El actual, es un fenómeno político novedoso, al menos en la historia del peronismo. Suele ser habitual que la discusión sobre la sucesión presidencial se anticipe cuando el mandatario no tiene chances de ser reelecto, por ejemplo, cuando lleva un mandato y medio en el poder. De inmediato se activan el o los nombres de los posibles herederos si la administración ha sido buena; o se empieza a mirar con mayor interés a los candidatos en la oposición.
Juan Domingo Perón cumplió un mandato y medio hasta que fue derrocado en 1955, a su regreso en 1974 tan sólo fue presidente un año porque falleció. Al igual que Perón, Carlos Menem reformó la Constitución nacional para que lo habilitara a una reelección, que hasta ese entonces estaba prohibida, y habitó por 10 años la Casa Rosada. Néstor y Cristina Kirchner encontraron la fórmula de la alternancia presidencial conyugal y permanecieron durante tres mandatos en el poder, por la muerte del santacruceño.
Nunca había ocurrido que en una gestión de un presidente peronista como Alberto Fernández se adelantara una discusión por la sucesión presidencial 2023 sin haber cumplido siquiera dos años en el cargo y sin conocerse aún si el resultado de las elecciones de medio término significará un triunfo para el kirchnerismo o una derrota. En las evaluaciones de lo que ocurrirá dentro de dos años, el número de votos que obtendrá el kirchnerismo el 14 de noviembre pareciera ya no importar demasiado.
“Los procesos en la Argentina son de ocho años, así que ese será nuestro proceso: ocho años de Alberto. Y ocho años de Axel (Kicillof) en la Provincia”, lanzó el ministro de Vivienda, el cristinista Jorge Ferraresi. Detrás de él se encolumnaron los ministros Sabina Frederic (Seguridad) y Juan Zabaleta (Desarrollo Social), al igual que el gobernador de Catamarca, Raúl Jalil y el candidato a diputado Daniel Arroyo. “No hay una estrategia, nadie lo mandó”, dijeron en la Casa Rosada.
¿Por qué salir a remarcar algo que para el Presidente de cualquier fuerza política sería una obviedad, cuando ni siquiera se lleva cumplida la mitad del primer mandato? Podrá argumentarse que es una bajada de línea del propio Alberto Fernández o de Cristina Kirchner para sostener la figura presidencial que pasa por su nivel más bajo de aceptación en medio del Olivosgate. Pero lo cierto es que se anticiparon las discusiones internas en la cúpula del oficialismo producto de lo que consideran, es una pobre y polémica gestión la del Gobierno nacional.
En el Instituto Patria los guarismos que manejan son bastante optimistas. Un triunfo en la provincia de Buenos Aires con 6 puntos de ventaja, y a nivel nacional por 3 puntos frente a Juntos por el Cambio. Aunque eso significaría que la oposición recortaría en el distrito bonaerense 8 de los 13 puntos con que Kicillof venció a María Eugenia Vidal; y en Nación 5 de los 8 puntos con los que Alberto se impuso a Mauricio Macri. Si así ocurriera, equivaldría a cerca de 1.300.000 votos menos para los K. Por eso no hay euforia ni satisfacción, más bien todo lo contrario.
Una prueba fue el duro discurso del viernes de Máximo Kirchner en el que cuestionó a los medios y prácticamente los responsabilizó por el balazo que recibió el diputado del peronismo correntino Miguel Arias. Pero esta vez el mensaje estuvo dirigido a la tropa propia, que al parecer, es percibida como desilusionada. Y lo hizo horas después de que en una entrevista Alberto Fernández, en su habitual magma de ideas, saliera a defender a la docente Laura Radetich que discutió a los gritos con un alumno en un intento por adoctrinarlo.
“Es muy complicado armar cualquier estrategia si después Alberto, con una declaración, tira todo por la borda. Nuestros candidatos se la pasan interpretando o desmintiendo al Presidente”, razonó un legislador del FdT.
En ese contexto, dos luces de alarma se encendieron en el oficialismo. La primera, que hoy Cristina Kirchner mide mejor que Alberto Fernández. Ese había sido el único capital político que en el último tiempo ostentaba el mandatario y su gabinete, pero también los gobernadores peronistas alejados de la vicepresidenta, para asegurarse una relevancia política que le permita ir por la reelección. Por el contrario, ese dato no hace más que entusiasmar a quienes en el kirchnerismo creen que en el 2023 hasta Cristina podría ser mejor alternativa que Alberto. “Ojo, no sea cosa que Cristina termine haciendo la gran Biden, de vice a presidenta”, fantasea un dirigente oficialista.
No obstante, el problema reside en que faltan dos años de gestión, y es allí donde se desata un intenso debate por estos días acerca de cuál sería la mejor opción. Si no es Cristina, los caminos en el FdT conducen a Kicillof y a Sergio Massa. A tal punto se adelantó la discusión 2023 que, a modo de chicana pero también por la estrecha relación entre el tigrense y Máximo Kirchner, algunos dirigentes camporistas cuando lo cruzan a Massa lo saludan “qué tal Presidente”.
La otra luz de alarma afecta directamente a La Cámpora, la principal organización que sostiene a la coalición oficialista. “Estamos perdiendo el voto de los jóvenes, que en buena parte se van con Cambiemos”, alerta una fuente del oficialismo. Argumenta que los referentes camporistas ya no son jóvenes y no llegan a esa franja ni tiene protagonismo en las redes sociales. “La Cámpora quedó vieja”, añade el dirigente.
De allí se desprende el fenómeno de los libertarios, jóvenes anti sistema que en parte canalizarán su voto a través de Javier Milei aunque hay muchas dudas que ese segmento se concentre en la figura del verborrágico –y a veces agresivo- economista mediático. Por ahora están dispersos, pero habría muchos detrás de ese movimiento.
Tampoco es de gran ayuda para el oficialismo lo que ocurre en otros distritos. Por un lado, el cristinismo da por perdida la banca en el Senado de una de las principales cartas de Cristina Kirchner, Anabel Fernández Sagasti. El propio kirchnerismo admite el alto nivel de aprobación que tiene en Mendoza la gestión del gobernador radical Rodolfo Suárez. Pero en Santa Fe se entusiasman con que Agustín Rossi venza a la lista avalada por el gobernador Omar Perotti, que además significaría sumar al bloque de senadores oficialistas a un dirigente de vasta experiencia.
El adelanto de la discusión por el 2023 hace que el mes de diciembre y todo el 2022 también sean inciertos. Habría un consenso tácito que incluiría a algunos funcionarios albertistas, de que tal como está, ni la conformación del gabinete ni las principales políticas de Gobierno podrían continuar tal como hasta ahora. En otros términos, lo que se vendría es una reformulación del contrato entre los socios mayoritarios del Frente de Todos en el Gobierno. Y se alterarían los porcentajes de incidencia que Alberto, Cristina y Sergio tendrían en la nueva etapa gubernamental.
Hacia afuera, si el kirchnerismo gana por un voto, lo celebrará con toda la épica por considerarlo el primer triunfo después de 16 años, ya que fue derrotado en los comicios legislativos de 2009, 2013 y 2017. Hacia dentro, la suerte está echada. Ganar o perder por poco sólo será un trámite para empezar a delinear una nueva etapa, cuya impronta es un enigma.
Fuente Clarin