Por Santiago Fioriti
“Ofrezco mis servicios”, dice Alejandro. Albañilería, herrería, pintura, impermeabilización de techos, conexiones de agua y cloacas. Alejandro integra un club del trueque que se comunica por Facebook. Su situación es tan dramática que ya no ofrece trabajo a cambio de plata sino, simplemente, de una bolsa con alimentos. Ese fenómeno se expande en el Conurbano profundo desde los primeros meses de la pandemia, cuando la paralización de la actividad hizo desaparecer los empleos precarios, primero, y las changas más tarde. “Cambio por alimentos una campera de hombre talle L, en buen estado”, escribe Sandra, de Monte Grande. “Cambio por yerba o leche en polvo”, ofrece Claudia, de Florencio Varela, y publica fotos con un set de cremas y maquillaje. Los vecinos permutan bicicletas, juguetes o pequeños electrodomésticos.
La situación se agravó en los últimos meses, pese a la reapertura de los comercios. Los militantes barriales y los curas con presencia en las villas describen que en algunas familias parecería incluso que ya no queda nada más para vender, por eso es muy frecuente que crucen la General Paz a tocar timbre en busca de ropa o “algo para dar”. Lo que sea. Nada se descarta porque a alguien le puede interesar. Hay miles de historias.
“Chicas, ofrezco mis servicios de peluquería para fiestas a cambio de mercadería. Cualquier consulta no molesta”, escribe Laura. “Hola chicas, realizo alisados. Algunas ya me conocen, trabajo en mi domicilio, les dejo fotos de mis trabajos”, propone Erica. ¿Cuánto vale el trabajo de Erica? “Lo hago por cinco productos”, dice en su cuenta, y ella misma escribe una lista para que los interesados puedan optar entre aceite, azúcar, arroz, puré de tomate, fideos, harina, sal, huevos, salchichas y manteca.
La desesperación por la comida crece al ritmo de la caída de los índices de empleo y del alza de la pobreza en el bastión de Cristina. El Gobierno tomó nota apenas cerró la economía para priorizar la política sanitaria. Los movimientos sociales que hacen base en las zonas más pobres alertaron entonces al Presidente: “Sin alimentos, esto estalla”. Daniel Arroyo, el ministro de Desarrollo Social, elevó de manera rápida las partidas a los comedores. Los 10 mil salones que hay distribuidos en el país pasaron de albergar 8 millones de personas a recibir a 11 millones.
Se esperaba que la cifra volviera a la normalidad -si es que se puede llamar así a un cuadro tan desesperante- con el correr de los meses. No pasó. Descendió a 10 millones a principios de año, pero desde hace cuatro meses la aguja no se mueve. Y el precio de los alimentos, que sube por encima de la inflación promedio, amenaza -incluso- con incrementar el número de nuevo.
Ese cóctel de desempleo y búsqueda de comida hace tambalear el proyecto de poder de Cristina. “Pega en el corazón del relato”, asumen quienes trabajan para la vicepresidenta. “Nuestros votantes no se bancan esto”, dice una dirigente del riñón cristinista. El peronismo kirchnerista ingresa en un cono de sombras rumbo a las elecciones en la provincia de Buenos Aires. La pelea central será con el PRO y la UCR, pero hay sectores que podrían dañarlo. Florencio Randazzo, por un lado.
La izquierda, por otro. Sus referentes trabajan para arrebatarle votantes desencantados con el ajuste. Ese frente de partidos autoproclamados revolucionarios -que días atrás lanzó a Nicolás del Caño y a Romina Del Plá- aspira a disputar el tercer lugar y podría complicar la estrategia oficialista si la contienda contra Juntos por el Cambio se volviera reñida. Una imagen: el 9 de julio, el Polo Obrero -brazo piquetero del Partido Obrero- realizó un acto en González Catán, La Matanza, donde el PJ suele ser la única religión y donde, cada vez que se abren las urnas, la distancia entre el oficialismo y la oposición resulta abrumadora. “En otro época nos hubieran echado por zurdos, ahora la gente nos escucha”, afirma Eduardo Belliboni.
