Por Julio César Spota
Soponcio en las vísperas
Las atragantadas cenas argentinas del miércoles 14 de abril contrastaron con el apacible signo de sus desayunos, almuerzos y meriendas. Las tres primeras colaciones de la jornada fueron deglutidas con la regocijante parsimonia de la recientemente recuperada semi-normalidad. Lo accidentado de su contraparte nocturna sublevó hasta el vómito el proceso de ingesta previo al descanso (reposo que por obvias razones distó de reportar sosiego). La disparidad verificada entre amena digestión matutina y empacho emético a última hora derivó de las espasmódicas inconductas perpetradas por un Gobierno nacional desorientado hasta el extravío. ¿Qué ocurrió? Lo asombrosamente esperable. O sea, una vez más nuestro bendito país sufrió los estragos siempre nuevos y por completo habituales del consabido delirio en que el peronismo transformó la gestión de los asuntos públicos.
Luego de casi un año de desvaríos sobre la inviabilidad del regreso a las aulas y habiendo transparentado sus obscenos contubernios con la runfla sindical, el ministro Trotta, que de Educación sabe lo que le enseñó Baradel, entró en razones y dejó de militar contra la presencialidad. Tras persistir por meses en su fobia hacia las aulas y pertrechado con la clásica amnesia peronista que habilita una praxis a caballo de la contradicción permanente, el encargado de la cartera educativa manifestó su satisfacción por el éxito de los protocolos escolares. La destacada disciplina sanitaria de estudiantes, padres, docentes, no docentes y autoridades arrojó un resultado estadísticamente auspicioso. Los números muestran sin asomo de duda que los alumnos en sus pupitres no representan un factor de riesgo. Antes bien, las ínfimas tasas de contagio corroboradas en el retorno de la comunidad educativa a las escuelas expresan un triunfo y gestan una expectativa de continuidad.
En contra de su habitual tendencia al disparate, en esta ocasión Trotta no pudo ser más claro: “No podemos comenzar las restricciones cerrando las escuelas (…) ya que la escuela ha dado muestras de ser un espacio seguro“. La buena nueva que todos aguardábamos arribó de la mano de una mala vieja que nadie dejaba de anticipar. Vizzotti proclamó en misterioso registro oracular un llamado a apechugar el “atolladero de las pendientes”. Síntesis enunciativa cargada de hermetismo donde habita el reconocimiento de un rotundo fracaso: no hay ni habrá vacunas para Argentina. Ironía platense. Que en nuestros pagos escasee lo esencial contrasta con la esperanzadora abundancia farmacológica uruguaya. Lo dorado del escenario charrúa no brilla únicamente en oposición a nuestra acostumbrada opacidad. Refulge a causa del desenlace de un juego de suma cero, perdido por goleada desde la Casa Rosada. En Uruguay están vacunando con las dosis de Pfizer que la negligencia del presidente testimonial le negó a sus mandantes.
No contento con la diagramación de una estrategia sanitaria carcelaria donde la disyuntiva de “salud o economía” nos condujo a 60 mil muertes (ni salud) y un 42% de pobreza (ni economía), y de la “jodita” del COVIP (con P) mejor ni hablemos, Argentina se anotició de que el FDT entró en guerra con las escuelas del AMBA. El insólito progresismo peronista de una ultraderecha conservadora que se presenta como extrema izquierda revolucionaria declaró abiertas las hostilidades contra la institución base de la sociabilidad moderna. Eso sí, el combate emprendido contra la educación transcurre sin desatender la debida sensibilidad por los desposeídos. Connacionales cuya indigencia se explica en la riqueza de la tan beligerante como condolida gavilla de dirigentes nac&pop.
El justicialismo como cruce partidario entre salteadores de caminos, discursiva solidaria y propagación de la pobreza forja un programa curioso: defiende a los pobres multiplicándolos, vela por la República interviniendo la Justicia, cuida a la población negándole vacunas y apuesta por el futuro triturando la educación. Cóctel explosivo que por primera vez amenaza con explotarle en las manos a los que siempre armaron las bombas. Como cereza del postre de la cena que retorció los estómagos nacionales (o mecha encendida de una dinamita social a punto de estallar), el miércoles 14 la ciudadanía dispéptica tomó conocimiento del motivo detrás del cierre de escuelas. En palabras de Alberto Fernández de Kirchner, “AMBA es hoy el foco infeccioso que tiene la Argentina”. Recalculemos al estilo GPS las curiosidades argentas magnificadas por la sinrazón justicialista.
