¿Quiere Argentina, de verdad, un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional? ¿Lo quiere Alberto Fernández? ¿Y Cristina? ¿Por qué La Cámpora está tan celosa de los movimientos con el Fondo y condiciona cada paso? ¿Hasta qué punto contaba con el guiño de la vicepresidenta la proclama del 25 de Mayo de los artistas y dirigentes más ultra del espacio que pidieron suspender los pagos de la deuda? ¿Tiene Martín Guzmán un preacuerdo con compromisos sensibles que aún no se hicieron públicos y que se mantendrán en reserva hasta que pasen las elecciones? ¿Es por eso que está obligado a seguir adelante con un fuerte y silencioso ajuste fiscal, pese a la resistencia del ala cristinista? ¿Por qué, si fuera así, ya hay asesores sin cargo formal que manejan un borrador con ideas para explicar, llegado el caso, la ruptura de las negociaciones? ¿Será cierto que Alberto se molestó con el show de artificios de aquella proclama y que su reacción fue pedirle a Guzmán que acelere lo más posible? ¿Está en juego, detrás de la maniobra, la pelea por la sucesión presidencial? ¿Es ese el principal factor por el que Axel Kicillof busca imponer su propia estrategia en desmedro de la de Guzmán? ¿O es la misma Cristina, que considera al ministro un delegado del FMI y su nuevo enemigo dentro del Gobierno?
Todas estas preguntas se propagaron con ferocidad en los últimos días en la Casa Rosada, en el Instituto Patria, en los círculos donde se mueve el núcleo duro camporista y en la Gobernación bonaerense. Las inquietudes impactan en el sistema de poder y en el funcionamiento del Frente de Todos. Impactan, desarticulan el relato y desafían la convivencia. Hay demasiadas respuestas e interpretaciones cuando se bucea en ese universo.
Las conjeturas se modifican de acuerdo a qué figura del frente se le pida una visión y en qué momento se aborde la charla. A veces, cuando esas conversaciones dejan de ser privadas y se trasladan a un estudio de televisión, el desconcierto es mayor. Pueden variar los tonos según el canal e, incluso, frente al paladar ideológico del interlocutor con el que se expresan los protagonistas. El Presidente ha oscilado entre los extremos en los últimos tiempos. Ni aquellos que acceden a la burbuja de su intimidad tienen una respuesta única sobre hacia dónde dirige el barco.
En una larga entrevista con Horacio Verbitsky, el 28 de marzo, Fernández planteó que la deuda era impagable. Cristina tiene razón, adujo. Pero hace solo 72 horas, en una entrevista que le concedió a Pedro Rosemblat -apodado el cadete, un influencer militante del kirchnerismo que lo visitó durante una hora y diez minutos en Olivos y al que le regaló la corbata que llevaba puesta para que sorteara entre la militancia-, Alberto confió que impulsa un acuerdo rápido. Dijo que así lo charló durante su gira por Europa con Kristalina Gueorguieva, la jefa del Fondo.
Mientras se libran las batallas internas y Alberto se para frente al espejo, el calendario de compromisos avanza. Mañana mismo se producirán vencimientos por 2.400 millones de dólares con el Club de París. Ya se decidió que no habrá pagos inmediatos para no afectar las reservas del Banco Central. Se utilizarán los 60 días de plazo para seguir negociando antes de caer en default.
Entre junio y agosto, el país deberá afrontar el pago de 692 millones de dólares de intereses con el FMI. Como si fuera una broma macabra, entre setiembre y diciembre, casi en sintonía con el tránsito que irá de las elecciones primarias a las generales, estarán los mayores vencimientos del año: 3.736 millones de capital con el Fondo y 100 millones con bonistas. Total para lo que queda del año: 6.928 millones de dólares. Infeliz coincidencia. Arañan la totalidad de las reservas netas del Banco Central, estimadas en algo más de 7 mil.
Es cierto que el FMI destinará en los próximos meses 4.354 millones de dólares a la Argentina, como parte del programa de ayuda del organismo a los países por la pandemia. Guzmán quiere usarlos para pagar aquellos vencimientos. La Cámpora cree que el ministro sobreactúa, que se quiere congraciar por demás con los técnicos del Fondo y que no puede escapar a la lógica dogmática de su formación. A Guzmán esas alusiones le provocan escozor. No se siente ni ortodoxo ni fiscalista. “Por lo demás no se le mueve un pelo, pero con esa descripción se incomoda”, asumen sus confidentes.
