Si existe algo en política exterior por lo que Rusia pueda ser juzgada como coherente, es precisamente en el desprecio por los acuerdos internacionales.
Durante años, la Federación de Rusia ha encontrado los mecanismos para violar de forma sistemática los tratados internacionales, incluidos los relacionados con el control de armas, estas transgresiones se han convertido en moneda corriente para Moscú.
Durante la última década, la acción quizá más escandalosa en esta dirección fue el abandono injustificado en 2015 del Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa (FACE). Como especialistas y maestros consagrados en el arte de la guerra híbrida, los rusos expandieron su agresión bajo esta modalidad hacia toda Europa.
Reflexionando sobre la respuesta, y tratando de predecir los próximos pasos de Rusia después de la anexión no reconocida por la comunidad internacional de Crimea y la invasión del Donbas ucraniano, así como la posterior retirada de dicho acuerdo, la UE planteó por primera vez la cuestión de crear su propias fuerzas armadas unidas, un cuerpo que tendría la tarea de disuadir una crisis militar o advertir a los estados miembros que no muestren ni lleven a cabo actos de hostilidad entre sí en el turbulento escenario actual que vive nuestro planeta.
Luego llegó el turno del Tratado INF (Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio), quizás el acuerdo internacional más importante de finales de la década de los 80. Resultó que el acuerdo estaba finalmente destinado a rescindirse a causa de las graves violaciones por parte de Rusia.
En un comunicado emitido en febrero de 2019, la OTAN afirmó que “Rusia ha desarrollado y desplegado un sistema de misiles, el SSC-8 / 9M729, que viola el Tratado INF y plantea muy serios riesgos para la seguridad Euroatlántica”.
El START (el nuevo Tratado de Reducción de Armas Estratégicas) tiene ahora todas las posibilidades de quedar también truncado, a menos que los rusos acuerden crear un mecanismo efectivo para monitorear y verificar sus arsenales nucleares.
Sin embargo, es poco probable que esto suceda ya que un monitoreo de ese tipo, probablemente lo único que provocaría sería una puesta al descubierto de sus desarrollos contrarios a la normativa, lo que a su vez generaría su consecuente responsabilidad de acuerdo al derecho internacional.
En 2018, agentes rusos fueron acusados de utilizar el agente nervioso Novichok en un atentado contra la vida del espía doble, Serguéi Skripal. Y también es posible que se haya utilizado una sustancia similar para envenenar al representante de la oposición rusa, Alexey Navalny, en agosto de 2020. Mucho tiempo antes que se produjeran estos dos incidentes, EE. UU ya tenía sospechas que Rusia no había procedido a aniquilar completamente sus armas químicas, violando así la prohibición acordada en 1997, según opinión de expertos del Parlamento Europeo.
A continuación, la existencia del Tratado de Cielos Abiertos y el Documento de Viena también pasan a quedar en un limbo.
Desde hace mucho tiempo, EE. UU se ha mostrado preocupado por las restricciones injustificadas por parte de la Federación de Rusia que prohíben los vuelos de reconocimiento amparados por el Tratado de Cielos Abiertos sobre Chechenia, el enclave de Kaliningrado y la frontera de Rusia con las regiones separatistas georgianas de Abjasia y Osetia del Sur, lo que impide que los observadores recopilen más pruebas sobre la absoluta dependencia de estos territorios de Moscú.
La negativa de Rusia a proporcionar datos sobre la ubicación de sus tropas en regiones determinadas del mapa, también está en infracción con la normativa surgida del Documento de Viena. Además, se sospecha que Rusia no informa sobre el número de tropas que participan en los ejercicios militares a gran escala, así como sucedió con los ejercicios ZAPAD-2017 por ejemplo, todo para evitar la necesidad de invitar a observadores internacionales, como exige el Documento de Viena.
También, en 2019, la inteligencia militar de EE. UU alegó que Rusia podría haber realizado pruebas nucleares, las cuales están prohibidas por el Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (CTBT).
Muchas cosas han cambiado en la escena política durante la última década y Rusia no puede finalizar unilateralmente los tratados que desee sin sufrir determinadas consecuencias.
Después del abandono unilateral del Tratado sobre Fuerzas Armadas Convencionales en Europa, Rusia se enfrentó a otra oleada de reacciones negativas en todo el mundo. Además, con esta acción destinada a la ruptura del acuerdo, el Kremlin se mostró a sí mismo como una amenaza para Europa, siguiendo una postura de suma agresividad, incluso mediante la continuación de su incursión militar en la región del Donbas, en el este de Ucrania.
Ahora, habiendo aprendido de los propios errores cometidos en 2015, los rusos emplean una estrategia diferente: provocan a otros países participantes. Rusia es muy consciente de cuán responsables son las potencias occidentales en el cumplimiento de sus obligaciones asumidas en el marco de los acuerdos internacionales, lo que a su vez le permite a Rusia frustrar aún más a otros signatarios al violar constantemente los acuerdos sin retirarse definitivamente de los mismos.
Con esta estrategia, los rusos siguen provocando que Estados Unidos y Europa den el primer paso para romper los tratados que Moscú considera gravosos. Los rusos ya no quieren salir manchados como sucedió en 2015. Después de todo, en estos momentos un truco similar podría conducir a otro paquete de sanciones, algo que la economía rusa, golpeada ya por la “coronacrisis” y los bajos precios de los minerales, no podría soportar.
Un ejemplo, fue Estados Unidos quien suspendió sus obligaciones en el marco del histórico tratado de desarme nuclear con Rusia (INF) en respuesta al incumplimiento material por parte de Rusia. Sin embargo, mientras Rusia no cumpla con sus obligaciones impuestas por el acuerdo, el Bloque afirmó que Moscú es “el único responsable del fin del Tratado”.
Estados Unidos también tomó la delantera en retirarse del acuerdo de Cielos Abiertos, aparentemente sin estar dispuesto a cooperar con el desafiante Moscú que hasta entonces se había servido del Tratado con fines maliciosos, incluso para apuntar a instalaciones estratégicas de Estados Unidos y Europa con armas de alta precisión
La postura de Rusia sobre los acuerdos de control de armas es bastante evidente, lo que debería motivar a las personas responsables de las tomas de decisiones en Europa a revisar sus posturas a la hora de mantener relaciones comerciales habituales con Rusia, y mucho más en el hecho de apaciguar a Moscú frente a cualquier movimiento agresivo que realice, incluyendo contra sus vecinos.
Cualquier nuevo intento de lograr un “reinicio” o “vuelta a empezar” en las relaciones con Rusia estará de antemano condenado al fracaso; esto debería llegar a convertirse en una máxima para los líderes de ambos lados del Atlántico.
Después de todo, la historia en ocasiones permite que los países aprendan de sus errores y rectifiquen, pero sólo si sus representantes están dispuestos a ver más allá de los beneficios tácticos, las efímeras ganancias políticas y los actos de corrupción traducidos en forma de lucrativos contratos energéticos, y otros similares.