Los datos demuestran sin ambigüedad que las escuelas no propagan el virus. Y ante lo incontrovertible de la evidencia el Gobierno nacional decide cerrarlas como medida preventiva. De yapa, como la Cámara de Casación porteña ordenó la continuidad de las clases ante un amparo presentado por particulares, los gremios porteños celebraron un paro en contra de Larreta. ¿Qué más podría salir mal? Como no podía ser de otra forma, el fárrago de insensateces envalentonó al único argentino de la historia que consiguió hablar con faltas de ortografías. El siempre sagaz Kicillof, humanista a quien debemos la confusión entre “Barones” y “Varones del Conurbano”, brilló una vez más por la creatividad de sus evaluaciones. En esta ocasión no sólo proclamó que los porteños migraban en masa a hacerse atender en las instalaciones bonaerenses. No conforme con desacreditarse hasta la ridiculez, el gobernador de corazón soviético, narrativa peronista, gestión caraqueña y resultados africanos sindicó a la Capital de la República como la culpable de todos los males: “CABA es el epicentro de la segunda ola”.
De la realidad histórica a la fantasía retórica, el peronismo tiene por doctrina hostilizar con agravios y descalificaciones lo que no logra conquistar por vía democrática. Le debemos a la Vicepresidente (con E) la génesis de las sucesivas andanadas antiporteñas. Pero con convenientes salvedades inmobiliarias. Su indignación ante la iluminación y riego de los helechos capitalinos aullada en 2019 todavía no la llevó a mudarse de la zona más cara del país. La intolerable inequidad que Ella adjudica a los poderes fácticos y no a la casi ininterrumpida gestión peronista de la provincia de Buenos Aires―el verdadero poder fáctico del país―distó de inducirla a sentar domicilio en medio del barro matancero. Su enfado únicamente alcanzó para verbalizar su malestar y luego retirarse a sus confortables aposentos en Recoleta. Que el Capitán Beto le conculcara recursos a CABA en 2020 para frenar una protesta policial que a Súper Berni lo sorprendió en un canal de TV, se entronca de manera obediente con los pareceres de su superior al mando del Estado nacional.
La guerra contra CABA actualiza su perfil persecutorio en la idea trasnochada de presentarla como la moderna Gomorra epidemiológica. Lo que nadie podía esperar, y los primeros sorprendidos fueron los ministros nacionales de Educación y Salud, era la insensatez de cerrar las escuelas cuando todo indica que allí no anida el problema de salubridad pública. Pero como el inconveniente trasunta inepcia gubernamental genérica y carencia vacunatoria específica, en lugar de enfrentar con seriedad el problema el peronismo recurrió a su crónico alegato exculpatorio: buscar un culpable conveniente. Y casualmente lo halló en la principal jurisdicción opositora. Justo allí donde los errores nacionales revierten en aciertos de gestión. Larreta no pudo dar más justo en la tecla del piano que Fernández prendió fuego cuando explicó: “Hoy estamos viviendo esta situación porque el Gobierno Nacional no cumplió con las vacunas que prometió”.
De la sociología política a la geografía electoral
Pueblo/oligarquía, trabajadores/explotadores y pobres/ricos. Si bien la dialéctica política argentina planteada en perspectiva populista insiste en ostentar vertebración sociológica, el arraigo del planteo en verdad encamina su “contradicción fundamental” (Mao dixit) en términos geográficos: Argentina/mundo. Centro/periferia. Capital/interior. Puesto en esa perspectiva, se advierte que las reflexiones peronistas anclan sus fundamentos en digresiones que toman al suelo como soporte argumental. Si bien desde las entrañas del Instituto Patria cuelgan sus requisitorias del cielo de las elucubraciones conceptuales de cuño político, los hechos discursivos declamados y las consecuencias empíricas desatadas hunden sus cimientos en consideraciones por completo telúricas. La esquizofrenia teórico-conceptual que vacila entre elucidaciones sociológicas y realidades geográficas enmarca el más reciente apresuramiento tuitero del Ministerio de Seguridad. Cartera dirigida por la siempre ausente Sabina Frederic, quien en su irrelevancia reproduce a escala micro el crónico desencuentro peronista entre la promoción de un imaginario teórico y el abrazo a una realidad sedimentaria.
