A la hábil –aunque claramente oportunista- ingeniería financiera del Gobierno, para mantener el dólar planchado, se agrega la entrada de divisas por exportaciones agrícolas.
Las exportaciones del sector agroindustrial, durante los dos primeros meses de este año, habrían alcanzado un valor neto de alrededor de 4.300 millones de dólares. Toda una cifra ¿no? Y es resultado de la cosecha pasada.
Récord, señores. Obviamente, no por efecto del clima ni de la política agrícola local, sino por la mejora de los precios internacionales y la creciente competitividad del agricultor.
Este impactante aumento de las exportaciones viene de la mano del complejo soja (harina, aceite y biodiesel). Y se hace notar en la balanza comercial, pese a la baja en la exportación de trigo, que disminuyó poco más de 400 millones de dólares en el mismo período respecto al año 2020.
Ha sido decisiva, para la tranquilidad del dólar en todas sus caras, el ingreso de divisas por la liquidación de éstas en el Mercado Único y Libre de Cambios (MULC). Tal liquidación en enero-febrero habría llegado a cerca de 4.000 millones de dólares. Este monto supera en alrededor de 1.500 millones al correspondiente del año pasado, en esos dos meses.
En tanto, las ventas al exterior no agroindustriales continúan con la tendencia negativa, arrastrada del año anterior, fundamentalmente por la alicaída capacidad importadora de Brasil.
Así el cuadro, no extraña que el dólar libre, en especial el contado con liquidación, casi no haya aumentado en lo que va de este año. No se ha incrementado nominalmente, pero, en rigor, ha bajado.
Por qué cayó el dólar
A consecuencia de la elevada inflación imperante, el dólar en términos reales, ha caído. ¿Por qué? La respuesta parece obvia: después de conocer los índices de enero y febrero, al finalizar estos tres primeros meses, la tasa inflacionaria superará el ratio del 10%.
La acentuada intervención del Banco Central – la mencionada ingeniería financiera- más la entrada de divisas del exterior han logrado esta siesta cambiaria. Y no hay razones, en lo inmediato, para que este fenómeno se interrumpa, pues es tiempo de cosecha y de cumplir con las obligaciones financieras de la empresa agrícola.
El grave problema, que crecientemente castiga la economía argentina, está escondido; la basura bajo la alfombra seguirá aumentando, hasta que nadie pueda pasar por encima. Porque el déficit fiscal sigue vivito y coleando y tiene una tremenda capacidad de fortalecerse.
En una suerte de tímido regreso a la ortodoxia, el Gobierno estaría ajustando (muy tímidamente) el gasto público. Desde el inicio del año, en vez de focalizarse en la emisión de dinero para financiar la caja fiscal, el Banco Central se está dirigiendo, decididamente, al endeudamiento en pesos en el mercado local. En mis pagos, se diría: desvestir un santo para vestir otro.
Pero esto, que parece fácil, es tremendamente costoso. Y más adelante habrá de pagarse.
En tanto las tasas de los préstamos en dólares, a 3 o 5 años, tomados por los vecinos Chile, Uruguay y Paraguay giran alrededor del 3 ó 3,5% anual, nuestro país lo hace en torno al 15%.
Como el precio interno de los granos, donde la soja tiene la posición más relevante, está totalmente ligado al dólar oficial, la política de planchar a éste -y a todas sus variantes- debería cumplir su cometido.
Por el endeudamiento y la entrada de dólares por exportaciones, para los próximos meses (¿tres o cuatro?), la tranquilidad en el mercado de cambios debería ser un hecho.
Es bondadosa la agricultura… ¿no? Al contrario de la aplicada ingeniería financiera, trae ventajas y solamente eso.
Nota de la Redacción: El autor es economista, profesor de Agronegocios de la UCEMA.
Fuente Clarin