantear una reacción firme desde el principio, siempre que se acompañe de una vía para darle una salida honrosa a su órdago, funciona. De ahí la doble estrategia de identificar una clara ruta de represalia contra Washington en caso de amenaza comercial, al mismo tiempo que se van identificando áreas de cooperación.
El GNL es un ejemplo claro, pero hay otros. Recientemente, Francia ha dejado de oponerse a que un nuevo instrumento europeo para inversión en defensa (EDIP) pueda usarse para la compra de armamento que no sea producido en la Unión Europea, lo que abre la puerta a que con ese esquema presupuestario puedan hacerse compras a la industria militar americana, que se veía como una de las vías para apaciguar a Trump y también para mantener a Estados Unidos en la guerra de Ucrania. Hasta ahora el EDIP solamente está dotado con 1.500 millones de euros, pero en Bruselas se da por hecho que esa cifra aumentará.
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Esta semana, en una entrevista con el Financial Times, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo (BCE), que no tiene ninguna competencia en las relaciones comerciales con Estados Unidos, ha recomendado precisamente seguir esta estrategia de ‘Buy American’ para tranquilizar a la administración estadounidense. “Podríamos ofrecer comprar ciertas cosas a Estados Unidos y señalar que estamos dispuestos a sentarnos a la mesa y ver cómo podemos trabajar juntos. Creo que este es un escenario mejor que una estrategia de represalias pura y dura, que puede desembocar en un proceso de ojo por ojo en el que nadie salga realmente ganador”, ha señalado la francesa.
De hecho, Lagarde, que acude en ocasiones a las reuniones de los jefes de Estado y de Gobierno y está al tanto del pensamiento de algunos de los líderes, ha hablado tanto del GNL como de las armas. “Europa podría hablar de comprar más gas natural licuado a Estados Unidos. Y, obviamente, está toda la categoría de bienes de defensa, algunos de los cuales no somos capaces de fabricar aquí en Europa y que podrían ser comprados en un planteamiento cohesionado de la UE por los Estados miembros”, ha asegurado la presidenta del BCE.
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En los días previos a las elecciones en Estados Unidos, en la Comisión Europea eran claros sobre cuál era el objetivo: tratar de presentar un frente unido. En el gabinete de Von der Leyen sabían que era difícil evitar que los Estados miembros fueran a acercarse a Trump y su círculo para tratar de proteger sus intereses en caso de una guerra comercial, pero aspiraban a retrasar al menos hasta la inauguración de Trump esa estrategia de “divide y vencerás”. Hoy ya saben que va a ser complicado, con algunos países, especialmente aquellos con Gobiernos que tienen simpatía por Trump, empezando a romper filas.
En el equipo de la presidenta, sin embargo, se muestran calmados. Consideran que el presidente electo es una persona más fácil de entender y de contentar de lo que normalmente se asume, que es un político que funciona por incentivos y que lo que quiere es tener la sensación de que está haciendo buenos negocios. En Bruselas hay división de opiniones. El mensaje que transmiten la mayoría de fuentes diplomáticas es que la UE está mucho mejor preparada para Trump que en 2017 y confían en poder controlarlo. Otros opinan que es el presidente electo de EEUU el que ha ganado experiencia y que será mucho más complicado evitar sus ataques. Juncker, que ya lo trató entre 2017 y 2019, lo resumía hace poco a su manera: “No puedo imaginar que vaya a (ser) peor”.
Fuente El Confidencial