Por Santiago Fioroti
Hace un mes y medio, Horacio Rodríguez Larreta fue a cenar a la casa de Facundo Manes, un hermoso departamento en un sexto piso a la calle, sobre la calle Cerrito. El neurólogo le mostró su biblioteca, el escritorio donde escribe sus libros y la vista privilegiada a la avenida 9 de Julio y al Obelisco. Lo esperó con un menú elaborado y un vino tinto de cosecha tardía. Estaban solos. Todo parecía dado para que fuera una gran velada. No pudo ser.
La cena transitó entre la desconfianza y momentos incómodos. Los dos se estuvieron estudiando, como si en lugar de una mesa y dos platos los separara un tablero de ajedrez. El alcalde hubiera tenido ganas de decirle lo que apenas se animó a insinuar: que mejor no oyera los consejos de los radicales que, por esos días, en una lenta procesión, pasaban por esa misma casa para convencerlo de que fuera candidato a diputado por la provincia de Buenos Aires. El neurólogo, acaso, podría haberle anticipado que tenía la tentación de dar el sí.
Quince días más tarde de aquel encuentro, Clarín adelantó en una tapa de domingo que la movida de los jefes de la UCR estaba a un paso de cristalizarse. Manes había decidido jugar, pero todavía se iba a reservar algunas semanas para anunciarlo. La pretendida unidad para enfrentar al Frente de Todos se volvía borrosa. El salto de María Eugenia Vidal a la Ciudad había generado un hueco. El jefe de Gobierno siempre pensó que ese hueco era ideal y exclusivo para Diego Santilli. Hasta que un cisne negro se cruzó en su lago y tuvo que repensar la estrategia.
Rodríguez Larreta insistió hasta el final para torcer la voluntad del radicalismo. “Hasta el último día hay tiempo”, decía. Exhibió encuestas que lo daban mejor posicionado a Santilli, ofreció puestos en las listas y le cedió poder a los intendentes propios para que negociaran con sus pares de la UCR.
Los socios de Manes le escuchan repetir que el Guernica no lo pintó Picasso. Que fue una obra que excedió al pintor español. “La dinámica no es nuestra. La gente nos puso acá”, dicen en el entorno del médico. Como se ve, no se andan con chiquitas en las comparaciones.
Emilio Monzó, el peronista que está a cargo del armado bonaerense junto a Joaquín de la Torre y que viene de romper primero con Mauricio Macri y luego con el larretismo, trabaja para contener el entusiasmo. Suele transmitir una anécdota que le contaba el propio Macri cuando se conocieron. “Cuando era presidente de Boca todos le pedían entradas para la cancha y cuando se lanzó a la política la mitad de los que le pedían entradas lo empezó a putear”. Habrá que ver, se pregunta, cuánta gente que le solicitaba consejos médicos a Manes o compraba sus libros ahora está dispuesta a acompañarlo.
Cuando trascendió su postulación, el teléfono de Manes se llenó de mensajes y de llamados inesperados. Algunos realmente muy extraños. Muchos le dieron fuerza, pero una proporción importante quiso disuadirlo para que se apartara de la competencia. Nadie sale indemne de la selva, le dijeron. Una de ellas fue Vidal, primero por teléfono y luego en un Zoom.
“Yo les dije hace un montón que no perdieran tiempo, que Facundo era candidato”, se jactó Santilli en la intimidad. Santilli también había cenado con su rival en la casa de uno de los ministros porteños. Varios de sus colaboradores dudaban de que finalmente hubiera primarias. Larreta quiso creer que, así como impidió la candidatura de Patricia Bullrich en la Ciudad, podría hacer lo mismo en la Provincia. “Su táctica es enjaular a la gente. Con nosotros no pudo”, sostienen quienes conviven con Manes.
