Por Fede Baeza, para Revista Anfibia
Foto: Nora Lezano
Si el acto de legar implica dejar un vestigio, una huella, algo que va más allá de la existencia material del propio cuerpo, ¿de qué modo se comunica una sensación como el frío que entumece? ¿Cómo se transfiere la singularidad de un gesto, la estridencia del grito? ¿De qué manera transmitir el efecto del encierro? ¿O la rigidez de los músculos siempre en alerta en la calle? ¿O la tibieza de otros cuerpos que nos acompañan? ¿O el juego de miradas y el contacto con la piel en la puesta en escena de la seducción? En definitiva, porque esa es la pregunta aquí, ¿cómo se lega la experiencia de un cuerpo?
Una épica trava
—Está habiendo una refundación del Gondolín
como que es el mismo lugar pero es un lugar nuevo
se transformó, se hizo las lolas, las caderas
—¡El hotel es un cuerpo!
A principios de los años 2000 el Gondolín era un hotel más en el barrio de Palermo que hacinaba en las peores condiciones a quienes no tenían la posibilidad de encontrar otra vivienda mejor. Poco a poco este edificio de tres pisos apelmazados en torno a un pequeño patio se fue poblando de personas migrantes de distintas provincias, países vecinos u hogares expulsivos. Eran travestis que encontraban en este espacio precario un resguardo hostil en el que hacer base para enfrentar las jornadas de trabajo sexual, también al odio del mundo. El antiguo dueño les fue dando lugar, no lo hizo por entenderlas o ayudarlas, lo convenció la economía informal y abundante en cash de las chicas que podían reunir en una noche mediocre la suma que les permitía saldar sus deudas. Pero las condiciones del hotel nunca mejoraban, los techos se caían, las ratas asolaban, los baños no funcionaban, la luz y el agua iban y venían. Pagaban fortunas y aún así vivían muy mal.
Un día dijeron basta. Un grupo hizo una denuncia, la policía y los inspectores llegaron al hotel y lo clausuraron. Cuando el dueño las quiso echar llovieron muebles, objetos y basura de todos los pisos, el hombre se retiró. Luchar por este lugar fue el primer capítulo para construir un nosotras. Así se hicieron cargo del edificio, lo arreglaron, dividieron las cuentas, se organizaron. Aquel señor al tiempo murió, los papeles flojos ayudaron y la sucesión nunca llegó a puerto. Hace ya casi veintiún años hicieron de esta pensión en ruinas una casa, un abrigo y una cama. Y se dieron las reglas para convivir, para ritmar los tiempos de sus distintos modos de vida y poder estar juntas. Ahora este relato toma la forma de una épica.
Como las viejas épicas esta narración también asume el verso como forma y la oralidad como origen y destino. Durante varios días Dani Zelko se reunió con Marisa Acevedo, Viviana Borges, Marlene Wayar y Zoe López, las legendarias, para charlar en el Gondolín. Cada vez que alguna hacía una pausa se pasaba a la siguiente línea, cada vez que hablaba otra persona aparecía la raya de diálogo, como en un texto teatral. Así estas palabras encontraron la grafía y la permanencia que da la escritura. Pero su camino no se detuvo en las páginas impresas o en las pantallas: Susy Shock y Camila Sosa Villada dieron nuevamente voz a este relato que empezó a circular como mensajes de audio en los celulares. Hoy es posible acceder a todos estos materiales desde el sitio web del Palais de Glace. Hace unos días Marisa colocó un parlante en el patio para que todas puedan escucharlo. Los libros también están en el hotel, se convirtieron en la carta de bienvenida para las que llegan, la prenda de un intercambio.
—Ahora cada chica que llega la recibimos con un plato de comida
con un abrazo
con una convivencia
con compañía.
—Así que aparte de abrigo y una cama
te vamos a dar este libro
y si no sabés leer te lo leemos.
Un pasado errante
—¡Antes no podíamos ni caminar!
me acuerdo que me fui a comprar un disco una vez
porque en ese momento no había ni cassette ni cd ni nada
era un long play de alta tensión
¡ay, aquel tiempo, mirá!
y me fui a comprar uno y me metieron presa quince días
quince días con el disco adentro de la comisaría
¿podés creer?
