Por Gonzalo Abascal
La secuencia de los hechos que involucraron a Hugo Moyano y a su hijo Pablo desde la asunción de Alberto Fernández sirven para describir un tiempo y al Gobierno. Absoluciones judiciales y vacunas de privilegio.
No todo está perdido. O, para decirlo mejor, no todos han perdido durante la presidencia de Alberto Fernández. Si bien la inflación y la pandemia castigaron parejo, hubo quienes recibieron buenas noticias. No la sociedad completa, pero al menos sectores. Y si no tanto como sectores, sí familias. Al menos una familia: los Moyano.
La secuencia empezó con la visita presidencial al Sanatorio Antártida, en abril de 2020. El presidente rompió su cuarentena -fue su segunda salida de Olivos- y con una definición anticipó lo que vendría: “Hugo es un dirigente ejemplar”, dijo. Y sugirió: “Sean como él”.
Dos meses más tarde llegaría la primera novedad alentadora para el dirigente ejemplar: el Gobierno anulaba una sanción a Camioneros de $810 millones que se había impuesto en la gestión de Macri.
En agosto, el gremialista, su mujer Liliana Zulet y su hijo Jerónimo, de 20 años, visitaron al presidente y su mujer, Fabiola, en la quinta de Olivos. Disfrutaron un almuerzo casi familiar y se tomaron una foto sonrientes sin barbijos ni distanciamiento.
Días después Pablo Moyano, hijo de Hugo, ninguneaba a la Justicia. Acusado de ser el jefe de una asociación ilícita dedicada, entre otros delitos, a la venta de entradas falsas en Independiente, se negó cinco veces a declarar. Cuando no pudo gambetearlo más, interrumpió la audiencia al grito de “voy al baño”.
La acusación no inhibió, ni a él ni a sus anfitriones, a compartir un almuerzo en la Casa Rosada con Gustavo Beliz, nada menos que el secretario de Asuntos Estratégicos. Nuevo encuentro y foto junto al funcionario.
Las imágenes con el presidente y sus ministros fueron el talismán de la buena suerte del hijo mayor de Hugo, que en diciembre recibiría otra buena nueva. Era sobreseído en la causa Independiente por la jueza de Garantías Brenda Madrid, que desestimó, entre otras pruebas, los testimonios como arrepentidos de los barrabravas Pablo Bebote Alvarez y Damián Lagaronne, quienes habían señalado al hijo de Moyano como su jefe.
Ese mes Alberto Fernández visitó el gremio de Camioneros. “Gracias a Dios pudimos contar con los Moyano”, distinguió a Hugo y sus herederos. Más sonrisas compartidas.
Con ese impulso favorable iniciaron el 2021, y en enero el juez federal de Lomas de Zamora, Federico Villena, ordenó devolver a Karina Eva Beatriz, la hija de Moyano, 436.670 dólares y 600.000 pesos que estaban congelados por la Justicia en una investigación por lavado de activos.
La decisión generó tanto ruido que otro juez ordenó la marcha atrás. Moyano padre se enfureció: “De los desastres que hicieron Clarín y La Nación con los militares no dicen nada, pero por dos mangos de mi hija sí”.
Pero la gran noticia para la familia se conocería a fines de febrero, cuando se supo que el dirigente camionero, su mujer Liliana y su hijo Jerónimo, de sólo 20 años, habían recibido la vacuna contra el coronavirus mucho antes que millares de médicos y enfermeros. Moyano intentó justificar el privilegio por ser empleados de la obra social de su sindicato.
Así se llega hasta estos días, en que un millar de integrantes del gremio bloquearon el ingreso a un parque industrial en Villa Adelina. Insultaron, apedrearon y violentaron. Un fiscal los denunció pero el juez de San Isidro Esteban Rossignoli se negó a ordenar el desalojo. Ayer decidieron retirarse. Es decir, se fueron cuando se les dio la gana. No hay sorpresa en la cronología. Apenas hechos verificables y descriptivos. De una familia, pero también de un tiempo.
Fuente Clarin