No son pocos los hombres y las mujeres que, antes o después de haber sido protagonistas de la escena política, sindical o empresaria, permanecieron un tiempo en prisión. En su libro Prisioneros, las periodistas Lucía Salinas (Clarín) y Lourdes Marchese cuentan las historias de dieciséis personalidades argentinas que pasaron por esa experiencia. En sus páginas se mezclan lo cotidiano (la rutina, las visitas, los pasatiempos, la convivencia con los otros presos) con lo cruel (la humillación de las autoridades, la violencia propia de toda cárcel y hasta la tortura).
Poner un pie en una cárcel es una vivencia que se experimenta primero con el olfato. Mientras la vista lo confirma, el olfato empieza a clasificar un amplio abanico de sensaciones. La primera: falta el aire, todo está allí potenciado por la exigua ventilación. Hay hacinamiento. Pero también sobresalen otros olores en esa realidad intramuros; son los productos de limpieza y de desinfección, que no logran erradicar el hedor que parece preexistente al lugar. Todo coexiste en esas moles de concreto, conformadas por paredes que concentran el extremo calor en época estival, y que no dan tregua al frío durante el invierno.
Entrar a una dependencia carcelaria traza una línea. Los presos dejan afuera sus vidas, allí quedan suspendidas sin ellos como protagonistas, y comienzan a construir otra tras las rejas. El tiempo se vuelve un enemigo, algo en lo que pensar casi obsesivamente para descubrir cómo hacer que transcurra más rápido. Imposible. La sensación generalizada es que todo se detiene para abrirle paso a la rutina tediosa y atemporal en la que se comienzan a escribir historias de las más variadas.
Rutinas implacables con las que se les libra una pelea muchas veces infructuosa. Unas pocas visitas, algo de ejercicio, un partido de fútbol, un juego de ajedrez o de cartas caseras pueden irrumpir en esa agenda impuesta por un sistema que los alberga por los delitos cometidos. Todo comienza a medirse con otros parámetros: el silbato de la mañana, el sonido de la reja de la celda abriéndose son el despertador. El día corre y las caras son las mismas; ya es fácil identificar a quién le pertenece la ropa.
Lucía Salinas y Lourdes Marchese, autoras de Prisioneros
Queda poco que hacer: cocinar, comer. Un espacio compartido que obliga a la convivencia no elegida pero irremediable tiene como principal motivación un televisor. Ponerse de acuerdo en el canal puede ser otra batalla reiterada, en la que al final todos terminan cediendo. Ya saben cómo termina aquello. Un libro en la cama, una revista, un repaso del día que concluye y que da la constante sensación de ya haber sido vivido. Medianoche y las celdas se cierran, la luz se apaga y la oscuridad es más profunda. Es silencio nocturno pero de prisión, y tiene sus sonidos casi armónicos entre sí: chillidos, pasos a lo lejos, conversaciones por lo bajo, algún sollozo imperceptible. Rara vez alguien pregunta qué hora es, qué importa ya.
Las cárceles son el epicentro de historias disímiles. Ninguno de los protagonistas de Prisioneros imaginó siquiera a qué se asemejaba estar una temporada en la cárcel: “Cuando conocés el infierno nada más te asusta”. “Es la convivencia obligada con gente con la que no querés estar”. “Es oscuridad”. “Un lugar donde el tiempo no pasa más, es agobiante”. “Te olvidás de cómo es el sol”. Estas fueron sólo algunas de las descripciones que utilizaron muchos internos. Villa Devoto, la ya demolida Caseros, Marcos Paz, Ezeiza, Campana, Magdalena son sólo algunas de las prisiones en las que transcurrieron la vida de políticos, dirigentes sociales, empresarios y sindicalistas por diferentes períodos. Sus historias exponen las falencias de un sistema carcelario deteriorado que abre un sinfín de interrogantes sobre su función de institución reparadora y resocializadora.
