Con sus turbantes negros, sus shawar kamiz impecables y limpios en medio de ese caos, los talibán abandonaron el campo de batalla para declarar victoria sobre la OTAN. Con sus Kalashnikov como bandera, entraron a la juguetería occidental con un entusiasmo de niños.
Un premio que el caótico retiro de los americanos y el resto de los occidentales les dejó de regalo en el aeropuerto de Kabul, en Kandahar y en la base de Bagram.
Blindados, automóviles anti minas Humvees, helicópteros con sus controles rotos a mazazos, aviones brasileños Tucano para combatir la contrainsurgencia, computadoras, impresoras, controles, combustible, municiones. Un botín inimaginable.
Entre rescatar gente y destruir su sofisticado armamento, las fuerzas de la ocupación solo destruyeron masivamente el 5 por ciento de su material sensible y el resto lo dejaron, en versión chatarra, a sus enemigos, aliados tácticos del último segundo en la desordenada evacuación, tras el atentado del ISIS-K.
Los únicos testigos del pasado en el aeropuerto de Kabul era una foto del comandante Ahmad Shah Massoud, asesinado por Al Qaeda el día anterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001, y el del presidente Ashrag Ghani, que huyó el domingo 15 de agosto, cuando los talibán se acercaban a Kabul, con 160 millones de dólares en su helicóptero con dos de sus ayudantes y consiguió asilo humanitario en Abu Dhabi.
Los talibanes celebran su victoria tras la salida de las tropas extranjeras de Afganistán. Foto: AFP
Los milicianos Tálib rompieron ambas fotos y paso a paso fueron apropiándose del símbolo de su victoria.
La juguetería de los talibán
Los milicianos ocuparon primero el aeropuerto de Kabul, destruido por el éxodo, que deberá ser reconstruido para que se vuelva operativo y poder evacuar en aviones comerciales a los afganos, norteamericanos y occidentales abandonados en Kabul en el pandemonium de la retirada.
Pero allí quedaban aviones militares de carga y transporte de tropas, helicópteros Chinook y material norteamericano, todos inutilizados.
Los estadounidenses se aseguraron de que ni un simple helicóptero de los 73 abandonados en la terminal o en la base de Bagram funcionara.
Milicianos talibanes, en guardia frente al aeropuerto de Kabul. Foto: EFE
Con sus motores y sus sistemas de control destruidos, los talibán encontraron, con sus mecánicos de guerra y su saqueo en las bases gubernamentales abandonadas por un ejército pro gubernamental que se esfumó, piezas y vehículos Humvees que funcionaban, más un buggy del desierto de las fuerzas especiales, que paseaba por la pista de la terminal de Kabul, como el carro de la victoria de Julio César.
Iba cargado de milicianos Talibán con M16 norteamericanos, turbantes y, que a diferencia de los 90, se filmaban y se tomaban selfies. El vocero talibán había autorizado a la prensa extranjera a filmar el escenario del triunfo.
Pilas de uniformes de las fuerzas especiales afganas, que abandonaron el país junto a los estadounidenses, estaban desparramadas en el aeropuerto.
A su lado había granadas, cascos, que inmediatamente los milicianos se apropiaron. Si hoy tuvieran que enfrentarse, nadie sabría quién es quién en Afganistán.
Otro caos son las valijas, bolsos y la ropa abandonada de los civiles. Primero se podía subir con 20 kilos a los aviones. Cuando se aceleró la evacuación tras el atentado del ISIS-K , la gente solo podía viajar con la ropa puesta.
El cementerio de la derrota
La terminal de Kabul fue la esperanza de miles de extranjeros y afganos en riesgo para irse y la desilusión y el terror de los que nunca pudieron llegar al aeropuerto o subirse al avión.
Las tropas de Estados Unidos habían entregado a los talibán la lista de los que se iban. Milicianos recogían a los que debían tomar los aviones en ciertos lugares de la ciudad. Eso explica que muchos intérpretes jamás hayan sido convocados o nunca llegaron a la terminal. La sola imagen les producía terror, según los que se quedaron.
El aeropuerto de Kabul es hoy el cementerio de la derrota de los occidentales, de su partida desordenada y caótica.
Motores abandonados, tarros de nafta de aviación, fuselajes llenos de agujeros de disparos, son sus testigos mudos y sin vida. Entre los militares que lo destrozaron y los saqueadores que llegaron en plena noche, antes del Talibán, nada queda en pie.
Fuerzas talibán en el aeropuerto de Kabul, tras la salida de las tropas de EE.UU. Foto: REUTERS
Hasta los platos de la cocina de la terminal fueron quebrados, uno a uno, según los que pudieron visitar el aeropuerto tras la victoria.
Las computadoras fueron rotas a mazazos. Se llevaron sus discos duros.
