Por Nicolás J. Portino González
Hoy ha ocurrido un hecho que redefinirá el equilibrio geopolítico mundial. El Presidente Donald J. Trump ha firmado una orden ejecutiva histórica que retira a Estados Unidos de varias instituciones de las Naciones Unidas, incluyendo la Organización Mundial de la Salud (OMS), el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, la UNESCO y la UNRWA.
Desde una perspectiva estratégica, esto marca un punto de inflexión en la lucha entre el globalismo y la soberanía nacional. Las élites internacionales y los promotores de la gobernanza supranacional han vendido durante décadas la idea de que estos organismos multilaterales son fundamentales para la estabilidad global. Pero los hechos muestran otra cosa: lejos de ser garantes del equilibrio internacional, estas estructuras han funcionado como instrumentos de presión política y sesgo ideológico, promoviendo intereses ajenos a los valores de Occidente.
Tomemos como ejemplo el Consejo de Derechos Humanos de la ONU, un organismo donde países como Irán, China y Venezuela—regímenes que pisotean los derechos fundamentales—ocupan asientos y se presentan como jueces de la democracia occidental. La persecución sistemática contra Israel, mientras ignoran atrocidades en Medio Oriente, es una muestra clara de que este consejo se ha convertido en una herramienta de presión política en lugar de un foro legítimo para la defensa de los derechos humanos.
La OMS, por su parte, ha quedado expuesta como un organismo politizado que, en lugar de garantizar la salud global, ha servido a los intereses de potencias como China. Durante la pandemia de COVID-19, esta organización encubrió información crítica, replicó sin cuestionar la narrativa del Partido Comunista Chino y falló en su misión de dar una respuesta efectiva al mundo. La decisión de Estados Unidos de cortar su financiamiento no es solo lógica, sino necesaria.
Luego está la UNRWA, la supuesta agencia de ayuda humanitaria para los palestinos, que en la práctica ha sido utilizada como una herramienta de financiamiento indirecto para el extremismo en la región. Son numerosas las denuncias sobre la utilización de escuelas y recursos de la UNRWA por grupos terroristas como Hamas. Entonces, ¿qué sentido tiene que los países occidentales sigan financiando un organismo que, en lugar de promover la estabilidad, contribuye a la perpetuación del conflicto?
Desde Argentina, esta decisión de la administración Trump debe ser analizada en clave de estrategia geopolítica. No se trata de un simple acto de política interna, sino de una declaración de principios: el tiempo del globalismo ineficaz ha terminado. Estados Unidos ha trazado un camino claro: priorizar los intereses nacionales por encima de la burocracia internacional. Y la pregunta que surge para otras naciones es: ¿seguiremos atados a estas estructuras caducas o comenzaremos a tomar control de nuestro propio destino?
En América Latina, hemos sido testigos durante décadas de cómo estos organismos han operado con agendas ideológicas específicas, muchas veces en perjuicio de nuestras economías y soberanías. La ONU y sus agencias han sido cómplices de la inacción frente a dictaduras como las de Venezuela, Nicaragua y Cuba, pero al mismo tiempo han intervenido en los asuntos internos de democracias legítimas con agendas foráneas.
El retiro de Estados Unidos es, sin duda, una advertencia para aquellos que aún creen que la arquitectura institucional de la posguerra seguirá funcionando indefinidamente. El mundo está entrando en una nueva etapa, donde los países deben redefinir su papel en el sistema internacional. Y si Estados Unidos ha decidido dar el primer paso, es cuestión de tiempo para que otros lo sigan.
La pregunta es: ¿se mantendrán los países aliados de Occidente en esta estructura obsoleta, o comprenderán que ha llegado el momento de recuperar su autonomía y replantear las reglas del juego global?
La historia recordará esta jornada como el punto de quiebre -entre muchos más que sucederán- donde el globalismo comenzó a desmoronarse. Para los analistas estratégicos, es claro que el siglo XXI no pertenecerá a las organizaciones Socialistas y burocráticas, sino a las naciones que se atrevan a defender su soberanía en defensa de los valores de Occidente.