La inflación asiste otro golpe letal. Sigue su ritmo a niveles muy altos. El dato de junio que se conoció esta semana (3,2%) y el acumulado de 2021 (25,3%) destrozaron las profecías de Martín Guzmán, que, aun cuando en los primeros meses del año el Indec revelaba malas noticias, sostenía que iba a cumplir con la meta del 29%.
El ministro de Economía está inquieto por los incrementos de precios, pero su estado de alerta ha mutado radicalmente hacia el dólar. El refuerzo del cepo y los saltos del blue estremecen a su equipo. También al presidente del Banco Central, Miguel Ángel Pesce, con quien Guzmán ha intercambiado algunos llamados de preocupación en los últimos diez días. Que se traspase una barrera psicológica y que eventualmente haya argentinos dispuestos a pagar 200 pesos por un dólar es un fantasma que se agiganta.
Esa pulseada, que el ministro logró ganar a fines de octubre del año pasado -cuando la moneda estadounidense tocó los 198 pesos-, ahora requeriría para él de un acuerdo con el FMI. Guzmán cree que eso será fundamental para liberar de tensiones al mercado. Así se lo transmite a Alberto, pero el primer mandatario se topa con la intransigencia de Cristina y ahora también con la de Máximo Kirchner, que le envía mensajes desafiantes desde su banca del Congreso.
La vice y su hijo aseguran que no se puede renegociar la deuda a 10 años de plazo, como quieren los técnicos del Fondo. “Hay que llevarlo a 20”, insisten. Guzmán escapa a las polémicas cuando habla con los periodistas, pero comenta en privado que los lineamientos de Cristina y Máximo podrían agravar la situación de los mercados en las puertas de las elecciones. La diferencia de criterios con la ex presidenta es profunda. Cristina lo tiene en la lista de enemigos y de posibles recambios.
“El miedo de Martín es que el dólar siga a los saltos y que, justamente, se ponga en riesgo la estrategia electoral que traza Cristina ”, dicen quienes trabajar a su lado. Esto es: Guzmán pretende un acuerdo rápido que, aunque no se firme antes de las elecciones, se pueda ir blanqueando para tranquilizar a los mercados.
Cristina prefiere concentrarse en otras urgencias. Ya dijo que la agenda no la puede marcar el FMI. Presiona para que el Gobierno lance planes al consumo, para que se reabran las paritarias y, a instancias de Axel Kicillof, espera que Fernández ejerza una política de precios más duras. El Movimiento Evita y la agrupación de Juan Grabois, trabajan en un proyecto para que las organizaciones sociales tengan nuevos ingresos con trabajo garantizado. Kicillof está temeroso de la situación económica. Esta semana anunció que adelantaba la cuota de la paritaria de los estatales. Forzará a las empresas privadas a que hagan lo mismo.
Las tensiones en el oficialismo y las críticas a la economía ilusionan a la oposición. Por primera vez, Horacio Rodríguez Larreta ha empezado a decir en la intimidad que se puede ganar en la Provincia. El jefe de Gobierno se siente liberado de Mauricio Macri y ahora va por Cristina. Está estimulado, pese a los riesgos que tiene por delante. Los cierres en la Ciudad y en tierra bonaerense lo dejaron a tiro de su meta de asomar como el único líder de la oposición.
Aquellos cierres, sin embargo, dejaron heridos. Aunque sonrían para las fotos y no digan toda la verdad, varios de sus aliados le cuestionan que haya ido “por todo”. Siguen sin perdonarle el salto de María Eugenia Vidal, quien, para el sector duro del PRO, dejó de ser una “leona” para transformarse en “una gatita”. También le achacan, como bien decía Jorge Macri hasta antes de cerrar trato con el alcalde, que un porteño como Diego Santilli sea su candidato bonaerense. Se sabe: si le va bien, todo será una anécdota. Si le va mal, un huracán interno irá por él.
Entre los últimos enojados con Larreta emerge Facundo Manes, el rival de Santilli. El neurólogo y su entorno creen que el larretismo busca hacerle daño casi a diario. “Lo operan”, dicen. Alguien que no trabaja para Manes, pero que valora su compromiso pidió que le envíen un mensaje de su parte. Con cariño y misericordia: “Bienvenido a la jungla, Facundo”.
Fuente Clarin