Hacía más de tres años que el empresario Christian Dietz trabajaba como voluntario en el principal centro de salud de Pilar, en agradecimiento por todo lo que hicieron para salvarle la vida a uno de sus hijos pequeños. Los desvelos del personal para recuperar al niño conmovieron al padre y, desde entonces, se convirtió en uno de los más abnegados colaboradores del Sanguinetti, aportando tiempo, esfuerzo… y dinero cuando hacía falta.
Pero la actitud desinteresada de Dietz para con el hospital, le importó poco y nada a Federico De Achával, dueño del municipio, que no vaciló en hacer saquear y cerrar la oficina del voluntariado. Todo en represalia porque el empresario había denunciado en «El 1° de la Mañana» (Cadena 94.9), que se estaba apretando a comerciantes para obligarlos a pagar más dinero «por lo de la pandemia» por encima de la controversial tasa que dispuso el propio municipio con ese fin.
Con su comentario, Dietz no hizo más que poner en palabras aquello que los que no somos víctimas, sospechábamos: que en su afán por hacer caja para las elecciones y, al mismo tiempo, mantener a la «militancia», el frente gobernante no ahorraría procedimiento alguno, por derecha y por izquierda, y que los comerciantes, tradicionalmente enemigos de hacer públicas estas cuestiones, justamente por las represalias, serían el blanco perfecto.
Si callaron tantos años, cómo no habrían de callar ahora, habrá sido el razonamiento de los ideólogos de la maniobra para embestir fuertemente sobre el sector y expoliarlo aún más, sin consecuencias desagradables, como que alguno abra la boca. Y Dietz la abrió y contó de la angustia de los comerciantes cuando aparecen los muchachos, se ubican cómodamente en los locales y ahí nomás sueltan la exigencia: «a ver, vos, che, con qué más podés aportar?», aún a sabiendas de la poquedad de sus bolsillos, pandemia -y cuarentena- mediante.
Y si bien estos procedimientos no son nuevos, lo que ha cambiado y sustancialmente, es el monto del apriete y las consecuencias del no pago. Los nostálgicos recuerdan que antes los muchachos pasaban y se conformaban con, a plata de hoy, cien o doscientos pesitos -quinientos si el visitado era muy próspero-, que les alcanzaba para la coca y los puchos de un par de días. Y la vida seguía. En este caso, los superiores sabían y dejaban hacer porque, total, ellos estaban para «atender» grandes empresas y no negocios de barrio.
No faltará quien se acuerde aquí de aquel ex intendente que provocó que la Toyota huyera despavorida a instalarse en Zárate. Parece que el hombre quería ser socio de los japoneses por lo que les pedía.
Ahora es muy diferente. Como a los muchachos los mandan «de arriba», lo que buscan es una tajada bastante más jugosa y que deje conforme a las dos partes. A los «de arriba» y a los «de abajo». Lo que hay que reconocer es que no discriminan: toda presa sirve al sagrado propósito de juntar para gastar en eventuales votos. Y no pagar puede significar una vida imposible, plagada de visitas al Juzgado de Faltas por cualquier tontería, o el cierre definitivo por cansancio.
El caso es que a un par de días de la denuncia de Dietz, cuando la presidenta y su esposo concurrieron a la oficina que el voluntariado tiene en el Sanguinetti, se encontraron con un panorama desolador. Faltaban los muebles, la ropa para los enfermos, los delantales de los voluntarios, y hasta los artículos de aseo que cedían a los internados más pobres.
Les quitaron una de las llaves (la otra, casualmente, obraba en poder del propio Dietz), y destrataron al matrimonio -dos personas mayores- de la peor manera.
Es decir, además de saquear el lugar y robar lo que la veintena de voluntarios había aportado para mejorar la estadía de los enfermos en el centro de salud, la pareja debió tolerar los malos modos de quienes, sin ninguna explicación, prácticamente los echaron del lugar donde pasaron años al servicio de los más vulnerables (como dice la gente del Frente gobernante; quizás porque decir «pobres» remite indefectiblemente a «Estado ausente»).
No hace falta demasiada perspicacia para entender qué había pasado: los dichos de Dietz operaron como detonante en alguna oficina de la municipalidad, desde donde se ordenó el desmantelamiento del pequeño lugar que albergaba a quienes hacían, en el hospital, lo que ninguno de los muchachos visitadores seriales de comerciantes o de los que dieron la orden de terminar con el voluntariado, harían ni por todo el oro del mundo.
Fuente Infopilar