Por Joaquín Morales Solá
Alberto Fernández está siendo atacado por el cristinismo residual. Gabriel Mariotto, Milagro Sala y Hebe de Bonafini, entre otros. Cristina no los calla ni los quiere callar. Varios intendentes peronistas de Buenos Aires le aconsejan al Presidente que enfrente a su vicepresidenta, sobre todo por las listas de legisladores nacionales que competirán en el próximo octubre. “No podemos permitir que ella haga ahora lo que hizo en 2019, cuando llenó con dirigentes de La Cámpora todas las listas”, dice uno de esos alcaldes. El problema de las elecciones es que Alberto Fernández no solo deberá lidiar con Cristina, sino también con la necesidad de reactivar la economía y de lograr cuanto antes una vacunación masiva contra el coronavirus. Cristina Kirchner aporta a cada uno de esos conflictos, no a sus soluciones.
La vicepresidenta decidió incursionar en el gobierno fáctico del país (que está formalmente a cargo del Presidente) cuando vio que se aproximan elecciones que no puede perder. La economía está mal. La pandemia sigue la tendencia mundial (es decir, se agrava), pero sin el consuelo de otros países que tendrán a su disposición dentro de poco vacunas respetadas. Ella aplica viejas recetas: el congelamiento de tarifas, que impide la inversión y al final afecta la calidad de los servicios; la subvaluación del dólar oficial, que termina dañando la competitividad de la economía argentina, y la emisión descontrolada de pesos, que atiza el fuego de la inflación. Ninguna buena receta para los crónicos problemas de la economía argentina. Aplicando esas políticas (o proponiéndolas) fue derrotada en 2013, en 2015 y en 2017.
La historia vuelve, igual o parecida. Martín Guzmán la frecuentó para que no lo ejecutara políticamente, pero el final del camino es el mismo: ella no se deja convencer por nadie, él debe obedecer. Muchos empresarios, acostumbrados a hablar con Alberto Fernández en el gobierno y en el llano, deducen que la vicepresidenta tomó el poder de los lineamientos básicos de la economía. “De la cabeza de él no pueden surgir cosas con las que estaba en desacuerdo aun cuando era jefe de Gabinete”, dice uno de ellos.
Muchos argentinos creen que las tarifas de los servicios públicos deben ser gratuitas. Nada es gratis. Cuando los ciudadanos no pagan, es el Estado el que paga
El laberinto de Cristina no es la economía ni la pandemia; es judicial. Pero todos esos asuntos están vinculados. Si no estabilizan la economía y si no encuentran la fórmula de una vacunación masiva con los laboratorios más prestigiosos, lo más probable es que los aguarde la derrota en octubre. Los jueces quedarán liberados y ella perderá el Congreso, ya remiso ahora. Cristina lo sabe; sobre todo conoce la influencia de la economía. No sabe de soluciones buenas, pero sabe que las sociedades insatisfechas no votan a ningún gobierno. Pisa el precio del dólar para contener la inflación, atrasa las tarifas y reparte dinero. La solución es el problema, pero es un problema para después de las elecciones. Eso supone ella, aunque nada garantiza que sus tiempos sean los tiempos de la economía. En 2015 liquidó las reservas de dólares para distribuir dinero artificial; ahora no tiene reservas.
Cristina toca un nervio sensible de la sociedad argentina. Gran parte de los argentinos cree que las tarifas de servicios públicos deben ser gratuitas. Nada es gratis. Cuando los ciudadanos no pagan, es el Estado el que paga. Aquella convicción comprende a casi todos los estratos sociales, también a muchos de los pudientes. Es consecuencia del populismo de la política argentina. Y es lo que explica que el país tenga el déficit que tiene, la insoportable carga impositiva y niveles históricos de alta inflación. La Argentina tiene desde 2007 un promedio mensual de inflación del 2 por ciento. Acaba de escalar al 4 por ciento en diciembre pasado. El arrastre pronostica que en el primer trimestre de este año la inflación oscilará entre el 3 y el 4 por ciento mensual. Es la inflación anual de muchos países latinoamericanos. Aquí, la inflación anual en 2020 fue de más del 36 por ciento, medición que corresponde a un período de cuarentena, con muy poca actividad económica y con tarifas congeladas.
