Por Agustín Ceruse
El sicario que mató a Ricardo Ariel González en Loma Hermosa no se olvidó el celular del policía federal. Lo dejó a propósito en el Peugeot Partner: sabía que los mensajes que los investigadores pudieran recuperar lo incriminaban más a su víctima que a él. Encripdata pudo saber que los detectives de la Policía Federal (PFA), a través del dispositivo forense de extracción de datos (UFED), pudieron abrir el teléfono. Lamentablemente, el sicario tenía razón: el oficial inspector quería cobrar una millonaria recompensa por hacer un trabajo sucio.
No por nada el sicario, ni bien le descargó ocho tiros, dejó un mensaje en el asiento y se fue tranquilo de la escena del crimen.
«‘Rengo’ Pacheco: ¿10 millones por mí? Acá tenés tus 10 millones. Atentamente: San Martín», rezaba la carta.
González estacionó su auto en la calle Congreso 8374 alrededor de las 23 del martes 20 de julio. Una vecina escuchó las detonaciones, pero no se animó a decir nada, hasta que otro vecino, perturbado por dos orificios en la puerta del conductor, se acercó el jueves hasta el vehículo y, no sin dificultad por la opacidad de los cristales, vio a un hombre desvanecido. Los uniformados, alertados por el segundo vecino, arribaron recién en ese momento. El sicario tuvo 48 horas de ventaja para esconderse bien. También para deshacerse del arma.
En el vehículo, entonces, estaba el celular del policía. Los detectives de la PFA y de la Policía Bonaerense de la DDI San Martín, a las órdenes de la fiscal Gabriela Disnan, no encontraron mensajes entre la víctima y el victimario. Una mujer ofició de intermediaria entre ambos. Fue la «entregadora». Es, por eso mismo, la segunda sospechosa además del sicario obviamente.
Los investigadores analizaron los últimos mensajes de González que lo llevaron a terminar así y entendieron por qué tenía en un bolsillo de su campera un papelito con las siguientes anotaciones: «Blas Adrián Gómez. M=1 – P 2. Gordo Blas Avicho». Estaba mal escrito: «Avicho» en realidad es «Alicho».
Aunque joven, Gómez es un viejo conocido de la zona: con 24 años, se entregó en 2017 luego de que lo acusaran de ser el «soldadito narco» que fusiló el 27 de abril de ese año al policía federal Alan Maximiliano Dolz al descubrir que estaba como encubierto en un pasillo de la Villa Loyola.
La prueba de la parafina, cada vez menos usada, le dio negativa.
El juez federal Juan Manuel Culotta tuvo que darle la falta de mérito.
«Alicho» o «Negro Alí» es Max Alí Alegre, otro de los narcos que, aunque preso, disputa las villas de San Martín. Pero primero lo primero: Pacheco tiene dos hermanos, Mauro y Ezequiel. Con Mauro no solo se peleó sino que lo amenazó de muerte. Mauro, entonces, se fue de la villa 9 de Julio, se replegó en la Villa Curita y finalmente se alió con «Alicho» para en algún momento copar el territorio del «Rengo».
De Mauro y Ezequiel, prófugos, nadie sabe nada de nada.
«Alicho» está preso desde 2019 por otra causa.
«Rengo» Pacheco cayó a finales de mayo. Por orden del juez federal de Morón Jorge Rodríguez, también fueron detenidos su hijo, su pareja, su exesposa y otros cómplices.
Alguien, tal vez cansado por la protección que Pacheco tenía en San Martín o tal vez para barrer con su competencia, denunció de manera anónima el 15 de octubre de 2020 que «una persona conocida como Javier Alejandro Pacheco, alias «Rengo», quien reside en una casa de la calle Zapiola sin numeración, entre Mendoza y Pio XII, de Paso del Rey, realiza actividades compatibles con la venta de estupefacientes en Morón, Moreno y San Martín a bordo de una Toyota Hilux roja».
No denunció a Pacheco en su zona sino en otra jurisdicción, en la DDI del Tráfico de Drogas Ilícitas y Crimen Organizado Ezeiza, bastante lejos de la villa 9 de Julio, territorio controlado hasta entonces por «Rengo», para que los policías de San Martín no se enteraran.
El juez Rodríguez, tras agregar otras causas, procesó al capo de la villa 9 de Julio y a su hijo por los 7449 kilos de marihuana secuestrados en 2018 un galpón de su propiedad en Moreno y como organizadores junto a familiares y segundas líneas del narcomenudeo en varios puntos de San Martín y por el lavado de activos de las ganancias, con mansión en Parque Leloir, viajes a Chile, Bolivia, Paraguay, Brasil, México, Emiratos Árabes Unidos y Mundial de Rusia y BMW dorado incluidos.
Pacheco juró vengarse de quienes creía que lo habían entregado: Gómez y Alegre. Por eso, aunque él lo negó en Crónica y hasta se mostró como un próspero empresario de la construcción, lo cierto es que ofreció 10 millones de pesos por sus cabezas.
El policía prestaba servicios en la delegación Mercedes de la PFA, pero, según la hipótesis de los detectives, quería cobrar esa recompensa y por eso estaba en la búsqueda de dos transas de Loma Hermosa que se animara a ejecutar el trabajo sucio que lo haría millonario.
González, entonces, pactó por intermedio de una mujer la reunión con uno de los transas para la noche del 20 de julio. Tenían que planificar el encargo de Pacheco. Lo que no sabía el policía fue que estaba a punto de dejar entrar a su auto al sicario equivado.
Encripdata pudo saber que Gómez y Alegre se apuraron a decirle a su abogado de confianza que no tuvieron nada que ver con el crimen.