Por Alcadio Oña
Bien mirado, aún hoy suena a exceso y a sobreactuación afirmar lo que Cristina Kirchner afirmaba en su carta pública de octubre del año pasado. Decía: “El problema de la economía bimonetaria es, sin dudas, el más grave que tiene nuestra economía. Y es de imposible solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina”.
Para empezar a despejar el terreno, vale aclarar que en el mundo y aquí cerca abundan países donde conviven perfectamente depósitos y créditos tanto en la moneda nacional como en moneda extranjera, sin que por eso sus economías anden a los tumbos. O sea, sistemas en al menos un punto bimonetarios.
Los efectos de la dolarización representan ciertamente un caso serio acá, ¿pero habiendo otros de la variedad, la cantidad y la profundidad en que los hay, ¿da para sostener que el bimonetario “es sin dudas el problema más grave que tiene nuestra economía”? ¿Y da, encima, para que sea necesario convocar a un gran acuerdo nacional para que le encuentre una solución.?
Pero si se agregan al cuadro un par de elementos de ese tiempo, quizás se le encuentre una explicación menos ampulosa al pregón de Cristina. Probarían, por ejemplo, que estamos frente a un discurso excesivo, interesado y a la medida de las necesidades de su gobierno.
El blue disparado sin control y la brecha respecto del tipo de cambio oficial instalada a la altura del 150% eran, entonces, un dilema que le tocaba resolver al kirchnerismo. Y presentarlo parecido a una de las peores cuestiones argentinas apuntaba a repartir las cargas y a compartir los costos, esto es, el mismo truco que empujaba la convocatoria a un pacto nacional, tan improbable y oportunista que nunca más la Vicepresidenta volvió a hablar de una solución así.
Queda claro, luego, el intento de pasar responsabilidades propias a la cuenta de otros, un clásico del kirchnerismo que se repite aunque no se renueva demasiado. Eso sí, salta evidente que nada asegura el éxito de los operativos.
Solo para que el clima no decaiga, vienen ahora algunos datos fuertes que arrancan a comienzos de ese octubre de 2020. Cantan que, aún apretada por cepos sobre cepos, la cotización del blue ha subido a 179 pesos y que la brecha cambiaria está hoy en el 86%. Total: el combo siempre peligroso por sus efectos.
Dolarización, bimonetarismo o como se le quiera decir, lo cierto es que el verdadero problema detrás del problema que mentó Cristina se llama hace años inflación y, bastante seguido, inflación por las nubes. Mejor sería decir inflación a la argentina, del tipo de la que destruye el poder de compra del peso y coloca al dólar bien arriba, en el lote de los refugios de valor preferidos por quienes disponen de ingresos para preservar.
Bien cercano, un termómetro de la fiebre que puede alcanzar la demanda de divisas cuando se mueve libremente y en terreno resbaladizo aparece en los impresionantes US$ 3.380 millones que, entre junio y fines de septiembre del año pasado, las denominadas “personas humanas” le compraron al Banco Central. Fue antes de que la entidad apretara a fondo y de un saque las compras y los gastos con tarjetas de crédito en el exterior.
Pese a los movimientos rígidamente controlados, la demanda de dólares sigue viva y coleando, y presiona sobre el precio de la moneda norteamericana y sobre una brecha cambiaria que se mantiene en zona roja. Obviamente, las distorsiones en cadena se potencian cuando la inflación ni siquiera baja del 3% mensual o peor, escala al 50,2% anual, hasta las cercanías del horrible 52,9% que Mauricio Macri plantó en 2019.
¿Y cómo explica semejante embrollo Martín Guzmán, se supone el encargado de encontrarle la vuelta al asunto desde que él y su gobierno llegaron al poder, hace ya un año y siete meses?
Para empezar y dicho sin rodeos, vende humo: sostiene que el 3,2% de junio “demuestra una tendencia decreciente” de los precios. Cierto sólo en los extremos, pero desestabilizador por donde se lo mire: el 3,2% es un número altísimo en cualquier estándar, aunque sea menor al 4,1% de abril. Además, el índice no baja del 3% desde octubre o, si se prefiere, lleva nueve meses consecutivos arriba del 3%.
Otra de Guzmán y de varios ministros consiste en cargar culpas sobre la llamada inflación importada, es decir, sobre el traslado a los precios internos de los aumentos que se registran afuera, en productos que la Argentina exporta. Entre ellos, soja, trigo, maíz y girasol.
Demasiado relato, de nuevo. En Brasil, como la Argentina un gran exportador de commodities, la inflación de junio fue 0,53% y la anual 8,3%. Nada que ni remotamente se parezca a nuestros 3,2 y 50,2% tampoco hay en Chile, sino 0,1 y 3,8%.
En plan levantar ánimos y cambiar el clima, el ministro de Obras Públicas, Gabriel Katopodis, afirma que una remontada del consumo privado y de las inversiones del Estado en infraestructura están reactivando la actividad económica aceleradamente.
Se supone que Katopodis sabe de qué habla, igual que una consultora especializada según la cual el consumo masivo acumula una caída del 8,4% entre enero y mayo y lleva 13 meses seguidos en rojo. Otra dice que, hace un par de años sin freno, el salario real ha perdido casi el 6% de su poder de compra durante el primer semestre. Para el INDEC, una fuente indiscutida, el consumo privado del primer trimestre quedó 17 puntos porcentuales debajo del registro de 2018 y resulta el menor de la serie que arranca en el lejano 2004.
Y aun cuando en este año de elecciones el Gobierno esté metiendo mucha plata en obras públicas naturalmente de las visibles, las estadísticas oficiales cuentan cosas diferentes a las que cuenta Katopodis. Como que la construcción cae en cuatro de los cinco primeros meses de 2021, que allí la cantidad de puestos de trabajo es hoy inferior a la que había en febrero de 2020, antes de la pandemia, y que el último indicador de la actividad economía lleva el signo menos en febrero, marzo y abril.
Ninguna ciencia hace falta para descubrir que detrás de estas cifras pesa en grande el deterioro sistemático de los ingresos provocado por la inflación y advertir, de seguido, el fracaso de la interminable lista de iniciativas que el Gobierno ensayó para bajarla de verdad. ¿Y qué otra cosa si no inflación de la peor es que el costo de los materiales de construcción marque hoy un 87,2% anual?: campeón de campeones.
Acostumbrado a saltar en todos los centros y a ir de un lado al otro con un discurso donde ni por error aparece una autocrítica, Alberto Fernández acaba de desembarcar en territorio del blue. Dijo: “Estamos encima del dólar. Hay mucha gente que especula y quiere hacer daño al Gobierno”.
Otra vez el recurso de sacarse la pelota de encima y de victimizarse, pero si el eje pasa por eso de estar encima del dólar no se notan los resultados. Limpio de hojarascas, el problema es entonces que la presión cambiaria ha reaparecido, y ha reaparecido cuando todavía faltan cuatro largos meses para las elecciones y cuando Guzmán creía tener la situación controlada y reservas suficientes para mantenerla a raya hasta entrado noviembre.
Pasó que el plan de sujetar el blue al final de la rueda con un puñado de dólares empezó a patinar y, peor, quedó a la vista de quienes no manejan la información que manejan los grandes operadores. Resultado: el Banco Central y Economía han resuelto plantarse en el techo del 80% para la brecha cambiaria.
Ese 80% justamente, los nueve meses seguido con la inflación arriba del 3%, el consumo y los salarios por el piso más lo que se quiera agregar dicen que estamos operando muy en los límites y que la solución será necesariamente compleja. También, que la sarasa agota.
Fuente Clarin