No contenta con supuestamente saber inglés pero haber preguntado a los efectivos de Prefectura la razón por la cual los perros de la fuerza portaban un “K9” como distintivo, su más flamante frivolidad consistió en un exabrupto plasmado en menos de 140 caracteres. Siempre a favor de lo impráctico, la responsable de una cartera que debería combatir el crimen optó por dedicarse a arengar sobre salubridad, legalidad e imaginarios asesinatos en masa. Con el tino que sólo podría igualar Massa en un congreso sobre Ética y Moral, desde Seguridad redoblaron la apuesta antirrepublicana del Ministro de Justicia en un tweet antológico: “Mamarracho jurídico se queda corto para este genocidio”. Más papistas que el Papa (y a pesar de que el Papa es más albertista que Alberto y más peronista que Sumo Pontífice), Frederic se golpeó el pecho con tanta indignación progre que terminó por borrar el mensaje, minutos después de emitirlo. Seguramente la marcha atrás fue por cuestiones de rigor ideológico. Ya se sabe que el FDT no representa una caterva de inútiles, sino un agregado de espíritus bellos insuflados del vigor revolucionario que otorga el estricto apego a la más rancia ortodoxia leninista: “Un paso adelante, dos pasos atrás”.
Atrapado en jaulas teóricas anacrónicas respecto de la estructura social de un país donde los desclasados sustituyeron a las masas proletarias, el drama del cuarto Gobierno K se despliega en una esfera diferente a la del enfoque intelectual. El conflicto profundo habita en el nudo de complejidades psicológicas enroscadas y reprimidas entre lo que el “movimiento” dice, piensa y siente. El confuso panorama de ideas orquestado en derredor de un Perón maquillado con cosméticos marxistas, entelequia sólo comprensible por “Los pibes de la liberación” que ni siquiera leyeron a Cooke, convive con una disimulada expectativa electoral bajo amenaza de debacle. La tensión entre promesas de prosperidad donde desfilaban heladeras llenas y realidades de indigencia que reservan la polenta al escaño de “bien de lujo” no pasma por lo original. Sólo azora por lo burdo.
Valores fingidos e intereses inconfesables articulados al interior de una psicosis política que predica igualdad, mientras expande inequidades en aras de habilitar impunidades.Para peor la repetición de predicados de reivindicación social funge como coartada ante la responsabilidad peronista por un Conurbano abandonado a las delicias de la administración narco. En el fangoso escenario del cinturón posindustrial sin cloacas ni agua corriente, pero con paco y motochorros “para todos”, justo allí donde la Vicepresidente predica, pero adonde no se muda ni por casualidad, la ideología descamisada converge con el perfume a incienso del pobrismo clerical. La alquimia entre justicialismo de comunión diaria e Iglesia militante decanta en un precipitado proselitista ideal para redondear un cálculo electoral diseñado en pos de alcanzar mayorías hegemónicas.
La irrupción de la espacialidad como plano de debate sanitario se inscribe en que lo jurisdiccional asoma en cuanto variable determinante de una amañada ingeniería política. Que las compulsas inminentes se encuadren en un entorno de desatinos oficialista importa menos que las repercusiones desatadas en las urnas por la ola de mishiadura que anega las clases vulnerables concentradas en la provincia de Buenos Aires. Ahora, siempre y en todo lugar, al justicialismo la pobreza le importa a condición de poder transformarla en capital electoral. La necesidad social manipulada “a la PJ” presume la materialización de los tradicionales criterios demagógicos redactados en los manuales totalitarios. Cuando la segunda esposa de Perón exclamaba “donde hay una necesidad hay un derecho” no sólo esmerilaba cualquier atisbo de racionalidad en la tramitación del conflicto social. Al resumir la carencia “de” como una atribución “a”, sembraba el germen del garantismo más perverso. Aquel donde la culpa de los crímenes no recae en los delincuentes, sino que se reparte con las víctimas, dada su participación cómplice ―en términos de clase― en un sistema cuyas injusticias generan a los criminales.
