Siete de las diez compañías más valiosas del mundo son norteamericanas: Apple, Microsoft, Amazon/AWS, Google, Facebook, Tesla, y BerkshireHathaway, propiedad de Warren Buffett, y lo mismo sucede con 14 de las 20 principales.
El dato estratégico más relevante que el meramente cuantitativo es que las cinco mayores plataformas digitales de alta tecnología del mundo, que constituyen la punta de lanza del sistema capitalista en el siglo XXI, son estadounidenses, acompañadas, significativamente, por dos chinas: Alibaba y Tencent.
El financiamiento es la otra cara que decide la primacía en el capitalismo global en esta etapa histórica; y en éste aspecto, la condición de número 1 de EE.UU. es indiscutible.
La inversión de capital de riesgo – el denominado “Venture Capital” – ascendió en la economía norteamericana a US$487.000 millones entre 2018 y el primer trimestre de 2021, mientras que en la República Popular, Reino Unido, India, Alemania, Francia, Canadá, Israel, y Singapur, sumadas, trepó a US$379.000 millones en el mismo periodo.
Las universidades norteamericanas son inequívocamente la vanguardia del conocimiento mundial, tanto en su condición de centros de enseñanza como de investigación. Por eso cinco de las diez principales son estadounidenses, y lo mismo ocurre con diez de las veinte mayores.
En ellas se concentra 87% del total de los premios Nobel del sistema global.
La totalidad de la economía norteamericana (US$22,6 billones/25% del PBI global) se ha volcado a la Cuarta Revolución Industrial (CRI), el proceso de digitalización completa de la manufactura y los servicios.
Lo único que frenaba la CRI en EE.UU. era el bajo nivel de inversión existente hasta 2016 (12% del producto); y en los últimos 5 años la tasa de inversión creció 4 puntos del producto, sin contar la inmensa masa de capitales que recibió en Wall Street.
Esto significa que EE.UU. nunca experimentó ningún tipo de retraso tecnológico en lo que se refiere a los equipos de la CRI, y su producción fue siempre la más avanzada del sistema.
La gran ventaja competitiva de EE.UU. es EE.UU. mismo, centrada en dos factores que hacen a la esencia misma del excepcionalismo norteamericano.
“EE.UU. es el más grande laboratorio de ‘destrucción creadora’ que el mundo ha conocido, …y está fundado en una cultura del crecimiento obsesionada con hacer negocios, y multiplicar la inversión inicial de capital”, dice Alan Greenspan. Es una pasión por emprender.
“Es un país de frontera, creado por pioneros y aventureros, dispuestos a asumir grandes riesgos frente a enormes oportunidades”, agrega Greenspan.
Hay un segundo trazo característico del genio norteamericano: es la capacidad de innovar, de crear lo nuevo, de prever el futuro, inventándolo. Esto es Steve Jobs, Mark Zuckerberg, Henry Ford, Thomas Edison, y Bill Gates entre muchos otros, al punto de convertir esta actitud ferozmente innovadora en una especie de ADN de la civilización estadounidense.
El mejor ejemplo de esta pujanza excepcional fue la Segunda Guerra Mundial, que constituyó el mayor boom económico de la historia norteamericana: el PBI se duplicó en términos reales entre 1939 y 1944, y la productividad, el núcleo del éxito histórico de EE.UU, fue el doble que la del Tercer Reich y cinco veces la de Japón. “Fue un milagro de productividad” en los términos de Alan Greenspan.
El periodo 1939-1945 mostró que la capacidad de movilización de recursos norteamericana es incomparable; y lo hizo esencialmente con el protagonismo de las 35 principales corporaciones estadounidenses, que produjeron – ellas solas – más de 80% del armamento norteamericano, con los que combatió y venció tanto en Europa como en el Pacífico. General Motors/GM produjo más de 10% del total del armamento norteamericano en la 2da Guerra Mundial.
Fueron las fábricas estadounidenses, centradas en las líneas de montaje creadas por Henry Ford las que se impusieron en forma aplastante al nazismo y al Imperio del Japón. Fue un triunfo histórico del “fordismo” militar.
El gobierno demócrata del presidente Joe Biden ha resuelto ahora ante el desafío de la competencia estratégica con la República Popular, que es el mayor de la historia norteamericana, dejar de lado estas tendencias de fondo de su historia que hacen a la esencia de su identidad excepcional, y volcarse a la “política industrial” y a la centralización de recursos, en la búsqueda de los denominados “campeones nacionales”.
Esto es lo que implica la “Ley de Competencia e Innovación de EE.UU”, votada por el Senado norteamericano el 8 de junio de este año por una amplia mayoría (68 a 32) tanto demócrata como republicana, en una clara réplica (imitación) del programa de incentivos de la República Popular hacia las tecnologías de avanzada de la CRI: “Made in China 2025”.
La idea de que la respuesta norteamericana, que encabeza el sistema capitalista en los últimos 200 años, creadora de sucesivos “milagros de productividad” a lo largo de su historia, al desafío de la otra superpotencia del siglo, sea un remedo de “Made in China 2025”, es francamente risible, o mejor profundamente patética.
Fuente Clarin