Los comandantes talibán llegaron al aeropuerto para recorrerlo como trofeo de su victoria contra Estados Unidos y la OTAN. “Este es un aeropuerto internacional civil”, dijo Anas Haqqani, el hermano menor del temido clan y hermano de Sirajuddin, el número 2 de los talibán, al que Estados Unidos busca y por el que ofrece 5 millones de dólares.
“Desafortunadamente los norteamericanos lo han dejado destruido e inoperable, lo que significa que será muy difícil para nosotros comenzar a operar vuelos sin hacer un trabajo extensivo de reparación”, dijo a Anthony Lloyd, periodista de The Times, uno de los pocos occidentales y corresponsal de guerra británico, que decidió quedarse en Afganistán a cubrir la victoria.
El control del aeropuerto
Turquía quiere controlar el aeropuerto. Pero es un desierto. Los extranjeros que lo operaban, desde su torre de control a la cocina, se fueron en la evacuación. Ninguna aerolínea se atrevería a aterrizar en estas condiciones en Kabul.
Los talibán no tienen ni mecánicos extranjeros ni operadores para resucitar la terminal para aviones comerciales. Nadie siente que haya garantías para vivir en Afganistán en estas horas.
Pero si los occidentales avanzan en su arreglo para evacuar a los afganos y occidentales que dejaron atrás, están operables los aeropuertos de Kandahar, Herat, Mashar al Shariff, por donde se fueron los alemanes, o Jalalabad, donde estaba estacionado el jet de Osama Bin Laden en el 2001 y su piloto.
Pero necesitarán el libre tránsito de los talibán. Eso es lo que están negociando el servicio de inteligencia británico con los Talibán en Doha, incluido su criticado canciller Dominic Raab, que se quedó de vacaciones en Creta cuando Kabul caía.
El helicóptero del festejo
Se cree que entre medio millón y dos millones de afganos estarían dispuestos a abandonar el país porque creen que, cuando los ojos de Occidente se alejen de Afganistán, el régimen pashtún talibán volverá a las represalias de los años 90 y a sus brutalidades, que ya ha iniciado contra la etnia Tejik y Hazaras tras la victoria.
En Kandahar los comandantes celebraron el desfile militar de la victoria, con todos los Humvees, blindados y armas norteamericanas incautadas tras el retiro y sus banderas blancas Talibán.
Pero la sorpresa fue un helicóptero de combate Black Hawk, uno de los más sofisticados, volando y conducido por un expiloto de la Fuerza Aérea Afgana, entrenado por Estados Unidos y los Emiratos Árabes. La Fuerza Aérea afgana y sus 60 pilotos también se esfumaron en la derrota.
Escenas de comedia en el “Guantánamo afgano”
Pero fue la base de Bagram, el Guantánamo afgano, una mini ciudad donde se instaló la ocupación occidental, con una cárcel para 5.000 hombres e instalaciones secretas para prisioneros sensibles en manos del ministerio de defensa y sus fuerzas especiales norteamericanas, el mayor trofeo.
Como en el film “Bananas”, de Woody Allen, escenas desopilantes. Un miliciano con sonrisa de niño se colgaba los auriculares de la torre de control y en pasto, jugaba a dar instrucciones a un supuesto avión.
Militares y helicópteros de Estados Unidos en la base de Bagram, Afganistán, en una imagen de marzo de 2002. Foto: AFP
Los otros talibán, como si estuvieran en un viaje de aprendizaje escolar, reían mientras descubrían más “juguetes” letales, una buena parte inutilizados antes de la evacuación. Pero nadie contaba con la astucia de un país pobre para poner en marcha lo que en Occidente es descartado como chatarra.
Los ex prisioneros talibanes buscaban sus celdas, no diferentes a esos gallineros enrejados del campo de concentración de Guantánamo, donde habían pasado años, habían sido torturados bajo el régimen de George Bush o mejor tratados cuando asumió Barack Obama.
Los milicianos se subían a un Humvee camuflado y recorrían una pista de 3500 metros, a 90 minutos de Kabul.
En Bagram ha quedado un hospital de 50 camas, un salón para pasajeros VIP porque los presidentes y jefes militares que visitaban Afganistán llegaban allí y eran trasladados a Kabul en helicóptero.
Hangares cargados de aviones, blindados norteamericanos abandonados, jets de ataque, municiones, uniformes, cohetes RPG. Y la cárcel, un auténtico centro de brutales torturas, la vergüenza de la ocupación, cuyos 5000 prisioneros los talibán liberaron al día siguiente de la victoria, incluidos militantes de Al Qaeda y del ISIS-K, autor del atentado en el aeropuerto, la semana pasada.
Veinte años después del inicio de la ocupación occidental, los talibán son dueños y señores de Bagram, su mayor trofeo, que los norteamericanos abandonaron en la oscuridad, cortando el agua y la luz, sin avisar al gobierno afgano. El primer indicio que el retiro tenía aroma a debacle.
París, corresponsal
CB
Fuente Clarin