Si la lógica del garantismo borra el elemento de la culpa, por concomitancia cancela el valor del mérito. No por nada en nuestro país resuena la cantinela “antimeritocrática”. La genética del problema no remite tanto a la crítica contra el esfuerzo, sino a la equiparación de las responsabilidades por encima del rol jugado en las situaciones delictivas. Para tomar dimensión de los extremos a que trepa el desquicio basta evocar el “fallo Tiraboschi” como símbolo de la jurisprudencia benévola con los delincuentes. El entonces juez Eugenio Zaffaroni morigeró la pena en un caso de abuso sexual porque la fellatio practicada por una niña de 8 años a un mayor fue cometida “sin daño físico a la menor”. Su sensibilidad ante la integridad corporal de la víctima, que a la luz de su parecer no resultó tan ultrajada porque mucho no la fajaron, sino que sólo la obligaron a practicar sexo oral a la tierna edad en que un chico asiste a tercer grado, precedió en varios años a la demostración pública de su inquietante relación con el mundo de la prostitución. Para la época en que alivianaba la pena por la violación, que por tecnicismos buenistas Zaffaroni consideró como simple “abuso deshonesto”, todavía no le había descubierto el número asombroso de propiedades rentadas como prostíbulos que engrosaban su haber.
El violador que según Zaffaroni mereció las más delicadas consideraciones al no pegarle a la víctima, pegarle poco, pegarle mucho, pero sin dejar marcas o sólo amenazarla con el uso de la violencia, como si la insinuación de la violencia no fuera un acto de violencia en sí mismo, empalma desde lo singular, mutatis mutandis, con la insensatez generalista de Kicillof sobre los runners destituyentes. Segmento poblacional capitalino de malignos conspiradores deportivos empeñados en atentar contra la democracia propagando COVID con contagiosos trotes en espacios abiertos. Siempre según el gobernador, los actos de terrorismo viral preceden a una decisión de sentido misterioso: los porteños se atienden en los deteriorados hospitales del conurbano antes que en los centros de salud de CABA (donde el 80% de los habitantes tiene cobertura privada). Entre ambos extravíos, escalofriante el de Zaffaroni y absurdo el de Kicillof, se tiende una zigzagueante línea de continuidad política unificada bajo una creciente presión de sustancia jurisdiccional. En lo poco que va del calamitoso 2021 el voto bonaerense se muestra cada vez más reacio a acompañar la oferta oficialista. El temor ante un inminente desgarro nace tanto por obra de un 2020 lleno de errores políticos autoinfligidos, como por efecto de los tropiezos de un proselitismo sanitario que en lugar de conseguir vacunas elige cerrar aulas.
La genealogía del desastre
En medio de un Gobierno peronista incapaz de esconder su impericia detrás de la acostumbrada lluvia de dinero derramada con irresponsabilidad en la forma de soborno social, la imagen de los colegios bonaerenses vacíos condensa una genealogía ideológica de larga data. Linaje alumbrado en el premonitorio “alpargatas sí libros no”, madurado con altanería en “esto es Harvard chicos, no es La Matanza”, envejecido en los desprecios dirigidos hacia los médicos “relajados” y contra los estudiantes con capacidades diferentes de parte del presidente testimonial (que se haría un gran favor si se llamara a silencio) y fenecida por segunda vez en el incomprensible empecinamiento por el retorno a los zooms. Retorno que allende a su inconveniencia educativa e innecesaridad sanitaria, asimismo presume luz, conectividad, computadora, espacio físico y acompañamiento de un adulto o tutor responsable. Facilidades reservadas a la cada vez más exigua clase media argentina y bienes aspiracionales cada vez más escasos en el expansivo mundo de la pobreza bonaerense. El punto de la desigualdad marca la cima de los desafíos educativos. Pues si en algo coinciden los pedagogos es sobre la naturaleza del problema más grave producido por la interrupción de la modalidad presencial: el alejamiento estudiantil respecto de las aulas incrementa la deserción escolar. Amenaza social especialmente peligrosa entre las capas populares ya que las condiciones de necesidad agravan su difusión y profundidad.
