Movimientos. Macri reapareció y dijo que no creía en la posibilidad de ser candidato. El resto de Cambiemos respiró aliviado, sobre todo Horacio Rodríguez Larreta. Carrió volvió a su camino tradicional y desplegó una estrategia distinta a la del “ala dura”. El peronismo ya comenzó los aprontes para el 2021, a golpe de dedos.Por Ignacio Zuleta
Los principales caciques de la oposición produjeron en la semana dos hechos de gran importancia para blindarla de cismas y divisiones. Mauricio Macri anunció que no será candidato y Elisa Carrió dio otro portazo, gesto que define como un método que sirve a los intereses de su sector. “Pateo el tablero para ampliar”. El domingo la jefa de Coalición tomó distancia del expresidente y confesó que durante el gobierno de Cambiemos pudo lograr algunas cosas y otras que no. Lo hizo con tono agrio, en la rutina que compartió con Jorge Lanata. Reprimió en público la bronca hacia el expresidente, con quien tuvo una discusión en la semana anterior sobre la estrategia de Juntos por el Cambio. Macri, el lunes, en el diálogo con Joaquín Morales Solá, hizo un anuncio clave: “No me veo como candidato”. Es la contribución más importante que se podía esperar de él para asegurar la unidad de Juntos por el Cambio.
Cualquier respuesta en contrario hubiera precipitado una pelea, que la oposición ha evitado con el cuidado con que expresan su amor los erizos: no discutir liderazgos. Era lo que hubieran deseado en el oficialismo, que intenta sobre exhibirlo a Macri de la misma forma en que él la sobre exhibía a Cristina. El gobierno cree que Macri hunde a la oposición. Como Macri creía que Cristina hundía al peronismo. De eso ha sacado lección el expresidente, que prometió limitar su tarea futura a apoyar a los candidatos y dirigentes de su sector: promoverlos, auspiciarlos y hacerlos ganar. Lo demás es literatura.
Quimeras de antaño para las peñas literarias
Lo más notable, el comentario elusivo sobre sus ministros filo-peronistas (no los nombró), en quienes delegó negociaciones que ahora dice que debió encarar él. Si alguien le pregunta qué quiso decir sobre Rogelio Frigerio y Emilio Monzó, responde que ni ellos, ni él, no hubieran podido lograr más que lo que lograron, porque en realidad era el peronismo el que creía que podía “liberarse” de Cristina. Es un debate para las peñas literarias que laten en el túnel del tiempo. El fenómeno de Cambiemos se benefició de una división del peronismo desde 2009 que no provocó. Su derrota fue consecuencia de la reunificación en 2019. ¿Qué podían hacer para impedirlo?
Pasados los hechos es plausible pensar que debió atender la oferta de 2016 de Miguel Pichetto de un “pacto del bicentenario” que promovía con Ernesto Sanz. No le dieron nada hasta que lo llamaron cuando era tarde. Esa desatención de alguna asociación con algún peronismo fue una señal clara para aquella oposición, que podía preguntarse: ¿si voy para allá me van a tratar como a Massa y a Pichetto? También es una quimera pensar que eso iba a cambiar la tendencia del voto. O que era imaginable alguna relación clientelar de repago por lo bien que les fue a los gobernadores del peronismo negociando con Cambiemos.
Uno de los factores fue que mantuvo la unidad interna del espacio sin fugas que podría haberlo divida mucho más. Hay que evitar las interpretaciones voluntaristas en política, una actividad hecha más de necesidades colectivas que de impulsos individuales. La realidad política se agota en lo fenoménico y Cambiemos dio en aquellos años todo lo que podían dar los fierros. La prueba es que Cambiemos aumentó sus votantes entre 2015 y 2019.
Injusticia intrascendente
En un hombre de diván como él hay que buscar los desplazamientos de sentido: anunció que no será candidato, que es lo que le había pedido Monzó en público hace dos semanas. Ahora le hace caso, le mostraron un siete de espadas y él tira un cuatro de copas por lo menos. La invitación a no pelear centralidad en la oposición la justificaron en razones de sentido común. Macri valió siempre si era candidato para ganar. ¿Cómo volvería él? ¿Como un vice de escenografía? ¿Acaso volvió Cristina?
