Varios son los países en la región que tienen un alto nivel de relación económica con China. Para el caso, Brasil. Pero pocos estrecharon sus vínculos en pandemia como la Argentina que, por
su tamaño, es menor en importancia que los vecinos brasileños, pero por sus gestos de amistad, es un socio privilegiado de los chinos.
La pandemia del coronavirus paralizó los viajes en el mundo entero, lo cual incluye las cumbres de presidentes y las misiones comerciales. Por eso, Alberto Fernández no estará en la Feria Comercial de Shangai en noviembre, tal como estaba planeado. A pesar de eso, China igual le otorgó a la Argentina un pabellón de honor, señal de que es su “niña mimada”.
En las comunicaciones oficiales sobre la llamada telefónica entre los presidentes de este martes se evitó mostrar un claro compromiso en el que ya se trabaja. Es la adhesión de Argentina a la llamada “Una franja una ruta” (también llamada “La ruta de la seda”), la iniciativa con la que China inyecta miles de millones de dinero en inversiones a sus socios en el mundo, especialmente para obras e infraestructura de interés chino. Este es un frente abierto de conflicto entre China y Estados Unidos que se suma al que mantienen estas potencias en otros niveles, como el comercio y las telecomunicaciones.
En reemplazo del Presidente, a Shangai irá el canciller Felipe Solá. Entonces la firma del acuerdo de la Ruta de la Seda no será inmediata. Igual, los chinos tienen paciencia estratégica. La reciente adhesión argentina al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura fue un paso clave. Las necesidades argentinas de financiamiento son inmensas, y por eso Alberto Fernández suspiró cuando Xi Jinping le anunció que se extendía el swap de monedas entre los bancos centrales, que se vencía este año. Con ese convenio, China proveyó de yuanes al Banco Central argentino por un valor de U$S 20.000 millones.
La llamada y la invitación de Xi a Fernández para que el argentino haga una visita de Estado a China amplifica la ausencia de los mismos gestos por parte del aliado tradicional de la Argentina: Estados Unidos, que tiene una zigzagueante relación con el peronismo y el kirchnerismo.
No hubo llamada de Trump a Alberto desde que asumió como Presidente. Hubo una única conversación entre ambos en noviembre, en los días en que Fernández era presidente electo, cuando prometía sanar la grieta en la Argentina y encarrilar la economía tan pronto como se cerrara la negociación con los bonistas privados por la deuda. A diferencia del idilio que hay con Beijing, con Washington hubo frialdad, diferencias y rispideces: entre ellas la carrera por la presidencia del Banco Interamericano de Desarrollo y las posiciones frente a las crisis de Venezuela y de Bolivia.
China lleva adelante lo que se conoce como “la diplomacia del barbijo”: envió a decenas de países amigos toneladas de insumos y equipos médicos para la lucha contra el coronavirus.
Argentina, por ejemplo, recibió más de 460 toneladas de insumos hospitalarios para luchar contra la pandemia. Viajaron a buscarlos más de 35 aviones de Aerolíneas Argentinas, y también hubo envíos por barco.
Una vez más, Fernández camina sobre los pilares de la política exterior diseñados por Cristina Kirchner, que dio luz verde a la Ruta de la Seda. Si bien Néstor Kirchner comenzó a mediados de los 2000 el acercamiento a Beijing, fue la ex presidenta quien firmó la Alianza Estratégica Integral con los chinos, a quienes les concedió una porción de territorio neuquino para que construyeran allí la base lunar con la que hacen investigaciones en el espacio con la más sofisticada tecnología. Todavía se desconocen las cláusulas de adhesión a la nueva Ruta de la Seda, y Beijing sigue pidiendo pista para la construcción de una planta nuclear.
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