Si la construcción de un futuro más equitativo depende del vigor impreso a la apuesta por la educación y el presente de la escolaridad describe una actualidad de pavoroso colapso general, no cuesta demasiado imaginar el aspecto que traerá aparejado el porvenir. El probable mañana entrañado en el efectivo hoy engendrará un cuadro de situación de deterioro irreversible para franjas poblacionales cada vez más vastas. ¿Cuán voluminosas? Difícil establecer guarismos absolutos. Pero a nivel relativo no erraremos si la estimación toma como pauta la vinculación incremental entre la desmejora en el nivel educativo y la pauperización del tejido social. Dicho de otra manera: si ahora desatendemos la educación entre los más necesitados, después afrontaremos un agravamiento co-constitutivo entre la pobreza y la ignorancia. En menos palabras aún: cerrar escuelas creará pobreza, deteriorará la sociedad y pauperizará la democracia. ¿De dónde deriva la prospectiva agorera? De una obviedad.
La postergación como flagelo nacional gana afianzamiento estructural en la configuración de una sociedad cada vez más divorciada del sistema educativo que Sarmiento soñó y creó como vía hacia el progreso. Cuando el presidente testimonial decide cerrar las aulas de manera inconsulta, unilateral y sobre todo ilógica, Argentina reniega del proyecto que el padre de la educación argentina consagró en su Educación Popular: formar ciudadanos. El abandono de la pedagogía del progreso a favor de una falsa proclama de progresía gesta un vacío inmediatamente ocupado por un populismo promotor de la dependencia del individuo al poder, del mercado al estado, de la producción a la planificación, del disenso a la ortodoxia, del diálogo a la cadena nacional, de la inserción internacional al “vivir con lo nuestro”, de la salud a la estrategia electoral y de la política nacional a la impunidad de una sola persona.
El hermanamiento argentino de la Democracia con la Educación nace con la genialidad de Sarmiento, medra con la ley 1420 sancionada en tiempos de Roca (1884), madura en un extremo del sistema con la reforma universitaria de 1918 y por otro en los delantales blancos instituidos por Yrigoyen en 1919, llega a la cúspide de su lozanía con la mayor afectación presupuestaria de nuestra historia en época de Illia y resurge con ímpetu irrefrenable en el Plan Nacional de Alfabetización ideado por Alfonsín y presidido por Nélida Baigorria desde 1984. Justo un siglo después de la consagración de la educación primaria obligatoria, gratuita y gradual y un año más tarde que el pronunciamiento señero de una época: “Con la Democracia se come. Se cura. Se educa”.
Las palabras de Alfonsín en los albores de la recuperación democrática no sólo sientan las bases del programa posterior. Enuncian con la potencia del aforismo una ética política de signo sarmientino que reconoce en la educación el principio valórico y la condición indispensable de la vida ciudadana, y asienta en la soberanía popular la máxima garantía de la educación como bien prioritario. En otras palabras, el gobierno constitucional depara la clave para incrementar los niveles de bienestar, velar por la salud y estimular el discernimiento. Exactamente lo contrario a lo que ocurre con la atrofia político-ideológica del populismo educativo peronista que hace trizas el desarrollo al difundir pobreza, mata personas –literalmente- por negligencia y falta de vacunas y embrutece a la nación cerrando escuelas. Incluso, o sobre todo, las que luchan por permanecer abiertas.
La melodía del desastre
Empecinada, la geografía retorna para atormentar las ensoñaciones de dominación peronista. Cuando Eduardo Barcesat sostiene: “El conflicto en CABA no tiene otra resolución que el de la intervención federal” el escándalo por lo inaudito de la solicitud se ve superado por el volumen de lo silenciado. ¿Hay que intervenir CABA por acatar un fallo judicial, pero defender a Formosa donde el único estado de derecho vigente es el de pernada? El enfado de Barcesat le da voz a la ira de cierta señora suplente, que en verdad es titular, acostumbrada desde hace un año a comunicar sus pareceres por carta y difundir su cólera mediante voceros oficiosos. Para disgusto del FDT, el fallo de casación en la justicia porteña, que a las 22:00 del domingo 18 le permitió decir a Larreta: “Mañana las aulas de CABA estarán abiertas”, fija una divisoria de aguas entre la vera del sano federalismo republicano y la orilla populista que mancomuna al feudalismo provincial con la desmesura centralista del hiper-vicepresidencialismo.
