Por Christian Sanz
En estas horas, la política está que arde, tanto en el Frente de Todos como en Juntos por el Cambio. Con las lógicas de cada caso. Porque cada partido ostenta diferentes complejidades.
En el espacio opositor todo está a punto de explotar, por la tensión que viene provocando la figura de Facundo Manes y que generó recelos de diversa índole dentro del espacio neo bautizado “Juntos”.
Impulsado por los mendocinos Alfredo Cornejo y Ernesto Sanz, el presunto neurocientífico cosechó voces críticas por doquier, que culminaron con la promesa de Elisa Carrió de llevarlo a la Justicia.
Solo porque Manes juró públicamente que Lilita le habría ofrecido en 2015 ser su candidato a vicepresidente.
“No puede inventar esta historia, sino estamos en manos de un mitómano”, advirtió Carrió justo antes de asegurar que le haría un juicio por “daño moral”.
En tal contexto, Cornejo llamó a un urgente encuentro de la Mesa Nacional de JxC para este lunes, a efectos de intentar descomprimir la situación. Será una virtual misión imposible.
El caso Manes no es el único que amenaza con quebrar el espacio Juntos: Gerardo Morales viene mostrándose también disruptivo, sobre todo para con la figura del jefe de Gobierno porteño. “Los radicales no vamos a permitir que Larreta colonice nuestro partido”, sostuvo hace apenas unas horas, en el marco de una escalada verbal que promete no cesar, sino todo lo contrario.
Entretanto, en el Frente de Todos la cosa no va mucho mejor, aunque sí hay que reconocer que allí la interna se maneja de manera más discreta.
Básicamente lo que le interesa al kirchnerismo es aquel enorme terruño que representa la provincia de Buenos Aires. No mucho más. Con ese eventual triunfo se garantiza la victoria general en los comicios legislativos.
En ese contexto, la disputa más fuerte se da entre puntuales intendentes del conurbano y referentes de La Cámpora. Negociación que se maneja en la más absoluta reserva.
No obstante, hay un indicador que revela la buena sintonía entre ambos bandos: el acuerdo al que llegaron unos y otros para que “Juanchi” Zavaleta, hombre de Alberto Fernández, desembarque en el Ministerio de Desarrollo Social, que está abandonando el ahora candidato Daniel Arroyo.
Se trata de una “caja” de más de 250 mil millones de pesos, apetecida por La Cámpora —jamás van por ningún espacio que no signifique fondos a rolete—, y que terminó quedando en manos de un albertista puro.
Habrá que ver qué se le entregó a cambio al camporismo. Es algo que, por ahora, permanece en total reserva, pero no debe ser nada desdeñable.
Porque las negociaciones que llevaron a Zavaleta a ocupar el cargo que deja Arroyo, se manejaron directamente entre Eduardo “Wado” De Pedro y Santiago Cafiero, de un despacho a otro. Uno en la planta baja y el otro en el primer piso de la Casa de Gobierno. Aquel enorme edificio rosado donde se esconden los secretos más intrincados del poder y la política.
Donde Alberto Fernández se dedicó a recibir a ostentosas vedettes durante las madrugadas en las que la pandemia restringía la vida social de los argentinos. Un verdadero escándalo. Que derivó en una denuncia por las suspicaces visitas de la llamativa Sofía Pacchi a altas horas de la noche.
Tal costado del presidente desvela a Cristina Kirchner, que teme cómo esto pueda impactar en el electorado del Frente de Todos de cara a las elecciones de este año. Sobre todo porque hay más mujeres en la nómina albertista, cuyos nombres aún no han sido publicados.
“Pito duro”, le dice la vicepresidenta al jefe de Estado en tono de sorna, según publicó Jorge Rial en su momento. Un tuit que duró poco en las redes sociales, porque fue eliminado rápidamente por el chimentero. Dicen que fue después del llamado telefónico del siempre dilecto procurador Carlos Zannini.
Ciertamente, no es lo que más debería preocupar a Cristina ahora mismo, sino las derivaciones que va tomando la carta que Cecilia Nicolini envió a funcionarios rusos a efectos de reclamar por la demora en la llegada de las vacunas Sputnik.
Allí quedó de manifiesto que hubo gestiones entre la Argentina y Rusia para que Marcelo Figueiras fuera el intermediario a la hora de facturar y cobrar por los servicios prestados.
La pregunta que surge de lo antedicho es obvia: ¿Por qué haría falta la mediación de alguien para manejar esos fondos?
La insistencia del kirchnerismo en la intermediación del negocio de las vacunas llama a la sospecha: ya en su momento se había intentado imponer a Adrián García Furfaro, un empresario sospechado de narcotraficante. Luego su nombre fue tachado de la lista, justo después de que este cronista revelara los antecedentes del hombre.
¿Por qué ahora insistir en el mismo error? ¿Qué es lo que está pergeñando el gobierno y desconoce el ciudadano de a pie? ¿Tanto dinero hay en juego como para hacer algo tan arriesgado?
A la hora de las sospechas, todas las miradas se vienen posando en la figura de Figueiras —valga la cacofonía— a quien muchos sospechan de ser testaferro de Cristina.
Sobre todo después de aquella revelación de Carlos Pagni, la frase que el dueño de laboratorios Richmond les ha dicho a otros empresarios para convencerlos de que inviertan en el armado de su planta para producir vacunas. “Cristina lo vería con buenos ojos”. Raro.
Si a ello se suma que el Estado argentino ha decidido aportar varios millones en “fondos no reembolsables” para “ayudar” a Figueiras en su emprendimiento, todo va tornándose nauseabundo.
En cualquier país del primer mundo, ya habría estallado el escándalo, con las consecuentes derivaciones judiciales. Pero en la Argentina ya nada escandaliza.
Porque los hechos de corrupción ocurren tan seguido que la sociedad se ha adormecido finalmente, perdiendo toda pulsión de “reflejo” al respecto. Igual que aquella parábola de la rana que se va cocinando lentamente en la olla sin darse cuenta, mientras el agua tibia empieza a hervir.
Para cuando el batracio se da cuenta de lo que ocurre, ya es tarde.
Para quien no entienda la analogía, los ciudadanos serían —seríamos— las ranas, ¿hace falta aclararlo?