LA HABANA, Cuba. – Que van a cerrar Nicaragua es como decir que viene el Coco o el Apocalipsis. De vez en cuando estallan los rumores sobre la posibilidad, y con ellos el zafarrancho de los que aún no alcanzan a reunir el dinero para emigrar o les falta algún trámite, algún papeleo, para comenzar la travesía.
Indecisos y desesperados se echan a correr previendo que la puerta se cierre dando paso a la encerrona, o que se cumpla ese otro rumor de que a partir de 2023 el pasaporte costará el doble. Los que van quedando rezagados en este éxodo masivo son precisamente esos cubanos y cubanas para los que sí cuentan, y mucho, un peso más o un peso menos.
La dolarización es un hecho, la inflación no retrocede y ya es evidente que el régimen nos ha llevado a todos a nadar, y a hundirnos, en las aguas de los altos precios y el comercio en MLC (Moneda Libremente Convertible), mientras que los salarios estatales apenas continuarán sirviendo para prolongar esa ilusión de fingir que la fuerza laboral en Cuba no es la más penosa dotación de esclavos del siglo XXI.
Porque “luchar” el dinero real en Cuba (es decir, la moneda que tiene valor donde sea que nos movamos dentro o fuera de la Isla), es bien difícil y solo a unos pocos se les da relativamente fácil; pero de estos, la mayoría hace rato ya están del otro lado del charco, mientras los menos afortunados libran a diario una batalla fatigosa donde se vale todo por salir victoriosos, teniendo en cuenta que el triunfo no es solo lograr cierta cantidad de dinero sino emplearlo en escapar.
Así, pues, huir no solo porque emigrar ha sido el propósito de reunir el capital, sino porque las vías y estrategias para obtenerlo la mayoría de las veces no son legales y es obligatorio delinquir, de las miles de formas pacíficas y violentas en que se viola la ley y se expresa la naturaleza humana; de modo que una vez el dinero se ha colado en el bolsillo hay que correr para intentar ponerse a salvo del castigo policial o el ajuste de cuentas.
“Por irme de aquí hago lo que sea”, es como la frase del momento, y la he escuchado de varios cubanos y cubanas en la calle, de boca de amigos y vecinos, que a veces en broma y otras muy en serio, con todo el drama que implica la desesperación, te revelan hasta dónde han sido capaces de llegar en sus carreras —en sus escrúpulos— por escapar, e incluso por sobrevivir el día a día.
También en las redes sociales, a modo de denuncias, van quedando los testimonios de cuán tensos y violentos han sido estos meses para los cubanos, más cuando se han unido los excesivos gastos de diciembre con la oleada migratoria y la miseria galopante.
Si bien durante todo el año se han multiplicado los reportes sobre crímenes cuyo móvil ha sido apropiarse de lo ajeno —brutales asesinatos ya por robar una moto o por un viejo caballo de carga, hasta por un teléfono móvil— son estos días de diciembre los que más razones agregan a nuestros temores de salir a la calle mucho antes de caer la noche e incluso abrir la puerta de la casa al desconocido que llama a plena luz del sol.
Y escuchando tan solo las historias más recientes de la zona donde vivo, en las que se dice de una anciana que asesinaron para robarle una balita de gas, y de otra que salvó su vida pero que fue engañada por el ladrón disfrazado de médico, de emboscadas grupales en carreteras y esquinas oscuras, de empresas donde los directivos han desaparecido con el salario de los trabajadores y de padres que alquilan sus cuerpos o los de sus hijos, y de hijos que engañan a sus padres para vender la casa familiar, comienzo a pensar en esos otros rostros deformes, manchados de sangre, que igual integran el éxodo de estos días, así como cuánta perversidad puede haber en algunos que, en virtud de lo robado, “festejan” por el año que termina.
Estafas, robos, desfalcos a las empresas, asaltos, prostitución y hasta fingimientos políticos con tal de saciar el hambre o, como apoteosis, cumplir esa meta que el propio régimen ha incluido en el “diseño” de una trampa mortal llamada “economía cubana” y que precisa de que, para subsistir decorosamente, cada familia cuente con al menos un emisor de remesas desde el exterior.
Visto así, no es difícil comprender que es el propio sistema el que, provocando la miseria material y humana e incentivando el éxodo, de manera forzosa, también incentiva la violación de sus leyes, en tanto alimentarse, aparentar una “vida normal” y emigrar, para la mayoría de los cubanos implica cometer delitos a veces en contra de los valores ético-morales de los propios individuos.
Pero en Cuba se vive todo el tiempo en situaciones límite donde no solo nuestra formación moral se pone a prueba sino la mismísima naturaleza humana y, en consecuencia, para muchos los valores son como una prenda que se usa o desecha de acuerdo con el momento, más cuando se trata de ponerse a salvo. Y llenar el estómago y salir de Cuba se trata de eso, más de “instinto de conservación” que de una cuestión de libertad electiva.
ARTÍCULO DE OPINIÓN
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Fuente Cubanet.org