No sucede solamente en San Miguel, hablamos en notas anteriores, sobre José C Paz, San Martin, y Tres de Febrero, por ejemplo. Pero sin duda, las responsabilidades llegan al poder central. Hace años no se realizan campañas sobre adicciones y menos aún, se trata en los colegios con especialistas. El negocio de la droga, es eso, y la política se nutre de él. Mucha pauta publicitaria para obras que se ven, que no está mal, pero todo para lo que es asfalto y curiosamente, luminarias, que mantienen el flagelo en la oscuridad. Cero prevención y mientras tanto los chicos son absorbidos y/reclutados por la droga.-TNA-
El Artículo del padre Marcos Muiño Sj, es más que elocuente.
Por el padre Marcos Muiño Sj
Dos de los grandes flagelos que tenemos en nuestros barrios son la violencia y el mundo de la droga. Flagelos que están destruyendo las familias, las comunidades y van rompiendo el tejido social poco a poco, generando exclusión, pobreza y marginalidad.
Siendo problemáticas que nos preocupan, no podemos hacer oídos sordos cuando se trata de situaciones que esencialmente rompen y dañan, especialmente a las nuevas generaciones. Sin embargo, no es tan obvio que estén en la agenda pública de aquellos a quienes les toca la tarea de buscar el desarrollo integral de un barrio y una comunidad. Decir que sólo la obra pública y la seguridad son prioridad es quedarnos muy cortos.
No estamos yendo a lo esencial que da sustento al desarrollo a largo plazo. Obviamente, produce alegría cuando llega luminaria o un asfalto a un lugar donde hace muchos años se espera, pero eso no basta. Salimos a la vereda a ver qué lindo quedó la nueva obra, pero cuando nos metemos nuevamente en casa volvemos al mundo de la violencia, de las adicciones y de la fragmentación. El problema de la violencia y el consumo problemático no se aborda con cemento. Si el Estado, un municipio, sólo se quedan en eso, serán muy pobres y, muchas veces, la indiferencia ante estas problemáticas será maquillada con actividades o programas que funcionarán a manera de pantalla y no irán al fondo de la cuestión. Carecemos de políticas de acompañamiento concreto a estas situaciones que están destruyendo nuestros barrios. Tampoco se apoyan iniciativas de aquellas organizaciones que ya vienen trabajando en el tema.
Si no se toman en serio estas “otras pandemias” como dijeron los obispos latinoamericanos en Aparecida, Brasil (2007), la dinámica de la exclusión será cada vez más grande. Tendremos lindas calles y nuevas luces, pero las personas y sus comunidades organizadas de referencia, que son lo más importante, se irán destruyendo poco a poco. Ahí, lo demás no tendrá sentido.