Ástor PIazzolla, polémico no solo en cuanto a su música, sino también por sus pronunciamientos políticos.
Que Piazzolla haya sido el músico elegido para el concierto de gala del retorno a la democracia en 1983 habría que interpretarlo como una señal de que sus opiniones y actitudes políticas históricas, mezcla de impulsividad, indiferencia y temor, se han catalizado en la dimensión de su inexorable ética artística.
Piazzolla nunca le destinó demasiada reflexión a lo político —no tuvo por ejemplo la constancia ideológica de Borges—, y sus pasos fueron como en zigzag, reactivos, incalculables, irresponsables. Su sostenida declaración en contra del autoritarismo peronista es interferida por al menos cuatro episodios llamativos: en 1952 compone Epopeya Argentina, con un texto de Mario Núñez dedicado a exaltar las figuras de Perón y Evita. Si bien Astor utiliza procedimientos que se reconocen en obras de la época, para películas y académicas, el valor musical de la Epopeya no resulta significativo. «La música transcurre como discurso paralelo al panegírico del narrador» (O. Corrado). Dentro de la maraña de conjeturas sobre el porqué de la obra, pareciera que la solicitud de su amigo peronista Núñez —con el que compone además tres tangos, inéditos— sencillamente le ofrece la ocasión, nunca desdeñada por Astor, de escribir música, casi con indiferencia por sus motivos.
En 1953 hace la orquestación del sainete musical “El patio de la morocha”, de Cátulo Castillo y Aníbal Troilo, que se enmarca en la dramaturgia popular del peronismo —Perón asiste incluso a una de esas funciones—. En 1954 musicaliza “El último perro”, versión teatral de Gorostiza con dirección de Armando Discépolo, presentada en los programas del gobierno peronista del Teatro Cervantes. Y agreguemos finalmente el rumor, con tono de denuncia, surgido de periodistas ligados al derrocamiento de Perón, de haber sido favorecido por el peronismo en la beca que le permitió estudiar en París con Nadia Boulanger —que más allá de lo verosímil, es otra señal de ambigüedad en cuanto a la ubicuidad política de Astor—. Si bien persistió en sus declaraciones antiperonistas, confiesa que en el 73 votó la fórmula de Perón.
No obstante al desinterés manifiesto en cuanto a las definiciones ideológicas («no soy peronista, no soy comunista, soy bandoneonista»), si dejamos al margen la película Detrás de la mentira (1962), resulta significativo que los directores que han requerido su música hayan coincidido en una perspectiva de izquierda o de investigación social —pareciera que una afinidad intangible con la estética revolucionaria de Astor domina aquellas elecciones—: Cuarteles de invierno (de Lautaro Murúa), Llueve sobre Santiago (Helvio Soto), sobre el golpe militar a Salvador Allende —aunque es conocido su exabrupto invocando la ‘mano dura’ de Pinochet (cfr. N. Gorin, Memorias)—, Cadaveri Eccelenti (Francesco Rosi), El exilio de Gardel, Sur (Pino Solanas).
No puede soslayarse tampoco el rasgo temático de mucho de la obra cantada de Piazzolla, claramente vinculada a una dimensión social distante de la cosmovisión de la derecha. Siempre a partir de su asociación con determinados letristas, fundamentalmente con Ferrer, aunque no únicamente, la construcción elegíaca o epifánica se hace sobre la subjetividad poética de personajes marginales: grelas; mujeres épicas, el Chiquilín, vendedor callejero de rosas, con el que el tango vuelve a colocar, después de Discépolo y de Celedonio Flores, su atención en el hambre («…que no te entendí…»). Y por supuesto el loco (la Balada, La bicicleta blanca—un Jesús contemporáneo, urbano y enajenado—; el tango fue censurado por la dictadura militar del 76). La primera versión, inédita, de El Pueblo Joven (71-74, también con Ferrer) introduce, seguramente influido por el clima epocal tercermundista de los primeros años del 70, la historia de la caída de una sociedad, de sus valores de emancipación y su renacimiento en un pueblo joven en una suerte de refundación libertaria del Rio de la Plata. Mencionemos finalmente dos obras: Pequeña canción para Matilde, con una letra póstuma del poeta comunista Pablo Neruda, a pedido de su viuda Matilde Urrutia y una colaboración con el autor de Los pájaros perdidos, Mario Trejo, con él compuso también Violetas Populares, dedicada a Violeta Parra y al sueño revolucionario.
Los panfletos arrojados frente al teatro Champs-Elysées que lo trataban de colaboracionista, en 1980, tras sus declaraciones de que Argentina estaba ‘tranquila’; el almuerzo con Videla (compartido con Eladia Blázquez, Adolfo Bioy Casares, Antonio Tauriello y otros), sus declaraciones intempestivas, todo ello parece buscar compensación en lo que leemos del reencuentro con Diana (*) luego del exilio para evitar su muerte o desaparición. Diana había sido militante del Peronismo de Base, y la reconciliación con su padre no deja de repasar el dolor que le provocó aquel ‘almuerzo’, y que se resume en el diálogo que transcribimos de la nota: «Vos fuiste (al almuerzo con Videla) por miedo. Pero otros fueron cómplices». De un reportaje radial a Diana, por el periodista Néstor Rodríguez, se desprende un comentario raro pero en sintonía con esto: «mi viejo me salvó la vida». ¿Era tan ingenuo Astor como para hacer aquellas declaraciones de «tranquilidad en el país» o concurrir a la ‘cita’ de Videla o fueron en parte gestos de protección a Diana?
Con Piazzolla no llega a ser necesario aplicar la justificación que Sartre utiliza con Heidegger: las obras son mejores que los hombres.
* “Cuando supe que (Diana) se iría del país al exilio, pensé que era lo mejor para ella, aunque me doliera. Yo ya era para entonces un emigrado, un autoexiliado. Elegí irme por miedo, pero pude quedarme y a lo mejor no hubiera pasado nada. Diana, no: a ella la hubieran matado, hubiera desaparecido. Pero ojo: esto de que la mataban o desaparecía acabo de descubrirlo” “—Yo fui (al almuerzo con Videla) como fueron tantos otros. María Elena Walsh, Eladia Blázquez, Walter Santa Ana. ¿Cómo decir que no cuando vienen a traer la invitación dos tipos de negro, casi ordenando? Hoy me avergüenzo. Fue —lo dije ya— el almuerzo de la vergüenza. Les pedí perdón a aquellos muchachos de Bélgica. (Piazzolla)”. Fragmentos de la nota de revista La Semana, 2 de febrero del 84, Buenos Aires.
Fuente Telam