Saltando de lo educativo a lo pecuniario, léase “de lo que le importa a Argentina a lo que le importa al PJ”, detectamos convulsiones en otras partes de la geografía nacional. Neuquén cuenta con cuantiosas riquezas hidrocarburíferas anheladas desde antaño por La Cámpora. El obstáculo local lo reporta el Movimiento Popular Neuquino. Formación política filo-peronista que señorea en la jurisdicción. La lucha desatada a los pies de los Andes enfrenta a un kircherismo con pasado patagónico y presente bonaerense con un armado provincial de inclinación peronista prevenido de las intenciones sucesorias de los secuaces de Máximo. Casi lo mismo (sin el “casi”) que pasa entre los barones del conurbano. Mafia corporativa alineada detrás de Fernando Gray para resistir la coronación del hijo de mamá como capitoste del peronismo provincial.
Con la cordillera como telón de fondo y en medio de la brega neuquina entre peronistas y peronistas (cuando no…), el 16 de abril los trabajadores de la salud marcharon por la ciudad capital entonando un cántico pegadizo: “A ver a ver, quien tiene la batuta: salud en lucha o el Gobierno que no escucha”. Nuestra dilatada historia de consignas políticas estilizadas en entonaciones bullangueras asiste a su más reciente puesta a punto. Y en el nuevo formato compuesto en la protesta neuquina se recrea la venerable afición argentina a cantar lo ideológico. Todavía resuenan en la memoria colectiva las estrofas de una copla escuchada en 1986 de boca de la siempre estridente JP: “Ay Patria mía, Ay Patria mía/ Dame un presidente como Alan García”. Exactamente tres décadas más tarde el PJ inauguró su campaña de desprestigio con sorna y cadencia futbolera: “Macri basura, vos sos la dictadura / Macri basura, vos sos la represión/ Macri basura, la puta que te parió”.
Entre el preciosismo lexical que llevó al Capitán Beto a llamar “imbéciles” a los miembros de la oposición y su apelación al uso de las Fuerzas Federales para avasallar la autonomía porteña, destaca el reflejo pendenciero de quienes vinieron a poner a Argentina de pie y no dudan en hacerlo a patadas. Si bien es cierto aquello que consta en El Quijote: “Todas las comparaciones son odiosas”, un esbozo de paralelismo entre García y Fernández excede lo simplemente anecdótico entre mandatarios descendientes de españoles. Ambos arribaron al poder como expresión de una facción en permanente radicalización. Los dos creyeron seducir al electorado con la insostenible exuberancia de la demagogia. El gobierno del peruano espoleó la inflación hasta alturas desconocidas. El argentino está en eso (démosle tiempo). García concluyó sus días con la tragedia del suicidio. Fernández no ceja en su intento de ultimar su Gobierno con medidas disparatadas.
No obstante la endeble precisión del contrapunto, resuenan de fondo los cacerolazos como transmisión inequívoca de una definitiva exasperación ciudadana. Argentina reclama coherencia en tiempos de crisis pandémica y recibe aulas cerradas. Requiere ejemplaridad en la ética pública y se desayuna con vacunatorios VIP. Exige grandeza en el diálogo político y asiste a los insultos presidenciales. Aspira al federalismo y consigue pedidos de intervención federal. Necesita República y sufre populismo. En suma. Quiere un futuro viable. Pero con la recursividad del compulsivo elige y padece una vez más un peronismo irresponsable que por su encono geopolítico antioccidental deja sin vacunas a los habitantes. Vacunas que, como vimos antes, terminaron del otro lado del charco. Visto y considerando lo aciago de la situación doméstica, la capitalización uruguaya de la desperdiciada oportunidad argentina, y a sabiendas de que la exclusiva responsabilidad justicialista en la catástrofe sanitaria es tan sólo el capítulo más reciente de una tragedia que comenzó a fraguarse al calor del golpe de 1930, quizás en poco tiempo alguien termine tarareando por la calle: “Basta del GOU, Basta del GOU, Dios mío traenos un Lacalle Pou”.