Siempre Macri se inspiró en la carrera del español José María Aznar, que gobernó dos mandatos y cuando se retiró prometió que nunca más sería candidato. Liberó a su formación de su peso de jarrón chino, y permitió que su partido tuviera otros dos mandatos con Mariano Rajoy. Se fue para que su sector creciese. Nada trascendente hablando en votos porque Monzó y Frigerio están en sus casas y reciben saludos, porque esa frase resbaladiza de Macri es injusta con la tarea que hicieron. Frigerio era el verdadero jefe de gabinete, porque administraba obras públicas, las relaciones con los gobernadores – eran las dos grandes cajas – y los asuntos políticos. Era un superministro, más que Marcos Peña, que actuaba más como consigliere en la oreja presidencial. Monzó formó parte de un cuarteto con Mario Negri, Elisa Carrió y Nicolás Massot que hizo maravillas legislativas. Tampoco Monzó ni Frigerio tienen territorio, ni partido propio. Llevan una marca en el orillo que nunca aceptó Macri: su fascinación por la figura de Sergio Massa, a quien quisieron siempre de socio, en 2015, 2017 y 2019. Una herejía política para la cúpula de Cambiemos.
Pateo el tablero para ampliar (Carrió)
Carrió endureció en las últimas semanas la relación con Macri por diferencias de estrategia. Cree que la oposición no debe confrontar con violencia con un presidente débil como Alberto Fernández. “Siempre fue una ficción. ¿Qué vamos a hacer si renuncia y viene Cristina? ¿Nos vamos a agarrar la cabeza y vamos a decir mirá lo que hicimos? ¿No le han visto el aspecto de salud que tiene el presidente?”. En la visión de Carrió hay un futuro cercano de sangre, y evoca el escenario de 2001 “yo vi cómo el peronismo buscaba sangre. Hay sectores que quieren ahora lo mismo. Hay que pacificar. No queremos un Estado fallido”. De esto se han dado cuenta los gobernadores, también del peronismo, y por eso salieron a apoyarlo a Fernández.
El mejor destino que tiene el presidente es que lo apoye una liga de gobernadores moderados. El reproche a Macri, más allá de algún destrato que los días van a reparar, es que avala al sector rompedor de la oposición. Ese papel lo personaliza en Patricia Bullrich y sus gestos de subirse al banderazo. Evocan al Mahatma Gandhi: él decía ya se van a caer, hagamos desobediencia civil. “En la Argentina hay una diferencia entre la sociedad y el gobierno, ¿para qué meternos nosotros en el medio?
Que esas diferencias se despachen entre ellos. No hay que poner al partido en el medio.”, dice Lilita.
Esta agenda moderada es la que la distancia de la cúpula macrista, que cree que puede ser funcional a la intención de Cristina de tumbarlo a Alberto. Ve que algunos extremos se tocan, entre dos damas con formato de peronismo setentista, que creyeron siempre que cuanto peor, mejor, y no miden el efecto de sus actos en la estabilidad institucional. “Una es Trump y la otra Venezuela, y yo no quiero ni a Trump ni a Venezuela”. ¿Portazo? Doy portazos, pateo el tablero para hacer crecer nuestro espacio, como lo hice cuando me levanté con la carterita del acto con Pino Solanas, y me fui de aquella sociedad. De eso nació Cambiemos. No basta con el 40% que tenemos, para gobernar necesitamos el 60%, tenemos que ir hacia eso”, dice cuando recuerda aquel episodio de agosto de 2014 que ella cerró comiendo pizza en Los Inmortales.
Estrategias secretas
Con Macri ella conserva la necesidad de alguna relación. Mandó a su delfín Maxi Ferraro a mantener reuniones todo el lunes que siguió a su aparición en Canal 13, a explicarle a los dirigentes y gobernadores de Juntos por el Cambio que ella sólo tiene una diferencia estratégica. Si alguien le preguntara detalles de esa estrategia, respondería: la estrategia yo no la revelo a nadie. “Puedo equivocarme en muchas cosas, pero no en la estrategia. Que vean mis actos. Dirigí la guerra del cambio, pero yo sacaba a la gente de las rutas para que no hubiera muertos. ¿Me vieron alguna vez en el acto de Palermo del campo, en el corralito de los políticos? Estaba atrás, cuidando. Porque un muerto es la tragedia, y no importa de qué bando es.”
También mandó, por un intermediario, un mensaje al expresidente: yo te dije que eran unos traidores. Ella tiene viejas inquinas con Monzó, a quien le atribuye haber sido el único presidente de la cámara que le quitó el uso de la palabra. También sospecha que ese sector tiene una relación especial con Massa, a quien le atribuye actos que despiertan en ella lo que llama “el asco moral”.
