En materia ganadera, el verano y sus altas temperaturas son factores negativos, ya que en esta época el animal deprime su consumo y reduce la eficiencia de conversión en 15-20%. Y eso, en términos de pesos, significa un incremento del 20-25% en el costo del kilo producido. Ni hablar de las pérdidas que supone la muerte de animales por desatención frente a varios días de temperaturas tórridas.
No obstante, hay herramientas probadas para mitigar los efectos del calor sobre la hacienda. Entre ellas, la provisión de sombra y agua fresca, el monitoreo permanente del estado de los animales, la elección de los mejores horarios de trabajo y reducción de los movimientos innecesarios, la distribución repartida de la ración y el aumento de la fibra y disminución de la energía de la dieta para evitar la acidosis.
Precauciones en el lote
Primero, algunas definiciones: lo que perjudica al bovino no es solo el calor, sino su incapacidad para disiparlo. Esto puede parecer redundante, pero se explica diciendo que no son los días de mayor calor los más peligrosos, sino los posteriores. En enero y febrero, los vacunos acumulan calor durante todo el día y llegan al equilibrio térmico a la madrugada.
Cuando no llegan, porque el descenso de temperatura no fue suficiente, empiezan a acumular calor de un día para otro. Entonces, ese calor se incrementa y mantiene una inercia cuando bajan las temperaturas. Así, en general, los casos de mayor mortalidad se dan después de la ola de calor, muchas veces combinados con algún movimiento de hacienda.
¿Qué hacer ante esta realidad? En primer lugar monitorear el estado de la hacienda y evaluar el riesgo con una escala de jadeo de 0 a 4. Se considera 0 la respiración normal de irrelevante carga térmica (puede ser incluso en un día caluroso); 2 un moderado jadeo y 3 y 4 elevado jadeo, hasta boca totalmente abierta con la lengua afuera. En los casos 3 y 4 no deberían realizarse movimientos de hacienda y mucho menos con “la fresca de la tarde”, el peor momento, cuando el animal acumuló calor durante todo el día.
Conscientes del problema térmico gracias al monitoreo, habrá que planificar bien los horarios de trabajo y la distribución de la ración. Lo ideal sería entregar 1/3 por la mañana y 2/3 por la tarde. Se empezaría con las primeras luces del día, de manera que el animal no esté en el pico de fermentación ruminal -generando mucho calor- con el pico de calor del día.
En los planteos de engorde a corral o de suplementación con grano, hay que evitar la acidosis. Es frecuente que el animal deprima su consumo por el calor; si lo retoma con un rumen vacío y hambre, el consumo de una dieta muy “acidótica” volverá a deprimirlo por motivos nutricionales y no ambientales agravando el problema.
Para atenuar ese riesgo conviene reducir la concentración energética de la dieta, aumentar la proporción de fibra, agregar monensina (o lasalocid) y asegurar suficiente frente de comedero. ¡Atentos al agua! Lo más fresca posible, de buena calidad y caudal.
Por otro lado, es conocido que la genética de raza cebú o compuestas como Brangus y Braford tienen más tolerancia al calor. Entonces, elegir bien los terneros para invernar dará una ventaja comparativa en el engorde en zonas de veranos tórridos.
Las inversiones en sombra y asperjado tienen fuerte impacto en la productividad. Pero deben estar bien hechas: conviene asesorarse en diseño, dimensiones y ubicación para no acrecentar los problemas queriendo solucionarlos.
En síntesis: hay que hacer un buen monitoreo de la hacienda durante el verano, planificar bien el trabajo de suministro de ración y evitar los arreos innecesarios, sobre todo en horas de la tarde. Para no tener problemas con vacas o novillos en el verano, el manejo prima, más que pensar en fuertes inversiones.
El autor es asesor ganadero de la consultora AZ-Group