Dejaron trascender que el aumento sostenido de casos se debía al arrastre del fin de semana largo, y que el impacto en la curva de contagios del confinamiento consensuado con la Casa Rosada recién se verá a mediados de la próxima semana.
Lo cierto es que los 41.080 nuevos positivos oficializados este jueves por el Ministerio de Salud, récord desde el inicio de la pandemia, no estaban en el radar de nadie. Fueron 3.093 en la Ciudad: esperaban una cifra en torno a los 2.500.
Más allá de los números, que no dan tregua en el Área Metropolitana de Buenos Aires y en el resto del país, el jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, quiere ir a fondo con la vuelta a la presencialidad escolar después de una semana sin clases -ni siquiera virtuales-, una medida confusa que la administración porteña explicó a medias.
A última hora de este jueves, Rodríguez Larreta, Fernán Quirós y Soledad Acuña reunieron en la sede de Uspallata al resto de los funcionarios que integran la “mesa de seguimiento COVID”, un ámbito de análisis frecuente de la proyección de datos que por estas horas, y en la previa del vencimiento de las restricciones que vencen el fin de semana, cobra especial relevancia.
En el seno del gobierno porteño están inquietos: buscan la manera de presentar un esquema de presencialidad escolar a nivel inicial y primario -en la secundaria se analiza avanzar con la bimodalidad- desde el lunes con un nivel de contagios todavía mucho más alto del esperado. Rodríguez Larreta quedó acorralado en la lógica binaria de “clases sí, clases no” que lo enfrentó con la Casa Rosada y el gobernador Axel Kicillof, y que terminó con una presentación ante la Corte Suprema que, al final, le dio la razón.
Cualquier decisión está atravesada desde ese momento por la tensión, interna y externa, vinculada a la presencialidad escolar. En la mesa de análisis se baraja con seriedad la posibilidad de adelantar las vacaciones de invierno de julio, y sumar más semanas de receso a las dos ya pautadas.
Al clima de desconcierto general por el avance feroz de la pandemia -se discute además qué hacer respecto a la gastronomía y los comercios no esenciales- se suma la desconfianza que domina el diálogo político con el gobierno nacional, un vínculo que sigue quebrado a pesar de la conversación telefónica que mantuvieron hace más de una semana Alberto Fernández y el jefe de Gobierno.
Incluso el vínculo entre los jefes de Gabinete, que se había recuperado en las últimas semanas, se interrumpió por el contagio de Felipe Miguel. La relación entre Soledad Acuña y Nicolás Trotta, que este jueves volvió a manifestarse en contra del regreso a la presencialidad por el impacto de la segunda ola, quedó también resentida para siempre.
Rodríguez Larreta decidió plegarse hace más de una semana al decreto nacional porque el aumento exponencial de casos, que impactó con crudeza en la ocupación de camas, no le dejó alternativa. Y porque el resto de los gobernadores se encontró en la misma situación: fue una definición unánime que, sin embargo, tuvo un fuerte debate interno en el seno de la administración porteña.
En la Ciudad, como en Olivos, saben del hartazgo social por la pandemia. Les cuesta encontrar el punto de equilibrio entre ese fastidio, el agujero en la actividad económica y la grave situación sanitaria, mientras avanza la campaña de vacunación.
En los últimos días llegaron a las oficinas de Uspallata, por ejemplo, reportes informales del maltrato ocasional que sufren los agentes de la policía por parte de los automovilistas en los accesos a la Ciudad, por las largas demoras y las tediosas filas.
En medio de ese complejo escenario, Rodríguez Larreta podría anunciar el sábado la siguiente etapa de medidas a partir del próximo lunes: quieren esperar la evolución de las cifras de este viernes.
Para colmo, la ola de contagios impactó en parte del gabinete: además de Miguel, el secretario General, Fernando Straface, y el ministro de Hacienda, Martín Mura, también están offline.
Fuente Clarin