La gestión de Alberto Fernández quedó irremediablemente enredada con las noticias sanitarias. El Gobierno sufrió con cada uno de los vaivenes y la imagen del presidente hizo un pico para luego desplomarse.
La pandemia se convirtió, con un año de recorrido, en una capa más del piso de desgracias por la que corre la historia argentina desde hace décadas. Está la pandemia, pero, además -a diferencia de lo que ocurre en el resto del mundo- está la inflación convertida en un fenómeno permanente y estructural. El COVID-19 llegó, al contrario de lo que sucedió en el resto de América latina, a posarse sobre quince años de tendencias como el crecimiento de la pobreza, el derrumbe de la inversión extranjera y la caída de la economía.
Esa séptima plaga egipcia se entreveró con las que ya estaban para configurar el terreno en el que tuvo que moverse el presidente Alberto Fernández -y el resto de los integrantes de su gobierno- durante casi todo el tiempo que lleva de mandato. Fue tan breve el tiempo “sin pandemia” que tuvo la gestión de Fernández, que ya perdió relevancia la idea de separar en “antes del coronavirus” o “después del coronavirus” cualquier análisis de su Gobierno.
Sin embargo, en ese recorrido sí hubo etapas. En la primera de ellas, luego del desconcierto inicial que provocó que el propio ministro de Salud minimizara la posibilidad de que la enfermedad llegara a la Argentina, el presidente se movió en un contexto de apoyo prácticamente unánime.
La cuarentena prematura, e incluso el cierre total de la actividad que se produjo en marzo de 2020 -que incluyó la clausura de escuelas, oficinas, fábricas y comercios en regiones enteras sin casos a la vista- consiguió un apoyo, explícito o tácito, de toda la sociedad.
El miedo de aquellas semanas por las noticias que llegaban primero de China y luego de Italia y España consiguió la unanimidad política que se había vuelto imposible desde que Néstor y Cristina Kirchner eligieron maximizar la grieta.
En ese contexto, Fernández consiguió incluso algo que no había ocurrido en España, Italia o Estados Unidos, países con tradiciones de diálogo mucho más arraigadas que la argentina: mantener un diálogo prácticamente diario con Horacio Rodríguez Larreta, uno de los jefes de la oposición. Las fotos que mostraban al presidente rodeado de gobernadores propios y ajenos hicieron renacer la ilusión de que la grieta se estaba cerrando.
Ese verano de la imagen presidencial se mantuvo luego cuando el Gobierno montó un dispositivo de ayuda económica a las personas y sectores de la economía afectados por la parálisis. Bonos a jubilados y receptores de planes sociales, ayudas a empresas y trabajadores, multiplicación del Ingreso Familiar de Emergencia, retrasos de vencimientos impositivos, suspensión de desalojos y congelamiento de los precios regulados: todo eso sirvió para despejar del horizonte la posibilidad del estallido social que se avizoraba, porque la pandemia había hecho que la situación económica pasara de crítica a desesperante.
Ese consenso, incluso, minimizó el impacto político del retraso de la instrumentación de mecanismos de detección y rastreo de contagiados. En aquel momento, el cierre y la ayuda económica del Estado eran las únicas respuestas, pero todavía tenían aceptación.
La imagen del Presidente, sin embargo, empezó a perjudicarse cuando el encierro se volvió intolerable y cuando quedó claro que, peses a los meses de restricciones, los casos de contagios, y luego de muertos, subían en ritmos parecidos a o peores que otros países que el propio presidente había puesto como malos ejemplos de mitigación de la pandemia.
A fin del 2020 ya quedó claro que la cuarentena llevaba meses deshilachándose y que el Gobierno ya no tenía la potencia para imponer nuevos cierres. Incluso hubo una suerte de regreso simbólico de los alumnos a las escuelas, mientras se amontonaban las promesas y los traspiés oficiales sobre la llegada de las vacunas.
En el verano quedó claro que esas promesas habían fallado redondamente y la Argentina empezó a vacunar muy lentamente con la única vacuna que tuvo a mano: la Sputnik V, que llegó en cuentagotas cuando el gobierno ruso la habilitaba y no cuando lo mandaba el contrato con el Fondo Ruso de Inversión Directa, el proveedor formal de la vacuna.
Ese retraso se volvió intolerable hace pocos días, cuando Clarín reveló que esa escasez de vacunas no afectó del mismo modo al amplio círculo de funcionarios, amigos de funcionarios y familiares de funcionarios que salió a la luz con las investigaciones y revelaciones de los vacunatorios VIP.
Este dato marcará el inicio de una nueva etapa de la vinculación del Presidente con las consecuencias de la pandemia, pero para saber qué efecto tendrá en su imagen y, sobre todo, en el desempeño de las listas del oficialistas en el año electoral. todavía deben pasar algunas semanas.
Vacunados VIP
El listado completo de los 70 vacunados que publicó el Ministerio de Salud
Fuente Clarin