Cristina “vacuna” cumbre de gobernadores con Alberto
Juan Manzur decide en estas horas si albergará esta semana una cumbre de Alberto Fernández con gobernadores. Sería el esfuerzo de campaña más arriesgado de Alberto antes del cierre de alianzas electorales el próximo 14 de julio. Dos dardos somníferos de sus socios en la trifecta presidencial pusieron en pausa el proyecto:
1. Manzur mandó a decir que duda de convocar a los mandatarios del Norte Grande y a los de todo el país para el jueves 8, para que acompañen a Alberto Fernández en la celebración tucumana del 9 de julio. Teme patrocinar encuentros masivos en tiempos de peste y prefiere, por ahora, que Presidencia elija un formato remoto, si fuera posible. El gobernador de Tucumán está en la lista negra de Cristina, quien lo diferenció en público, de los médicos buenos de su Gabinete hasta 2015 (todos procesados por un plan de arrullamiento estatal de recién nacidos). Con ese mandoble lo embutió a Manzur y a Alberto Fernández en la virtualidad a la que ha sometido el oficialismo a la oposición.
2. El otro dardo fue el dictamen hacia Fernández, a quien forzó a firmar el Decreto Pfizer, para evitar que le reprochasen a ella, a su hijo y a Sergio Massa por sancionar una Ley Pfizer que trizaba el frente geopolítico del gobierno. Esta cuenta la paga Alberto. Es la razón de la ácida crítica de Vilma Ibarra -cuando justificó el DNU- a la lentitud de los tiempos legislativos. Sangra por una vieja herida: tampoco el Congreso ha aprobado iniciativas del Ejecutivo, como la designación de Daniel Rafecas o la polémica reforma judicial.
La revolución cansada: se hace cuando se puede
Para esa tenida en casa de Juan Manzur -demonizado por las (in)directas de Cristina de Kirchner- quieren llevar, además, la aprobación por Diputados del proyecto de creación de una Bicameral, que les dé algún rol más importante a las provincias costeras de la Hidrovía.
La iniciativa la quieren llevar al recinto este miércoles, pero hay votos divididos entre el oficialismo y la oposición. No sólo por la línea de quiebre de las posiciones partidarias. También hay disidencias entre los mandatarios del peronismo.
Uno de los influencers de ese lote, como Jorge Capitanich, rechaza que la salida futura sea una estatización de esa vía. Dará sus argumentos en esa foto del Norte, que preside “pro tempore”, pero entibia ya el entusiasmo del cristinismo, que quiere defender la estatización como una muestra de poder.
No está demostrado que el Estado pueda administrar algo con eficiencia en estos años -más bien lo contrario-. Pero en un gobierno débil cualquier gesto de golpear la mesa compensa flaquezas de fondo. Al igual que ocurre con la Ley Ovina, Biocombustibles o la Hidrovía, el Gobierno avanza con reformas de lo heredado, no por cuestiones de fondo, sino de oportunidad.
Se revisa Biocombustibles, se revisa Hidrovía, se revisa ley Ovina, por el solo hecho de que los regímenes anteriores han vencido o están cerca de vencer. Ratifica la máxima de que la revolución no se hace cuando uno quiere, sino cuando se puede. O cuando podés aprovechar una emergencia como la peste. Que puede terminar siendo el gran agente de la revolución pendiente, como ha dicho el filósofo coreano Byung-Chul Han. El gobierno de los débiles hace la revolución cuando el ancien régime ha vencido. Así cualquiera.
Con resultado cantado, importan los alineamientos
La reunión de Tucumán se complica porque debería preceder a otra rutina de todos los años, que es la celebración del 9 de Julio en el jardín manzuriano de la República. Es más, difícil que los mandatarios de la oposición quieran mostrarse junto al oficialismo en una fiesta de naturaleza también simbólica. Admitieron estar en el homenaje de hace dos semanas a los caídos por la Covid.
En momentos de campaña los partidos se aíslan y afilan los cuchillos. Hacia adentro también lo hacen, porque es archisabido que las elecciones, hablando en plata, difícilmente modifiquen la relación de fuerzas en el Congreso. Eso es lo que se juega y eso no va a cambiar mucho, gane quien gane en la sumatoria de bancas de los 24 distritos en donde se renovarán.
Los forcejeos que ocupan los titulares y distraen la atención sobre un resultado más que previsible -mire uno, o no, las encuestas- se explican porque lo que sí es importante para la dirigencia, es la posición en la que cada dirigente este año y hacia 2023, fecha incógnita que es mucho más importante que 2021, por más que digan algunos que es ésta es la gran elección del siglo.