Larreta intentó seducir a Alfredo Cornejo, a Gerardo Morales, a Luis Naidenoff y a su mejor aliado, Martín Lousteau. Todos ellos, por separado, le habían ido a rendir pleitesías a Manes para que se postulara. Con el sí en su poder, los radicales aceleraron. Morales, directamente, cuestionó en público la estrategia del alcalde. Lousteau se sumó y tiró dardos contra la ex gobernadora. El mandatario jujeño está enojado porque alguien le dijo que Larreta decía que el radicalismo no tiene chances porque solo persigue cargos menores. “Si yo quiero ser presidente”, planteó. Quien diga que solo piensa en 2021, miente.
Santilli lleva varias semanas caminando el Conurbano. Su equipo, que fue reforzado en las últimas semanas, afirma que impulsa una campaña estrictamente profesional, al estilo PRO, con mensajes claros. Su jefe de campaña será el intendente de Lanús, Néstor Grindetti. Estructura tienen; experiencia, también; plata no les falta.
El ex vicejefe porteño planea recorrer entre 40 y 50 municipios antes de las PASO, previstas para el 12 de setiembre. Se enfocará en la primera y en la tercera sección electoral, donde Manes tiene mayor nivel de desconocimiento. La pandemia volvió popular a Santilli. El lunes visitó el barrio Villa Jardín, de Lanús, junto a Diego Kravetz. Algunos chicos salían de sus casas para saludarlo: “Vos estás con el Pelado”, le decían. “Sé vos, soltate que la rompés”, le dice Carrió.
Larreta confía en que su gestión en la Ciudad y el doble rol de Santilli como vocero de la pandemia y de la seguridad coloca a su delfín en un lugar preponderante. Harán bajadas con Elisa Carrió, Miguel Pichetto y Patricia Bullrich. Esas bajadas estarán monitoreadas según el nivel de imagen de esos dirigentes en distritos puntuales. ¿Y con Vidal? “Si conviene estará; si no conviene, no”, asumen los larretistas, pragmáticos hasta la exageración. Nada se hace sin una encuesta en la mano. La ausencia de Vidal en el lanzamiento de Santilli habló por sí sola: se ve que por ahora no conviene que esté.
La campaña en medios y redes, dicen, se apoyará en la maquinaria electoral que se heredó del macrismo. Hasta dónde llega esa maquinaria siempre es un misterio. El aparato proselitista fue infalible durante mucho tiempo. Pero es el mismo que sostenía que Macri sería reelecto como presidente o que perdería las PASO contra Alberto Fernández por poco margen.
Manes irá con un discurso que busca ser disruptivo. Dirá que Argentina es un país pobre que no está en vías de desarrollo y les asegurará a los bonaerenses más pobres que si no estudian nadie les dará trabajo. El equipo del radical empieza a intranquilizarse con algunas actitudes de sus adversarios. Sospecha que fomentan una campaña en contra del médico en las redes para desprestigiarlo. Hay que ver si se animan, pero cuando se abran los micrófonos tienen ganas de preguntar al aire si esa supuesta campaña se financia con recursos públicos. Esto recién empieza.
El fantasma de una campaña caliente existe. De uno y del otro lado. Los radicales nunca comieron vidrio. La interna podría tornarse feroz con el paso de los días. Quienes dicen que el único enemigo debe ser el kirchnerismo pretenden despejar rumores y traman una foto de ambos candidatos para emitir señales de una sana convivencia. En un momento estuvo casi acordada y de pronto se enfrió. Seguirán negociando. Lo que sí acordaron fueron dos debates por TV, uno en TN y otro en A-24.
Hace unos días, Santilli salió de su casa a caminar por la avenida Figueroa Alcorta. Al llegar a Ortiz de Ocampo se cruzó con Gastón Manes, hermano y mano derecha del candidato. Pese a que los dos iban con barbijos, se reconocieron.
—Che, ¿van a hacer campaña limpia, no? —preguntó Gastón.
—Pero, ¡olvidate! ¿Cuándo me viste hacer algo sucio a mí? —respondió Santilli.
Se rieron y cada cual siguió su camino hacia el café de la esquina. Hacía demasiado frío para estar al aire libre.
Fuente Clarin