Los números llevan el incuestionable sello de la AFIP, cubren todo el país y en un punto hablan del impacto económico de la interminable, costosa cuarentena que el Gobierno armó al año pasado para frenar el avance del Covid-19 sin frenarlo, ni siquiera magullarlo. Y, por eso mismo, son un muestrario de la ya fisurada estructura sobre la que ahora se monta la nueva cadena de restricciones.
Facturación de los comercios minoristas en todo el país durante la pandemia. Fuente: CEP XXI sobre la base de AFIP e INDEC.
De entrada, tenemos un mapa hecho en base a datos de 77.000 comercios minoristas, que puede encontrarse en la Web del Ministerio de Desarrollo Productivo y que abarca a las 24 provincias, incluida como tal a la CABA, y a 90 partidos y localidades del Área Metropolitana, o sea, de la Capital Federal y el Conurbano bonaerense.
¿Y dónde está ese punto desde el que parte el nuevo ensayo oficial? Está en la impresionante caída de las ventas o la facturación reales promedio, descontada la inflación, que estalló en abril de 2020 y continuó cuando la pandemia ya se había instalado a pleno.
Facturación de los comercios minoristas en el área metropolitana durante la pandemia. Fuente: CEP XXI sobre la base de AFIP e INDEC.
Ninguna provincia se salvó del saque, aunque comparados con abril-2019 fueron notables el 69,8% de la Ciudad Autónoma, el 47,8% de Buenos Aires y el 76,7% de Tierra del Fuego, notables en sí mismos y mayores o bastante mayores al 44% de Córdoba, el 35 de Santa Fe y el 26% de Misiones.
Tantas cifras juntas pueden fatigar y seguramente fatigan, pero en más de un sentido explican los golpes sobre golpes que sacuden al empleo, al consumo, a la actividad económica y a varias cosas más. Puede usarse la fórmula de invertir o cruzar causas y efectos, pero nada de fondo cambiará.
Más extensa, una segunda y también ilustrativa columna del informe toca a 90 partidos, localidades y barrios del AMBA: esto es, aproxima el foco a espacios más acotados, reconocibles y hasta familiares.
Ahí tenemos que, medidos en cifras, los peores cimbronazos los sufrieron los comercios de Floresta, Balvanera y Flores, con derrumbes en las ventas que promediaron 92%, 90 y 87% respectivamente. Cerquita, aparece una radiografía de clase media o de sectores relativamente acomodados si no directamente acomodados: Villa Crespo marca caída del 74%; Belgrano dice 73%; Retiro, 71; Recoleta y Colegiales 70 y San Isidro, 66%. Ninguna rareza, Villa Riachuelo, en el borde porteño del Riachuelo, canta 76% y en el GBA Lomas de Zamora, 65 y Esteban Echeverría, 60%. Para La Matanza, la muestra anota un 51%.
Sólo por si alguien pregunta por el repliegue menos pronunciado, la respuesta dirá partido bonaerense de General Las Heras, con un módico 12%; seguido por el también bonaerense Presidente Perón, con el 20%.
Está claro que así se trate de negocios diferentes y de consumidores diferentes, la magnitud de unas cuantas caídas implican ventas que son casi la nada mismo. O significan, llanamente, la agonía y desaparición de una chorrera de comercios.
Mejores son los números que el informe oficial registra hacia noviembre 2020 o enero 2021, comparados con los mismos meses de los años previos: las bajas se achican un poco y se mezclan con algunos también limitados registros positivos. De todos modos, el resultado no da para que el Gobierno ande cantando victoria: dice 70 rojos contra 20 azules.
Así, tal cual ocurre con las actividades productivas, todo lo que pasa en el comercio entra en la categoría de rebote no de recuperación ni de crecimiento. Y como ese poco que existe ni de lejos compensa los bajones del segundo y tercer trimestre, el sector se descapitalizó, se endeudó y en unos cuantos casos directamente capotó. Según datos de CAME, una entidad que representa a pequeñas y medianas empresas, el año pasado 41.000 comercios pymes bajaron la persiana.
Si se toman los números de la Seguridad Social, lo cual equivale a hablar ahora de compañías de todos los colores y de economía en blanco, tenemos que entre enero y abril de 2020 se cayeron 15.800 empresas y cerca de 20.000 durante el año completo. También mucho efecto de la cuarentena y precedente de las actuales restricciones, la cantidad de trabajadores que perdieron empleos en regla canta 188.000.
Cosas semejantes cuentan los industriales y los constructores privados cuando se les pregunta por las plantillas de personal. Sólo el 16,6% de los industriales proyecta aumentarla a corto plazo y el 83,4 restante prevé mantenerla tal cual está hoy o reducirla, o sea, una cuenta que va de igual de peor a peor; la de los constructores dice 25 y 75% respectivamente.
Parrafada de un economista de buen acceso a la Casa Rosada: “Hoy la pandemia manda en toda la línea. Impone decisiones y define el camino. Comparados con el miedo que Alberto Fernández le tiene a los efectos del colapso sanitario, valen poco el costo de aumentar el gasto público y el déficit fiscal y de cerrar la economía”.
Ahí asoma una buena explicación para el discurso virulento o cada vez más virulento del Presidente, a veces sin que importe a quién va dirigido. Otra, pasa por el estado de la economía y de los indicadores sociales más un horizonte que no pinta precisamente alentador.
Llegado este punto, el cuadro choca contra un encadenamiento que atraviesa el frente oficial desde sus orígenes: ministerios atomizados y decisiones e ideas atomizadas si no contradictorias, pujas por el poder y nadie que de verdad conduzca la economía. Se puede agregar la vieja asignatura del plan ausente, y clausurarla con una sola pregunta: ¿qué plan puede salir de este rejunte de fuerzas?
Todas las miradas siguen puestas en quien luce el cinturón de ministro, como si Martín Guzmán tuviese una gran capacidad de decisión y no corriera, ahora mismo, el riesgo de que mientras propone empezar a encarrilar las cuentas públicas le vengan gastos del Estado, subsidios y emisión. Seguramente necesarios en la emergencia, pero alejados del paquete de medidas articuladas que recomendaba un rebrote de la pandemia recontra anunciado.
Lo único que faltaba en este berenjenal dejó de faltar cuando, por boca del director para el Hemisferio Occidental, el FMI coló una extraña, quizás no tan extraña interferencia en asuntos ajenos. Dijo Alejandro Werner: “Parece que hay diferencias significativas de opinión dentro de la alianza política del presidente Fernández sobre la dirección que deben tomar, tanto en lo que respecta a la política como a las negociaciones con el Fondo”. Rigurosamente cierto, igual que su alusión a la incertidumbre, solo que en el gobierno hubo quienes interpretaron que Werner también habló en nombre de Guzmán y de la posición de Guzmán.
Ninguna sorpresa causó, en cambio, que el habitualmente exaltado Axel Kicillof hubiese llamado “tsunami” y “espanto” a la segunda ola del Covid-19, ni que advirtiera que “esto puede terminar en catástrofe”. ¿Lenguaje de asamblea universitaria, como dicen algunos analistas, o directamente terrorismo verbal calculado y anticipatorio?
Es toda una definición que Fernández y Kicillof apelen al grito, al temor cuando no a sarasa en vez de informar, concretamente, de qué manera y con qué medios piensan enfrentar una crisis por ahora sin fronteras. Obviamente, el cierre no es una salida.
Fuente Clarin