Tapa de Prisioneros
Algunos de los protagonistas de Prisioneros, el nuevo libro de Lucía Salinas y Lourdes Marchese, son:
Sergio Schoklender: estuvo detenido hace más de catorce años tras las rejas y construyó una vida desde la absoluta privación de la libertad. En 1981 asesinó a sus padres y escondió sus cuerpos en el baúl de un auto Dodge. Sergio confesó que había matado a sus progenitores y desligó a su hermano Pablo. Tiempo después, fue condenado a prisión perpetua y Pablo fue absuelto. Estuvo al frente de los reclamos por los derechos de los presos y las condiciones de vida y acceso a la educación de los reclusos. Fue cuando se vinculó con Hebe de Bonafini, una relación que años después lo llevaría a terminar procesado en la causa Sueños Compartidos al igual que a su hermano, con quien ya no se habla.
Cuando el menemismo abandonó el poder, la justicia avanzó sobre varios de sus referentes, comenzando por el propio el ex presidente Carlos Menem. Durante unos meses contó con una prisión domiciliaria y se convirtió en el primer ex Jefe de Estado constitucional detenido por una causa de corrupción. Su historia tras las rejas tiene un capítulo muy anterior durante la dictadura militar. Sus años en prisión fueron más de cinco, con diversos regímenes, unidades carcelarias.
Militante de Montoneros, Patricia Bullrich, la ex Ministra de Seguridad del macrismo, contó con 671 pedidos de captura durante la última dictadura militar. Cayó en prisión siendo aún menor de edad, y estuvo detenida clandestinamente durante más de ocho XXX, hasta que finalmente el exilio fue la única opción que le quedó para resguardarse. Dejó Argentina en 1977 y regresó en 1982, cuando volvieron a dejarla tras las rejas. Vivió en cuatro países durante ese período, en el que según sostiene no hubo ni un sólo día que no le haya costado estar lejos. A la suya se suma la voz de Elsa “Tata” Quirós, la ex legisladora del ARI que permaneció como presa política hasta fines de 1983.
,Acusado de haber entregado la Traffic que se utilizó para cargar con explosivos y estrellarla contra la sede de la AMIA en 1994, Carlos Telleldín estuvo diez años en prisión. Hoy permanece libre, y tras su paso por la cárcel se recibió de abogado, profesión que hoy ejerce y que lo conduce a regresar a las prisiones que conoció en otros tiempos.
Empresarios unidos por un común denominador son parte de las historias de Prisioneros. El dueño del Grupo Indalo y allegado a la familia Kirchner, Cristóbal López, estuvo en la cárcel más de un año. Metódico en cada acción, transcurrió sus días leyendo libros de historia, recibiendo visitas familiares y con mesas de debate político junto a otros ex funcionarios presos, mientras buscaba mantener la dirección de sus empresas.
Después de cuatro años y medio en prisión, Lázaro Báez ahora pasa sus días en un domicilio secreto cumpliendo el arresto domiciliario. Desde la cárcel se peleó con su familia, desvió fondos embargados por la justicia y cambió de novia dos veces. Solitario, de pocas palabras y hábitos rutinarios, sus días como prisionero pasaron sin estridencias. Otro hombre del entorno de los Kirchner cuenta con su temporada tras las rejas: Carlos Zannini, el actual procurador del Tesoro que estuvo preso durante el gobierno militar y cuando dejó la Casa Rosada en 2015, acusado por el supuesto encubrimiento del ataque a la AMIA a través del Pacto con Irán.
Con el récord de ser el primer ex vicepresidente de la Nación condenado por corrupción y detenido, Amado Boudou pasó lapsos intermitentes en la prisión de Ezeiza, por el caso de la compra de la imprenta Ciccone. Entre talleres de canto y de organización de fiestas, ejercicio físico y asesoramiento financiero a varios intendentes, así transcurrió el tiempo. En medio de la pandemia del coronavirus logró por tercera vez salir de prisión y cumplir un arresto domiciliario. Todo un récord.
Prisioneros también es un análisis sobre el sistema penitenciario argentino. O, mejor dicho, sobre su precariedad. Estos relatos permiten entrever las falencias de un sistema colapsado e ineficaz que no logra cumplir con el objetivo de reinsertar socialmente a los convictos. Como dice el periodista Rolando Barbano en el prólogo: “Si alguien quiere entender la vida y la muerte en la Argentina, la política y el delito en nuestro país, tiene que comprender cómo funcionan las cárceles. Y el mejor camino para hacerlo es leer esta investigación, la más profunda y entretenida que se haya escrito hasta hoy”.
Fuente Clarin