José Gonzalo Loza murió la noche del 6 de noviembre de 2019 en el Hospital Xanit de Málaga, España. Tenía 53 años y un cáncer de esófago que lo fue consumiendo hasta matarlo. Pese a sus esfuerzos por traficar grandes cantidades de cocaína y lavar millones de euros sin ser descubierto, él y su familia habían caído un año antes, el 12 de diciembre de 2018, en un operativo conjunto entre Argentina, España e Italia.
Para diciembre de 2018 ya hacía tiempo que Gonzalo -nacido en Salta en enero de 1966- sabía que debía armar la sucesión de la banda que había fundado con sus hermanos Valdemar y Erwin, y que después pasaron a integrar sus hijos Daniel Gonzalo (alias “Junior”) y Alan. Sobre todo la “pata” española, que él comandaba.
Con el cáncer avanzando, cada vez más necesitado de morfina, Gonzalo emprendió la tarea de enseñarle cada truco, presentarle cada contacto, explicarle cada ruta a “Junior”. Y comenzó seriamente esa tarea en octubre de 2018 cuando lo internaron en el Hospital la Luz de Madrid para introducirlo en un tratamiento oncológico.
“Yo voy a colgar los guantes, quiero estar tranquilo, quiero tratarme. Ahora viene mi pibe, que es mi hijo biológico. O sea como que vos venís con él y el que se va a quedar es él, yo cuelgo los guantes”, les explico Gonzalo a unos proveedores de droga que fueron a verlo al hospital.
La conversación ocurrió el 9 de octubre de 2018 y quedó debidamente registrada por la Policía española. Desde el 5 de ese mes, por autorización de la jueza el Juzgado de Instrucción Nº 14 de Málaga, la Policía escuchaba al jefe del clan gracias a un micrófono ambiental colocado en su habitación, la 808.
Loza no había sido internado en ese cuarto originalmente, pero con una excusa “administrativa” habían conseguido cambiarlo a otro previamente acondicionado con micrófonos de última generación, tan sofisticados que, aunque los narcos revisaron todo antes de soltarse a hablar, no lograron encontrar nada.
La habitación 808 se convirtió rápidamente en centro de operaciones de Gonzalo, allí recibía a la familia, los contactos, los amigos y los subordinados. Todo lo que dijo entre el 5 y el 15 de octubre de 2018 terminó por incriminarlo, con detalle.
Dos meses después de la internación en Madrid el clan en pleno caería en el Operativo “Cambalache”: 15 detenidos en Argentina, 31 en España y 3 en Italia. Se trató de un trabajo conjunto que demandó la creación de un Equipo Conjunto de Investigación (ECI) coordinado por Eurojust, un organismo de cooperación judicial.
En total los españoles pudieron captar 450 conversaciones en la habitación 808. Fueron unas 225 horas de preciosa, precisa y contundente información que primero les sirvió a los españoles en la causa 1414.01/17, de trámite ante el Juzgado de Instrucción 14 de Málaga y en la que intervino la Fiscalía Especial Antidroga del Ministerio Fiscal del Reino de España.
Luego los tres DVD con las grabaciones fueron enviados a Gendarmería, que llevaba el caso, por contrabando y lavado de dinero, junto con la Procunar, la Procelac, el fiscal Pablo Turano y el juez en lo Penal Económico Pablo Yadarola.
De esas conversaciones, más lapidarias que el testimonio como arrepentido del narco financista Diego Guastini (asesinado por sicarios en agosto de 2019) se habló esta semana en las dos audiencias del juicio oral que el Tribunal en lo Penal Económico N° 3 de Capital lleva contra 11 miembros del clan, entre ellos Erwin “El Nene” Loza (43), Gonzalo (“Junior”, 25) y Alan (27).
Busca, busca en los sillones
Si algo caracterizó al Clan Loza fue el cuidado que pusieron siempre en sus comunicaciones usando sistemas como Encrochat o Diomerc, que encriptan los mensajes de los celulares. Otro recurso era usar inhibidores de señal para poder usar sistemas de radio a la hora de bajar la droga en Europa.
Por eso en las causas contra ellos no hay esas clásicas escuchas telefónicas o textos que suelen abundar en casos de narcotráfico. Y en ese contexto las grabaciones tomadas en la habitación 808 del Hospital La Luz de Madrid resultaron verdaderas joyas.
Aunque Gonzalo y su hijo Daniel sospechaban que los podían estar escuchando, no lograron encontrar ningun micrófono. Aun así, Daniel se mostraba muy nervioso porque su padre hablaba de sus negocios sin cuidarse, aunque la puerta de la habitación estuviera abierta.
“Ya está, no hablemos más, no hay tele, se escucha todo ahí afuera, boludo”, le recrimina Daniel a su padre y a un contacto español con quien estaban reunidos en la habitación 808.
“Revisá debajo de los sillones, si nos pusieron micrófonos, ahí debajo de los sillones”, le indica Gonzalo a su hijo que, muy nervioso, le retruca: “Ya está, si pusieron micrófonos vamos a caer todos presos”. “Naaa, qué vamos a caer, hasta que no agarren la gilada (droga) no nos pueden meter presos por lo que hablamos, boludo…” trata de tranquilizarlo Gonzalo.
Gonzalo siguió recibiendo gente en el hospital y hablando por teléfono, incluso por altavoz, lo que mejoraba la recepción del micrófono ambiental. Su “Master Class” a su hijo menor resultó ser un boomerang que terminaría con una de las familias narco más importantes de la Argentina.
GL
Fuente Clarin