Toda épica hace pie en un pasado que es necesario conmemorar, traerlo al recuerdo por medio de la sonoridad de las palabras para que también se haga cuerpo. Este pasado es duro, como el de un pueblo nómade que no encuentra refugio. Las historias de las travas de los años 90 y 2000 muchas veces coinciden en un punto, la imposibilidad de encontrar ese amparo. Algunas hacían cálculos y se daban cuenta que habían estado más tiempo transitando comisarías que en libertad, otras migraban buscando ciudades donde la policía les diera menos tiempo de encierro aunque tuviesen que endulzar aún más sus bolsillos, otras fueron torturadas, otras violadas, otras, muchas otras, no están para contarlo.
Esta ausencia de reparo hizo que el Gondolín, ese escenario de la convivencia, fuese un lugar central para ellas. En aquella época transitar el espacio público era simplemente una amenaza y el único territorio posible era la nocturnidad de las zonas rojas, espacio-tiempo que la sociedad les consentía como válvula de escape a ese deseo contenido de sus varones. Reducidas a los perímetros de su morada construyeron un universo en el que acompañarse, un ámbito en el que también pensarse y darse reglas. El Gondolín no fue un lugar fácil, tiene un “trasfondo oscuro” dicen las legendarias y es bueno decirlo, allí pudieron metabolizar la violencia, la de afuera y la que creció adentro, y también florecer en un terreno imprevisto, donde nada parecía dado. “Éramos un arte nosotras” dicen esas flores que crecieron en las cloacas, y todavía resuenan las palabras de Lohana Berkins en el aire.
Una épica se escribe también para el presente, incluso para el futuro. ¿Hoy la calle es un lugar seguro? La pregunta sigue abierta. ¿Y las escuelas, los espacios de salud, los del trabajo? ¿Y en los museos, los teatros, los cines, las bibliotecas hay lugar para ellas? ¿Acaso pueden reivindicar el derecho de pensarse como artistas? ¿Y cuál morada encuentran hoy esas criaturas que a contrapelo siguen floreciendo como travestis?
—Ahora que lo decís
las travestis somos un pueblo
un pueblo en diáspora
un pueblo que ha sufrido un genocidio
o un intento de genocidio mejor dicho
y no porque no haya sido brutal
y no porque no nos hayan exterminado,
de hecho todavía tenemos una expectativa de vida de treintaicinco años,
sino porque seguimos naciendo
y seguimos deseando
y siguen naciendo criaturas
que a contrapelo
se construyen como travestis.
El legado de un cuerpo colectivo
Y esas historias nos las tenemos que pasar
esas experiencias
esas ideas
nos las tenemos que pasar
nos las tenemos que compartir
tenemos que organizarlas para mejorar nuestras vidas
y para mejorar las vidas de las chicas que vengan,
¡pasémonos nuestros conocimientos!
Este libro, que también es un relato oral que pasa de persona a persona, intenta dar a ver un cuerpo colectivo, el Gondolín, y legarlo a la comunidad travesti-trans para sedimentar una historia en común, abonar la conciencia de sus luchas, transmitir un conocimiento construido con dolor pero también con desparpajo. Las legendarias dicen: para “nosotras una alfombra roja”, “las chicas de treinta necesitan el cupo trans ya”, “las de veinte quieren vivir un amor y pasarla bien” y “las de quince necesitan ir al secundario”. Cada generación asume sus batallas, a cada una le corresponde interpelar la época desde su experiencia. El legado es un punto de confluencia, un modo de reconocerse y construir un “nosotrxs” que trasciende los límites generacionales e individuales. Esta herencia, como toda herencia, también es un territorio de intercambios, de coincidencias y diferencias, de continuidades y transformaciones. La experiencia de un cuerpo solo puede legarse cuando otro cuerpo la reinterpreta y la hace suya, cuando la reencarna asumiendo tanto sus cargas como sus tesoros. De este modo, el relato que ocupa las páginas de Reunión: Cuatro Legendarias en El Gondolín se convierte en un don, un gesto que aspira a fundar un juego de ofrendas recíprocas entre distintas generaciones. La lógica del don instaura el doble movimiento de dar una ofrenda y asumir una deuda. Y en ese doble movimiento lo que se genera es un vínculo, se establece un sustrato común que da lugar a lo comunitario, otro modo de establecer familiaridades en las que los mandatos siempre pueden ser revisados pero también pueden hacerse útiles los saberes compartidos.
—¡Ahora podemos pensar en el futuro!
—Chicas, no están solas
no están solas como antes
estamos formando nuestra familia travesti
otra forma de familia.
Fuente Telam