Era previsible. Después del tiempo de gracia que se le otorga a todo gobierno que comienza y tras el estallido de una pandemia que obligó a sumar esfuerzos y postergar críticas, la Iglesia está volviendo con sus cuestionamientos al poder de turno. Entre ellos, con el que más insistió en las últimas décadas -y que está más ligado a sus exigencias doctrinarias: la pobreza.
Razones no les faltaron a los obispos en el último medio siglo para machacar cada vez con más fuerza con su denuncia y reclamar respuestas. El porcentaje de pobres era del 4 % a inicios de los ’70 y actualmente, según la reciente medición del INDEC, es del 42 %. O sea, que 19 millones de argentinos son pobres, entre ellos 6,3 millones de niños y jóvenes.
Los gobiernos de distinto signo que se sucedieron en este tiempo no solo no disminuyeron la pobreza -más allá de bajas momentáneas-, sino que la aumentaron. Pero todo eso ya es historia. El problema actual, para la Iglesia, es que no se está viendo a la dirigencia -no solo al oficialismo- metida de lleno en la solución de este problema.
El papa Francisco en el Vaticano, este jueves santo. Foto VATICAN MEDIA
En ese contexto, el arzobispo de Buenos Aires, cardenal Mario Poli, no anduvo con vueltas en la misa de Jueves Santo para decir lo evidente tras conocerse las cifras del INDEC (en rigor, anticipadas por la UCA): que la cantidad de pobres a la que se llegó “es humillante” así como que “es alarmante” el número de menores indigentes.
Desde la crisis de 2001 -que disparó la pobreza a niveles sin precedentes- los obispos vienen insistiendo en la necesidad de grandes acuerdos en torno a políticas de Estado para resolver ante todo la cuestión de la pobreza. A pesar de una aceptación de la propuesta en las campañas electorales, los ganadores nunca la implementaron.
Lamentan, además, otra cuestión evidente: que la tristemente famosa grieta complica cualquier entendimiento. No ven de parte de los principales exponentes de la profunda división política -Cristina Kirchner y Mauricio Macri- una vocación de avanzar en ese sentido. Al fin y al cabo, tampoco lo hicieron en sus presidencias.
Más grave aún: observan que el oficialismo está ocupado en asuntos ajenos a las urgencias sociales como una reforma judicial amañada para lograr la impunidad de Cristina Kirchner y kirchneristas conspicuos y con ministros y legisladores que denigran a jueces, fiscales y periodistas independientes.
Además, los obispos tampoco terminan de digerir que se haya priorizado la legalización del aborto en medio de la pandemia y su impacto en el nivel de pobreza. En su homilía, Poli consideró que su sanción “se alumbró en madrugadas porteñas a espaldas del común sentimiento del pueblo”.
Aunque no explícitamente, el Papa Francisco lo acaba de decir en un video que envió al país. “Cuando las autoridades no consultan al pueblo, incluso para leyes importantes y discutidas respecto a la moralidad, el pueblo es el gran ausente”, lamenta Francisco.
Ese concepto -en el que agradece los más de cien mil saludos que recibió por el octavo aniversario de su pontificado como parte de una iniciativa del padre Pepe Di Paola- patentiza la distancia actual de su vínculo con Alberto Fernández.
Fuente Clarin