En la jerga económica de la Argentina siempre se habla de un ancla. Los economistas han usado esa figura para explicar distintos elementos que los gobiernos suelen usar para tratar de contener la inflación.Por Adrián Simioni
Un clásico es el dólar. Mantenerlo artificialmente barato ayuda a calmar expectativas. El gobierno emite pero, como vemos que el dólar no se mueve porque el Banco Central lo sigue vendiendo, no tememos que se dispare la inflación. Ese ancla para la inflación dura hasta que se acaban los dólares.
Hace rato que la Argentina se quedó sin dólares y, pese a eso, el gobierno no quiere que suba el dólar oficial. Entonces tiene que poner un cepo cada vez más duro para que el Banco Central no tenga que vender los pocos dólares que le quedan a ese precio de regalo, hoy 76 pesos. Pero entonces aparecen los dólares paralelos, que agravan las expectativas de inflación en lugar de calmarlas.
Encima, el cepo impide a las empresas importar insumos o pagar deudas, lo cual es muy recesivo. Ayer el dólar paralelo llegó a 172 pesos y se pusieron más trabas a la importación.
Otro clásico es la tasa de interés. De tanto emitir pesos, la gente empieza a repudiar el peso, es decir, busca comprar cualquier cosa, desde dólares hasta bolsas de cemento, con tal de no quedarse con pesos que pierden valor.
Entonces los gobiernos suben la tasa de interés. El gobierno de Alberto Fernández, que criticaba las tasas altas de la era Macri por recesivas, las viene subiendo para que la gente deje los pesos en el banco. Pero eso tiene varios problemas. Para conseguir que nadie se desprenda de los pesos las tasas tienen que ser altísimas. Pero eso termina generando bolas de nieve. Porque tener una camionada de pesos a tasas altas en los bancos y que los bancos le presten esos pesos a tasas también altas al Banco Central y al gobierno, lo único que hace es multiplicar aún más los pesos. Ayer el banco central volvió a subir tasas.
Hay otras anclas menores. Por ejemplo, congelar las tarifas de los servicios públicos. O fijar los precios de los alimentos a la fuerza. O congelar los alquileres. Todas esas cosas se usaron. Y todas tienen patas cortas. Se caen o terminan generando graves problemas.
Alberto Fernández, el capitán Beto, de este barco nuestro que se llama Argentina, ya utilizó todas estas anclas hasta el cansancio. Algunas venían ya muy gastadas durante los gobiernos de Cristina Fernández y de Mauricio Macri.
Pero ya ninguna funciona. Ninguna alcanza. Es más: en lugar de anclarte, te hunden.