La resignación de volver al 2013
Estos forcejeos, que no modifican el resultado electoral, son alineamientos internos de las fuerzas que sí podrían, a futuro, determinar cambios de fondo. El oficialismo tiene un dilema de candidatos que pueden disparar divisiones si no aseguran la unidad, clave de bóveda que le permitió al peronismo recuperar el poder en 2019.
No es lo mismo si el cristinismo impone candidatos de orga, como funcionarios tipo Raverta o Volnovich, que lucen por el monedero que administran -contratos, publicidad, viáticos, las patéticas miserabilidades de la política- que imponer a un cacique municipal como Martín Insaurralde, hoy socio del cristinismo. Interesante señal hacia adentro, porque este intendente perdió en 2013 las elecciones frente a una lista en la que iban Massa, Felipe Solá y, entre otros el “Vasco” de Mendiguren.
En aquel momento Cristina era presidenta, Scioli gobernaba la Provincia, y lo llevó a Martín a verlo al papa Francisco en la cumbre de la juventud en Río de Janeiro, y hasta hubo una foto del candidato con el Papa, que se dijo había sido un ejercicio de photoshop para un afiche, que no bastó. Como tampoco una mención de Cristina a una enfermedad del candidato que había superado gracias a su fe.
El drama de depender de quien no te quiere
¿Por qué no elegir ahora a los ganadores de aquella elección, como Solá o Scioli? Cristina tiene menos poder que entonces y ya está acostumbrada a que su destino dependa de aquellos que no la quieren, pero la necesitan. En 2015 debió soportar que el candidato de su gobierno fuera Scioli, por necesidad y no por amor. Ahora es vicepresidenta gracias a Massa y Alberto, también por necesidad.
El marketing en torno a su figura la erige como una superpoderosa que impone normas, criterios y personas, cuando en realidad su posición no se explica sin la resignación a que en la última etapa de su carrera dependa de quienes la han rechazado. Néstor Kirchner se oponía al mote de “kirchnerismo” porque, decía, era una manera de bajarle el precio al peronismo.
Cristina resignificó ese apelativo: cultiva la leyenda de que hay diferencias entre cristinismo y peronismo, porque logra diferenciaciones útiles para ocultar su rol vicario y no central en un proceso de poder compartido. Le funciona ese pergeño porque tiene convencidos a sus adversarios, como Macri, o un sector de la prensa opinadora, de que hay alguna diferencia entre su fracción y el peronismo.
El recital de estrategia de la oposición
La oposición está sujeta también a la necesidad de asegurar la unidad en torno al 40% de los votos nacionales de 2019. Sólo con eso puede pensar en un 2023 competitivo. Aplicó los básicos del sentido común para instalar en pocas horas, dos candidatos temibles en Capital y provincia de Buenos Aires.
El avance al centro del escenario de María Eugenia Vidal y de Facundo Manes, y el paso al costado de Elisa Carrió y Patria Bullrich es un recital de estrategia política. Carrió sale de la polémica partisana en la provincia de Buenos Aires. Es más para que lo festeje que para que lo lamente, porque recupera poder y libertad.
En menos de 24 horas explicó su decisión a Larreta –con quien viajó a Santa Fe– y a Mario Negri, anfitrión de otros espadones de la oposición, como Gerardo Morales, que ya teje su candidatura a presidente del Comité Nacional de la UCR a fin de año, preámbulo a una carrera presidencial.
La jefa de la CC elaboró su estrategia callada y se la comunicó, por ejemplo, a Larreta cuando ya había lanzado el comunicado de renuncia a la candidatura. Estaban sobre el avión que los llevaba el sábado a Santa Fe, cuando le indicó a Maxi Ferraro, presidente de su partido, que le mostrase la pantalla de su celular. Ahí leyó Horacio el comunicado, y lo que dijo ya no se escuchó por el ruido de los motores.
Un acuerdo (im) posible en PBA
El gesto de Carrió alimenta la unidad que discuten el PRO y la UCR en ese distrito. El jueves parlamentaron por primera vez el comando PRO-Santilli con los socios radicales. Fue en el hotel Scala, el mismo donde han conspirado muchas veces los gobernadores del peronismo. Plantearon la necesidad de buscar alguna fórmula de unidad, que creen todos es muy, pero muy, pero muy difícil. Equivale a decir que puede estar a la vuelta de la esquina.
Buscarle una silla oportuna a Horacio Rodríguez Larreta (padrino de Diego Santilli), que es el único que no puede perder. Participaron Cristian Ritondo, Diego Valenzuela, Néstor Grindetti y Julio Garro. Del otro lado, Maxi Abad, Carlos Fernández, Daniel Salvador y Miguel Bazze.
