Miami-9 de marzo de 2025-Total News Agency-TNA- En el verano de 2017, un grupo de agentes de la Administración de Control de Drogas de Estados Unidos (DEA) se encontraba al borde de abandonar una misión encubierta que había comenzado seis meses antes, destinada a desarticular una red de tráfico de fentanilo, una droga que comenzaba a hacerse notar en el mercado ilícito. A pesar de sus esfuerzos, solo habían logrado identificar a un reducido número de consumidores en la calle, lo que hacía parecer inevitable el fracaso de su operación.
No obstante, dos semanas antes de que los agentes decidieran rendirse, un acontecimiento inesperado alteró el rumbo de la misión. Un comprador de drogas, bajo vigilancia de la DEA, recibió un paquete que contenía una consola Sony PlayStation de un hombre que detuvo su vehículo en una avenida. Aunque inicialmente parecía un regalo trivial, el ojo experto de un agente antidrogas notó algo extraño: el paquete pesaba considerablemente más de lo esperado. En lugar de los 3.5 kilos típicos de una consola, el paquete contenía aproximadamente 30 kilos de fentanilo o heroína, con un valor potencial de hasta tres millones de pesos mexicanos. Este descubrimiento reveló que el comprador no era un simple consumidor, sino un traficante de drogas sintéticas.
Un agente logró capturar una fotografía del código UPC del paquete, que consistía en 12 dígitos; los primeros seis identifican al fabricante y los restantes al producto específico. Este detalle se convirtió en un hilo conductor vital para la DEA, permitiéndoles rastrear la consola hasta una dirección en Novi, Michigan. Este hallazgo fue un descuido notable por parte de la organización de tráfico de drogas, ya que la consola estaba conectada a Internet, lo que facilitó la localización del modem y la dirección exacta de la vivienda.
Dos semanas después, en julio de 2017, la DEA rodeó la casa identificada, observando a los compradores callejeros ingresar a la vivienda antes de irrumpir con una orden de cateo. La operación resultó en la incautación de más de 30 kilogramos de fentanilo y más de medio millón de dólares en efectivo, considerada como una de las más grandes en la historia de la DEA. Los agentes identificaron a los mensajeros que cruzaban el país, entregando kilogramos de droga y transportando dinero en efectivo, lo que resultó en múltiples arrestos adicionales en ciudades como Indianápolis, Indiana, y Baltimore, Maryland.

El líder de esta organización fue identificado como Maurice Montain McCoy, un estadounidense que operaba desde una lujosa residencia en Los Ángeles, California. Este caso ha puesto de relieve una realidad incómoda: la noción de que el narcotráfico en EE. UU. es exclusivamente un problema mexicano es incorrecta. McCoy, quien lucía joyería de oro y conducía un Porsche Panamera, y su organización, compuesta mayoritariamente por individuos de raza blanca, desafían la percepción común sobre el narcotráfico en el país.
El Departamento de Justicia de EE. UU. ha clasificado a estas organizaciones como “Pandillas de Motociclistas Fuera de la Ley”, un término que excluye la palabra “cártel” para describir a los grupos de narcotraficantes estadounidenses. Esta distinción ha generado críticas, ya que, a pesar de que sus actividades son similares a las de los cárteles mexicanos, su clasificación varía según la etnicidad de sus miembros.

Boss, un agente de la DEA con más de cinco años de experiencia, comenta que esta diferenciación es absurda. Según él, si una organización estadounidense se dedica al tráfico de fentanilo, debería ser considerada un cártel, independientemente de su origen étnico. “Es una estupidez: aunque hagas exactamente el mismo delito, serás clasificado de manera distinta por tu color de piel”, subraya.
La DEA ha comenzado a reconocer que el fentanilo no es solo un problema en las zonas fronterizas, sino que se ha extendido a regiones como los Grandes Lagos, donde las comunidades están siendo afectadas por narcotraficantes estadounidenses. En 2021, se reveló que el fentanilo, el enemigo público número uno de EE. UU., ya no era solo un problema en los estados fronterizos con México. Ahora, el foco rojo se centraba en los Grandes Lagos, una de las regiones más ricas y blancas del país, que se encontraba lejos del alcance de los cárteles mexicanos.

El informe de la DEA de 2020 indicaba que los mercados domésticos de heroína, fentanilo y otros opioides sintéticos se superponían, afectando desproporcionadamente a las regiones de los Grandes Lagos y el Noreste de EE. UU. Este documento reconocía que el masivo circulante de fentanilo en el país solo podía explicarse si se reconocía que había capos estadounidenses intoxicando a sus propias comunidades.
Este fenómeno fue evidente en un caso reciente en una base naval en Illinois, donde cuatro jóvenes marinos compraron fentanilo a un motociclista y lo introdujeron clandestinamente en el campamento naval. La tragedia ocurrió cuando uno de ellos, recién graduado, falleció por una sobredosis instantánea. Dos años después, tres de los marinos se declararon culpables de homicidio culposo, revelando que incluso las fuerzas armadas no están a salvo de esta epidemia.
La realidad es clara: los narcotraficantes estadounidenses, incluidos aquellos con apellidos anglosajones y hispanos, están profundamente arraigados en el tráfico de fentanilo. La lucha contra esta plaga requiere un cambio en la percepción pública y un enfoque más amplio en la identificación y desmantelamiento de estas organizaciones que operan en el país.
La DEA, ante esta nueva realidad, se enfrenta al desafío de redefinir su enfoque sobre el narcotráfico interno, reconociendo que la problemática no se limita a las fronteras con México, sino que incluye a actores estadounidenses que están contribuyendo a la crisis de opioides que afecta a diversas comunidades en todo el país.