La soja alcanzó el viernes el precio de 520 dólares la tonelada en el mercado de Chicago. ¿Anuncio de una primavera económica? ¿Volverá la magia de los años nestoristas? La primera aclaración que debe hacerse es que ese precio se debe en parte a la sequía pronosticada para Brasil y la Argentina, dos grandes proveedores mundiales de soja. Esto es: lo que podría ganarse en precio podría perderse en cantidad. Los productores locales de soja cobran en pesos según el precio internacional y la valuación oficial del dólar, descontadas las retenciones. Son ellos los que deciden cuándo liquidan sus exportaciones. Y cuánto. El aumento del precio de la soja podría significar un ingreso adicional de dólares al país de entre 3000 y 4000 millones de dólares, pero no es predecible el momento en que sucederá ni a qué ritmo ocurrirá. El espectáculo de un gobierno que primero prohíbe las exportaciones de maíz, luego las permite parcialmente y, por último, las abre sin trabas de nuevo fue el peor mensaje posible a la inversión en el sector agropecuario. Nadie supo nunca quién impulsó la prohibición primera y quién promovió la liberación posterior. ¿Quién invierte dólares en un país donde la norma es violar la norma? ¿Quién, luego de leer las declaraciones de la economista cristinista Fernanda Vallejos, que dijo que el país “tiene la maldición de exportar alimentos”? ¿Vallejos es una cristinista residual o expresa obscenamente lo que piensa su jefa? Para los ruralistas no hay dudas: esas son las ideas de Cristina.
En una marcha por Milagro Sala, lanzaron bolsas de basura a Tribunales: así quedó la zona
Es probable que la economía crezca este año entre un 3 y un 4 por ciento, después de haber caído entre un 11 y un 12 por ciento en 2020. Cuando ya no se puede estar peor, la única alternativa es estar un poco mejor. Pero ¿lo percibirá la sociedad argentina? Después de caídas tan profundas, la reactivación tarda mucho en llegar a la constatación de la gente común. De hecho, la economía había vuelto a crecer en agosto de 2019 y la inflación había caído al uno por ciento mensual, luego del fenomenal ajuste que hizo Macri cuando se quedó sin crédito. Pero en ese mismo mes de ese mismo año Macri perdió la presidencia. Ni el crecimiento embrionario económico ni la baja inflación perforaron el malhumor de la sociedad.
De todos modos, la reactivación de la economía en 2021 depende también de la vacunación masiva, lo único que podría alejar a los argentinos de la pandemia y su consecuente parálisis. Y la vacunación depende, a su vez, de que el Gobierno (y Cristina, sobre todo) se abra a la oferta de todos los inmunizadores prestigiosos que se ofrecen en el mundo. La de Rusia es insuficiente, le guste o no a la vicepresidenta. Todo tiene que ver con todo (Cristina dixit).
Aquellos intendentes (¿también gobernadores?) que le reclaman al Presidente una pose firme frente a Cristina cuando deban confeccionar las listas saben que los candidatos no son los únicos que definen una elección. Cuando dicen que no puede pasar lo de 2019 se refieren a que Cristina designó a todos los legisladores con la promesa de que el Ejecutivo sería exclusivo de Alberto Fernández. Ahora ella está controlando todo: el Legislativo, el Ejecutivo y, si la dejan, el Judicial. Nunca respetó la geometría del poder. Siempre quiere todo.
“Ese proceso es imparable”, le confesó un funcionario, muy cercano al Presidente, a un intendente que convoca a la sublevación. ¿Qué es imparable? Que intendentes y gobernadores reclamen una influencia menor de Cristina en la confección de las listas, dijo aquel funcionario. ¿Por qué? Porque perderíamos las elecciones, le respondió. Sueñan con que Cristina entienda que 2021 será igual que 2019; solo podría perder si hiciera ostentación de ella misma. ¿Está el Presidente en condiciones de enfrentarse a ella? ¿Lo querrá hacer? Ni el propio Alberto conoce las respuestas.
Los candidatos importan, pero no deciden una elección. La economía debe reactivarse. La vacunación masiva debe suceder. Las clases deben empezar en tiempo y forma. Esa es la hoja de ruta que intendentes y gobernadores peronistas le hicieron llegar al Presidente. La aspiración puede ser lógica, pero el problema es que Cristina está presente en la economía y en la elección de la vacuna. Ella camina su viejo camino. ¿Por qué llegaría a un lugar mejor?
Los intendentes están cansados de hablar de cosas inútiles. Por ejemplo: Máximo Kirchner, presidente del justicialismo bonaerense. ¿A quién le importa?, se preguntan. Llaman “trotskoperonistas” a los de La Cámpora, por su afición a las estructuras partidarias y al “entrismo” en los aparatos de otros. Los camporistas avanzan. Los cristinistas que vapulean al Presidente no bailan solos.
Fuente La Nacion