Late alguna disidencia con Horacio Rodríguez Larreta, que auspicia en su administración de la CABA a nombres malditos para ellos dos, como los de los exministros filo-peronistas o Martin Lousteau. Le toleran todo por su condición de NBI (es como llama el Indec a quienes tienen las Necesidades Básicas Insatisfechas): gobierna el único distrito del Pro, tiene gran prestigio en las encuestas, es proto candidato indiscutido a presidente por este sector en 2023, y es blanco de los ataques más furibundos del peronismo. ¿Cómo no va a tratar Larreta de subirlos a todos a su arca de Noe?
No importa lo que dicen, sino lo que hacen difícil
Difícil sacar alguna claridad de la locuacidad que gana, como otra pandemia, a las estrellas de la política. Una ilusión encontrar ahí alguna afirmación que vaya más allá de la retórica, entre banderazos y tribunas virtuales. A los políticos no hay que creerles lo que dicen sino ver y entender lo que hacen. Una declaración importa, en todo caso, si no es una declaración metafórica, como lo son las fórmulas de campaña, que Alejandro Dolina describió como “mentiras dichas con sinceridad” (El seductor, tango 1996). Es significativa si lo dicho es un acto del habla que encierra un acto de la conducta.
El anuncio de Macri de que no será candidato no es una declaración, es un acto político. Las diferencias que mostró Lilita con el espacio tampoco son declaraciones. Son actos políticos. Como el que siguió a su reaparición en el tuit en donde se plegó a la táctica de sepultar las peleas de liderazgo: “No soy líder, no quiero serlo, solo soy una persona responsable de hace muchos años, por lo que nos ocurre y poniendo el cuerpo. Pero no voy a ser cómplice de una vida humana perdida en este proceso”.
Inesperado brote de peronismo: son las elecciones estúpido
Semana corta pero intensa para los protagonistas, apurados ya por el turno electoral que se viene encima. El peronismo desentierra símbolos y mitología que había sepultado, seguramente para llamar a la militancia a darle alguna legitimidad al dedazo inminente para la nueva cúpula del PJ.
Alberto tiene hasta el 15 de noviembre para presentar la lista de los 75 integrantes de la mesa directiva La prueba de esa inquietud por mover al personal la dio el acto del sábado por el 17, en que hubo competencia por ocupar los espacios, entre el ala política que estuvo ayer en la CGT y manifestaciones emergentes como el Peronismo Republicano Federal de Miguel Pichetto, con movimientos acotados, porque no cuenta con las liberalidades del oficialismo para hacer reuniones presenciales, aunque sea en un balcón. Intentó competir con un manifiesto que tituló “El peronismo, 75 años y una larga marcha” que firmó él solo. También hubo puja por ocupar espacio en el padrón del gremialismo, entre Hugo Moyano – caravana -, la CGT oficial – acto con Alberto – y la Azul y Blanca de Luis Barrionuevo.
Esta CGT-62 Organizaciones, adelantó el acto al viernes y dio un comunicado que menciona sólo tres nombres: Perón, Balbín y Francisco. Ni Menem ni los Kirchner, ni Fernández. El documento de Pichetto reivindicó la virtud de Perón de “aceptar la mano de los anteriores adversarios”, críticó a los “simuladores”, el “entrismo” y el pobrismo. También descalificó al gobierno como peronista: “se sostiene que gobierna el peronismo, pero nosotros sabemos que no es así”. La ambulancia a full con la licuadora llamando a heridos girando su luz roja y a toda sirena.
También hubo multitud en la reunión del Consejo provincial del PJ Buenos Aires, que sesionó el martes con una altísima concurrencia, más de un centenar de presidentes locales de los municipios del distrito. Todos explicaron sus actos de ayer ante Gustavo Menéndez, mandamás provincial y del invitado especial, José Luis Gioja, presidente nacional. Los convoca el desafío de la oposición, que presume de ocupar la calle, pero más la ansiedad por los plazos que se agotan para el armado de las elecciones que vienen.
Una sobredosis de pejotismo para el paladar cristinista. Se juegan mucho si nadie retoca la ley provincial que limita las reelecciones. Pone nervio a los que se pueden ir, pero también a quienes afilan los cuchillos para ocupar sus cargos en 2023. Si nadie suspende la vigencia de esa norma acordada por Vidal, Massa y un sector del cristinismo, puede producirse una renovación biológica en el poder provincial, no sólo del peronismo. Estas situaciones darwinianas son oportunidades de cambio que no abundan en la historia, y es comprensible que exciten tanto la ambición de poder.
Fuente Clarin