Hay cuarto intermedio porque los radicales estudian la oferta de Jorge Macri de ir con el ardid de la “Y” griega -dos candidatos a diputados nacionales, y negociar juntos todo lo que quede por abajo – además de lo que pueda aportar a un acuerdo la lista de Gustavo Posse.
Sinceridades porteñas
La unidad es un gesto de sinceridad como el de Bullrich, un envión sobre la opinión pública sin base territorial ni tribu que la sostenga. Es un prodigio de publicidad y prensa sin más votos que los de su fuerza en la CABA.
Macri –su impulsor- reaparecerá esta semana en Madrid, después de escuchar el llamado de amigos asentados en la isla de Menorca. Será el jueves 8 de julio en el círculo de Bellas Artes para presentar su libro. También tiene una silla en el panel de estrellas del conservadurismo que arma para el viernes 9 de julio la Fundación de la Libertad de Mario Vargas Llosa.
Ese mismo día compartirá en la Casa de América una mesa de análisis sobre el futuro del populismo con Felipe González, otro de los grandes jarrones chinos de la política –y creador de la metáfora que describe la dificultad de encontrarle un rincón a esas bellezas de la porcelana oriental: caros, inmensos y delicados-.
Capitulaciones: era preferible un DNU Pfizer a una ley Pfizer
El oficialismo tiene que arreglar los tantos hacia adentro para arrancar una gestión congelada desde 2019 por la herencia económica y la peste. La única agenda que puede mover es la del ajuste, reducción del gasto, baja de jubilaciones, etc. Martín Guzmán es el único que puede celebrar algo. El resto de los proyectos están trabados por el cruce de las cuatro tribus del peronismo, que impiden los consensos en los temas disputados (gobernadores, Olivos, Diputados, Senado).
En la cúpula presidencial -Alberto, Cristina, Massa- se libra también una disputa de marketing mirando al 2023. No hay tipo más marquero que un político en campaña. Ponen el ojo en el cartel y sacrifican todo al efecto que creen tendrán los afiches en el público. Un ejemplo claro: Alberto terminó pagando la cuenta de la pulseada de marcas con sus socios del gobierno.
La firma del decreto Pfizer es la derrota geopolítica más estridente del gobierno en el frente internacional. Borró con un plumazo -palabra que evoca el objeto con el cual se firma, por ejemplo, un DNU- la sujeción de más de un año al bloque oriental (Rusia, China, Europa) y terminó de alinear al Gobierno en el atlantismo de Washington.
La oposición lo arrastró al debate en el Congreso sobre las vacunas para los 100 mil menores que necesitan Pfizer con un proyecto propio. El oficialismo se negó a aprobarlo, porque los titulares hablarían de la Ley Pfizer, una descalificación de las posiciones en la guerra de marcas de los Kirchner. Mejor que se hable de Decreto Pfizer y que lo firme Alberto.
Fondo de vacunas, el sueño de la patria contratista
Eso explica el cambio de rumbo en la puja geopolítica de las vacunas: se acepta Pfizer que es la vacuna de Biden, a quien le interesan poco las banderas que alzan por acá oficialismo y oposición en el terreno internacional. En la reunión que Felipe Solá tuvo con Anthony Blinken en Matera (Italia) la palabra “Venezuela” no figuró en el diálogo. Sí “Nicaragua”, pero sirvió para que Solá explicase que condena lo mismo que Washington, pero por otras vías.
Sí se habló de vacunas, y fue el preámbulo de la solución con el Decreto Pfizer, que revela entretelas de la política doméstica de los EE. UU, que por acá se eluden. Para la administración Biden, la vacuna de AstraZeneca es la vacuna de Trump. Por eso no está autorizada en su país. Aquí, un telegráfico de esa trama:
1) El gobierno Trump aportó en abril de 2020 USD 1.000 millones para el desarrollo de esa vacuna.
2) en julio del mismo año, en una cena de campaña en la Casa Blanca con empresarios mexicanos, Trump, Andrés López Obrador y Carlos Slim, acordaron la fabricación de esa vacuna con intervención del laboratorio argentino (los detalles en Avant Première, columna del 21 de mayo pasado).
3) La Casa Blanca dijo que donará las vacunas que estén validadas en Estados Unidos y por los países que las reciben. Ese país tiene millones de AstraZeneca sin autorizar. Seguirán así, como anunció el zar de las vacunas de ese país, Anthony Fauci, porque la A-Z es muy buena pero no cree que se la autorice porque no les hace falta, ya tienen muchas.
Para que venga, hacía falta el DNU de inmunidades, que tiene un lujo (y el sueño del capitalismo de amigos y de la patria contratista): un fondo público, específico, o sea intocable, para responder por los daños eventuales. Eso es manejo del monedero. Paga Alberto. Argentina presidencia.
Fuente Clarin