Las diferencias con el economista son cruciales para La Cámpora. “Martín lo único que tiene que hacer es resolver el tema deuda y se ocupa de eso. Está muy bien, pero nosotros tenemos mucho más por delante”, dice un referente ineludible de la agrupación. Según esa lógica, avalada desde luego por Cristina, los recursos que el Fondo destinará al país no pueden ni deben usarse para que regresen a las mismas arcas.
“Será para meterla en el bolsillo de la gente y reactivar el consumo, como habíamos prometido en la campaña”, dicen los camporistas. Parte de ese dinero lo quieren destinar a, al menos, la mitad de las nueve millones de personas que cobró el Ingreso Familiar de Emergencia el año pasado. En La Cámpora sostienen que cuando se eliminó ese beneficio el país tenía un descenso de contagios y muertos por coronavirus y había otro horizonte económico y de vacunación. Claro. Eran épocas en las que Alberto prometía vacunar a 10 millones de personas en diciembre (del año pasado).
Según la agrupación de Máximo Kirchner, si no regresa el IFE debería idearse un plan para que unas 4 millones de personas recompongan de algún modo sus ingresos. Es un punto de coincidencia con los adherentes a la proclama del 25 de Mayo, que pidieron suspender los pagos al FMI y destinar esos recursos a “paliar la crisis”, como había planteado a principios del mes el cristinista Oscar Parrilli.
El texto del 25 lo firmaron la diputada Fernanda Vallejos; el ex juez de la Corte, Raúl Zaffaroni; el secretario general de la CGT, Héctor Daer; el periodista Víctor Hugo Morales; el secretario general de Camioneros, Pablo Moyano; el vicepresidente de la UIA, Guillermo Moretti; los gobernadores Gustavo Melella (Tierra del Fuego) y Gildo Insfrán (Formosa); el intendente Mario Secco (Ensenada) y -¿sorpresa?- la ministra de Gobierno de Kicillof, María Teresa García.
Llamó la atención que no adhiriera ningún miembro de La Cámpora. “No firmaron porque aprendieron que no es el camino”, definió un hombre que frecuenta por igual a albertistas y cristinistas. Los jefes de la agrupación dijeron que no los consultaron. Y se excusaron con que a la hora en que se pulía el escrito ellos estaban cruzando mensajes sobre la salud de Máximo, que había sido internado por un cólico renal. El texto, de todos modos, no los incomodó. “El Patria es el Patria y hace su juego”, deslizaron.
La preocupación por un estallido en el Conurbano, donde el promedio de vacunación de la población no llega al 30% sigue siendo un fantasma que acecha a Cristina. Podría derivar en una derrota electoral, que hoy ella no vislumbra, aunque a medida que asoman las estadísticas del Indec la preocupación escala. Las cifras de pobreza y desempleo y la suba de la inflación podrían ser aún más crueles si la actividad económica, como se prevé, queda sujeta a recurrentes parates por la pandemia.
Mientras, Guzmán avanza con los recortes del gasto. Intenta disimularlos, pero son fuertes. Las jubilaciones y las asignaciones universales por hijo, por ejemplo, crecieron por debajo de la inflación en el primer cuatrimestre. Guzmán proyectó a fines del año pasado un déficit del 4,2% del PBI. Si lo dejan, gracias a la suba de la soja -que hoy está en 560 dólares la tonelada, casi el doble que cuando se votó el Presupuesto- y a ingresos que entonces no esperaba -como el de las grandes fortunas o el de la suba de la recaudación-, la meta podría ser ampliamente superada.
Guzmán se olvidó de la inflación. No puede con ella y la derrota será grande este año. Él culpa a sus aliados. Vale decir: Cristina y La Cámpora. Alberto intentó explicar las subas, el jueves por la noche, en diálogo con el cadete. Dijo que, cuando hay incrementos de precios, en Argentina todos quieren correr para adelante. Que es un país punk: siempre mira el presente y nunca el futuro. Y dijo que, con la inflación, Argentina es como un alcohólico recuperado.
Llamó la atención la metáfora. Por lo de recuperado, sobre todo.
Fuente Clarin